lunes, 16 de mayo de 2022

Proteger la Casa de los Picos, en San Roque



El problema es que llegamos tarde, mal y nunca. A mí me originó cierta sorpresa que el ayuntamiento capitalino esperara cien años para nombrar Hijo Predilecto a Benito Pérez Galdós. Y ahora leo que Urbanismo va a limitar en San Roque las alturas en torno a la Casa de los Picos para evitar que sea tapada por los edificios contiguos. A buenas horas, mangas verdes. Si se hubiese hecho hace setenta o cincuenta años, todavía habría escapatoria. Pero hoy en día, tras dejar paso a ese urbanismo tercermundista de cajones de cemento en cualquier parte, ya no vale. La Casa de los Picos ya casi no se ve ni de día ni de noche, porque está obstruida por el urbanismo rampante que existió en décadas pasadas. El de que yo construyo aquí porque me da la gana, yo me hago una casa de noche, los fines de semana, porque nadie se iba a dar cuenta.

 Como ya se ha contado recientemente en las páginas de este mismo diario, el inmueble está colocado en lo alto de San Roque desde 1869, y el nuevo plan especial de San Roque limita las alturas de las viviendas de la calle Párroco Segundo Vega situadas en la delantera de este emblemático edificio con la finalidad de no entorpecer su visión desde otros puntos de la capital. Sede de la asociación de vecinos del barrio, hasta hace unas décadas podía ser distinguida de noche por los conductores que suben desde la antigua carretera del Centro, potentes focos iluminaban la fachada y eran visibles tres de sus cinco picos.

 En 1998 salió a la luz mi novela La Casa de los Picos, con prólogo del profesor de la ULPGC Francisco J. Quevedo, publicada por el Centro de la Cultura Popular Canaria. Entre la realidad y la imaginación, en las 235 páginas del texto convergían personajes de mucho calado, historias de sensualidad y misterio, a caballo entre la leyenda y la realidad. En los periódicos se publicaron trabajos sobre esta obra literaria, entre otros citemos los de Guillermo García-Alcalde y del actual cronista insular Juan José Laforet. Esta curiosa edificación, que fue promovida por el organista titular de la catedral Luis Rocafort, también compositor, que vino de su tierra natal, las Islas Baleares, cayó en el olvido y permaneció en un segundo plano hasta que el que fuera alcalde capitalino Juan Rodríguez Doreste en sus memorias da cuenta de los buenos ratos que disfrutó en el edificio, pues a la marcha de Rocafort tuvo muy diversos usos, algunos relacionados con el esparcimiento.

 Obra del urbanista Manuel Ponce de León, en el momento de su construcción sobresalía como un tótem en lo alto del risco. Actualmente es propiedad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y es la sede de la asociación de vecinos Guiniguada. Su perfil neogótico nos recuerda las construcciones de los Países Bajos, de Flandes, del norte de Francia; no cabe duda de que Ponce de León quiso hacer un edificio original, y lo consiguió, hasta el punto de que un icono en los riscos que rodean la ciudad. Al fin, el ayuntamiento capitalino protege el edificio, lo incluye dentro de catálogo de patrimonio arquitectónico de la ciudad y trata de que la visión del mismo siga degradándose. El cronista de Guía, Pedro González Sosa, escribía en las páginas de este periódico en 2008 que «incomprensiblemente, a pesar de estar incluida en el Catálogo Municipal de Edificios Protegidos, el ayuntamiento autorizó una construcción que ocultó la casa dejándola medio invisible».

 Lo bueno es que, al fin, los munícipes han tenido en cuenta el valor patrimonial de este edificio tan especial, que dio pie a una novela y que permanece en el imaginario colectivo como una curiosidad un tanto enigmática, ideada por un arquitecto de gustos mayormente neoclásicos que dejó abundante obra en la zona histórica de la capital.

No hay comentarios:

Publicar un comentario