En la magnífica película de Alejandro Amenábar titulada Mientras dure la guerra, el general Franco y los otros golpistas del 18 de julio del 36 firman sus primeras proclamas con el ¡Viva la República! que incluía mantener la bandera tricolor. Por supuesto que aquella treta de los primeros tiempos fue desplazada enseguida por el verdadero propósito del levantamiento: aplastar toda memoria de la II República y volver a la bandera bicolor de la monarquía, ideada como enseña marítima por Carlos III en 1785 aunque no fue impuesta como bandera nacional hasta 1843, con la reina Isabel II.
A
veces me he preguntado por qué le tenemos poco cariño a la bandera española bicolor,
y llego a la conclusión de que se trata de un capítulo todavía vinculado a la
guerra civil, del mismo modo que la supervivencia del independentismo catalán
también parece de alguna forma conectado a la derrota republicana en la
contienda.
Solo
en ocasiones especiales echamos a volar la nacional, por ejemplo en
acontecimientos deportivos triunfales. Cuando España ganó dos Eurocopas
seguidas y el Mundial de Suráfrica florecieron en azoteas y balcones las
banderas que vendieron a miles las tiendas de chinos, no solo eso sino que hubo
despliegue por parte de los seguidores de la selección, como si la selección de
fútbol fuera lo único capaz de unir a vascos, andaluces, catalanes, canarios, en
un sentimiento común. La gente cantaba aquello de ¡Soy español, español! También
cuando conseguimos alguna medalla en las olimpiadas o algún campeonato mundial
en motorismo vuelve la euforia.
En
EEUU la fiebre por las barras y estrellas hace que luzcan incluso cuando
entierran a sus mascotas en los cementerios que tienen para ello, sus queridos
perros, sus queridos gatos, sus queridos loros viajan al otro mundo con la
insignia estrellada. La bandera está en todas partes, delante de la gran
mayoría de los domicilios, y es un ritual izarla por las mañanas y arriarla al
anochecer.
Aquí
contemplamos la bandera española en las instalaciones militares, Base Naval,
Base Aérea, jefatura de la Guardia Civil, y acompañando a la canaria y la
europea en las dependencias del gobierno regional. Poco más. En países
teóricamente más débiles como Portugal, Grecia o Turquía la bandera está en
todas las esquinas. En Marruecos acompaña al retrato de Mohamed VI en cualquier
tiendecita por modesta que sea. ¿Somos menos patriotas que los norteamericanos
o el resto del mundo por no manifestar esa devoción casi religiosa hacia la
insignia nacional? Lo que sucede es que cada país tiene su propia historia,
incluso en EEUU todavía hay quienes todavía prefieren la confederada de los
sureños.
En el País Vasco y Cataluña la bicolor deja de estar presente en balcones de ayuntamientos y en dependencias de los respectivos gobiernos, la llamada guerra de las banderas ha dado dolores de cabeza hasta que nos hemos dado cuenta de que hay que relativizar el asunto. A fin de cuentas una bandera es un símbolo de la Historia, pero también es un trozo de tela. Y recordar que en el 1º de Mayo y en otras manifestaciones reivindicativas todavía sale a la calle la tricolor de la II República, incluso aquí sale la de las siete estrellas verdes. Existe la tentación de que la extrema derecha quiera apropiarse del patriotismo y de la bandera, pero las banderas no son de nadie, son de todos los que las quieran compartir.
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