El problema es que llegamos tarde, mal y nunca. A mí me originó
cierta sorpresa que el ayuntamiento capitalino esperara cien años para nombrar
Hijo Predilecto a Benito Pérez Galdós. Y ahora leo que Urbanismo va a limitar
en San Roque las alturas en torno a la Casa de los Picos para evitar que sea
tapada por los edificios contiguos. A buenas horas, mangas verdes. Si se
hubiese hecho hace setenta o cincuenta años, todavía habría escapatoria. Pero
hoy en día, tras dejar paso a ese urbanismo tercermundista de cajones de
cemento en cualquier parte, ya no vale. La Casa de los Picos ya casi no se ve
ni de día ni de noche, porque está obstruida por el urbanismo rampante que
existió en décadas pasadas. El de que yo construyo aquí porque me da la gana,
yo me hago una casa de noche, los fines de semana, porque nadie se iba a dar
cuenta.
Como ya se ha contado recientemente en las páginas de este
mismo diario, el inmueble está colocado en lo alto de San Roque desde 1869, y
el nuevo plan especial de San Roque limita las alturas de las viviendas de la
calle Párroco Segundo Vega situadas en la delantera de este emblemático
edificio con la finalidad de no entorpecer su visión desde otros puntos de la
capital. Sede de la asociación de vecinos del barrio, hasta hace unas décadas
podía ser distinguida de noche por los conductores que suben desde la antigua
carretera del Centro, potentes focos iluminaban la fachada y eran visibles tres
de sus cinco picos.
En 1998 salió a la luz mi novela La Casa de los Picos, con
prólogo del profesor de la ULPGC Francisco J. Quevedo, publicada por el Centro
de la Cultura Popular Canaria. Entre la realidad y la imaginación, en las 235
páginas del texto convergían personajes de mucho calado, historias de sensualidad
y misterio, a caballo entre la leyenda y la realidad. En los periódicos se
publicaron trabajos sobre esta obra literaria, entre otros citemos los de Guillermo
García-Alcalde y del actual cronista insular Juan José Laforet. Esta curiosa
edificación, que fue promovida por el organista titular de la catedral Luis
Rocafort, también compositor, que vino de su tierra natal, las Islas Baleares, cayó
en el olvido y permaneció en un segundo plano hasta que el que fuera alcalde
capitalino Juan Rodríguez Doreste en sus memorias da cuenta de los buenos ratos
que disfrutó en el edificio, pues a la marcha de Rocafort tuvo muy diversos
usos, algunos relacionados con el esparcimiento.
Obra del urbanista Manuel Ponce de León, en el momento de su
construcción sobresalía como un tótem en lo alto del risco. Actualmente es
propiedad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y es la sede de la
asociación de vecinos Guiniguada. Su perfil neogótico nos recuerda las
construcciones de los Países Bajos, de Flandes, del norte de Francia; no cabe
duda de que Ponce de León quiso hacer un edificio original, y lo consiguió, hasta
el punto de que un icono en los riscos que rodean la ciudad. Al fin, el
ayuntamiento capitalino protege el edificio, lo incluye dentro de catálogo de
patrimonio arquitectónico de la ciudad y trata de que la visión del mismo siga
degradándose. El cronista de Guía, Pedro González Sosa, escribía en las páginas
de este periódico en 2008 que «incomprensiblemente, a pesar de estar incluida
en el Catálogo Municipal de Edificios Protegidos, el ayuntamiento autorizó una
construcción que ocultó la casa dejándola medio invisible».
Lo bueno es que, al fin, los munícipes han tenido en cuenta
el valor patrimonial de este edificio tan especial, que dio pie a una novela y
que permanece en el imaginario colectivo como una curiosidad un tanto
enigmática, ideada por un arquitecto de gustos mayormente neoclásicos que dejó
abundante obra en la zona histórica de la capital.
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