Algunos viajes
nos dejaron tan buen recuerdo que nos gusta rememorarlos al paso del tiempo. Desde
Helsinki hacia San Petersburgo, que se llamaba Leningrado. Rusia es un país de
buena gente pero desgraciado: llegó tarde a la revolución industrial, llegó
tarde al derrocamiento del absolutismo, llegó tarde a la democracia, llegó
tarde al capitalismo. El río Neva y las cúpulas de cebolla con pan de oro no
relumbran porque está nublado. Avistamos docenas de bodas con limusinas, el
Aurora desde donde los bolcheviques lanzaron el cañonazo de la revolución de
1917, las recientes tumbas de mármol blanco con los huesos del último zar y
toda su familia, después de hacerles las
pruebas de ADN los enterraron con honores. Algunos palacios y catedrales
durante el régimen anterior fueron convertidos en museos de relojes y en
gimnasios, pero la religión ortodoxa volvió con tal fuerza que declaró santos
al último zar y a toda su familia, fusilados en 1918 y que reposan en la
hermosa catedral de San Pedro y San Pablo, su imponente aguja coronada por un
ángel. La estrella de la ciudad es el museo que alberga el Palacio de Invierno,
el Hermitage con sus muebles y pinturas, sus tapices y sus dorados. El museo
asediado por una multitud de visitantes, hay pocos vigilantes, escasa
seguridad. Los salones por donde se paseaban los últimos zares y las zarinas
con el omnipotente Rasputín, los canales y los ríos, las cascadas de los
jardines del palacio de Peterhorf vienen a demostrarnos que esta es una de las
ciudades más bonitas del continente.
Hay puentes
levadizos, la perspectiva Nevsky, los iconos, las matriushkas. Luego el mar nos
deja navegar con calma hacia Tallin, capital de Estonia, también visitaremos
Riga, en Letonia. Cada noche dormirás en un puerto distinto, amanecerás en una
ciudad diferente. Una amiga, Dolores Campos-Herrero, también hizo ese crucero
en su breve vida.
Estos pequeños
países han sido invadidos cien veces y han sido capaces de sobrevivir. Riga,
capital de Letonia, fue fundada por un clérigo alemán que luego se hizo obispo.
Precisamente aquella conversión al cristianismo a comienzos del siglo XIII, fue
una matanza, la fe entraba con la espada pero los alemanes trajeron el espíritu
mercantil y un largo apogeo ya que esta ciudad se vinculó durante siglos con
los más importantes puertos. Europa fue un frente de guerra permanente, así los
letones fueron sometidos por los polacos, los lituanos, los suecos, y sobre
todo por los rusos. Naturalmente que los alemanes de Hitler la castigaron en la
II Guerra Mundial y un museo de la
ocupación del país ocupa sitio preferente en la parte antigua de la ciudad.
Pero Riga es célebre no solo por su puerto sino por poseer la más fina
colección de edificios Art Nouveau de toda Europa. Sorprende escuchar el
dominio de nuestro idioma por las jóvenes que atienden los comercios donde
inevitablemente ofrecen ámbar. No todos los rusos se han vuelto a su país tras
la independencia, casi igualan a los letones en la población total. Aquí fue
cónsul de España el escritor granadino Angel Ganivet, quien se suicidó a los 33
años tirándose al río Dvina justo en el momento en que venía a vivir con él su
compañera, tras amores turbulentos que habían dado dos hijos. Todavía hoy Ganivet
tiene parientes en Canarias.
Todo está
reconstruido con eficacia: catedrales, iglesias, castillos, monumentos góticos
como la Casa de
los Cabezas Negras, sede del gremio de mercaderes. La París del Este tiene buenos
bulevares, pero sorprende que no hay perros ni gatos por las calles, debe ser consecuencia
del clima. Lo más valorado por sus habitantes es el monumento a la Libertad, una
escultura espectacular que recuerda la etapa de independencia entre 1918 y 1920.
Si en invierno el termómetro puede descender hasta los 30 bajo cero, no es raro
que en la breve luz del verano la gente se lance con ganas a la calle, las
plazas tomadas por animadas mesas, la gente en cervecerías y bares baratos. La
alegría de vivir lo invade todo, colocan centros de flores en las calles y en
las plazas para honrar al dios sol. Las chicas visten tonos alegres, las
cafeterías se apresuran a sacar sus mesas al exterior. Para los nostálgicos hay
sitios de estilo ruso donde ofrecen vodka, con vasos de plástico sobre mesas de
madera.
Huele a un
verano suave de árboles renacidos en parques lluviosos, con temperaturas que
apenas pasan de los 20 grados. Tallin, en Estonia, es una pequeña joya
medieval, con su muralla, su castillo, su plaza mayor con el animado mercadillo
para los turistas, su farmacia del siglo XV que pasa por ser una de las más
antiguas del continente. Y su auditorio donde la gente del país ha celebrado triunfos
en Eurovisión. Desde el puerto nos adentramos en la ciudad vieja con sus
tiendas y sus terrazas, subimos hacia la colina de la catedral donde se
establecieron los obispos y la Orden Teutónica, la ciudad vieja que progresó
gracias al comercio de la sal y el puerto. Patrimonio de la Humanidad por sus
torres puntiagudas y sus rincones de 700 años, los finlandeses se suben a los
barcos rápidos que vienen desde Helsinki para comprar alcohol, mucho más barato
aquí.
Hasta hace
unas décadas cruzar Europa solo era cosa de millonarios ingleses, aquello del
Oriente Exprés y las escenas aristocráticas del cine, mientras que ahora todo
se ha socializado, millones de personas moviéndose, el turismo es la gran
industria global. Lo que más sorprende de las repúblicas ex soviéticas es la
rapidez con que se han quitado de encima todo lo ruso. Las ciudades ya no son
grises y la uniformidad no manda en parte alguna; hay menos soldados en las
calles y más bancos, tiendas de Zara, centros comerciales, cafeterías
agradables, supermercados bien surtidos, viviendas de lujo, chalets en las
afueras, anuncios de neón. Circulan coches
de gran potencia, corre el dinero pero hay baja natalidad y poca inmigración:
estos países también pierden población. Tras el ingreso en la UE el nivel de
vida se ha disparado, pero los jóvenes se van. Cae la tarde, un velo violeta cuando
salimos hacia Estocolmo, al amanecer aparecen las islas que dan entrada a la
capital, la Academia del Nobel, el barrio antiguo, una ciudad sobre islas. Nos
recibe una ola de calor, en los últimos tiempos nadie se libra del cambio
climático, nos quedaremos sin los hielos perpetuos del Polo Norte. Luego
seguimos hacia Copenhague, otra delicada ciudad.
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