Hicimos
una escapada de nuestro verano en la isla de La Palma para asistir a un acto en
esa parte casi desconocida de los altos de Gran Canaria, donde hay muchas
huertas abandonadas, el paisaje es árido aunque las repoblaciones forestales
ponen manchas de pinar aquí y allá. Desde la carretera que va hacia Agaete has
de subir dirección Fagagesto, caseríos casi muertos, barrancos desolados, y
hasta allí se desplazó una meritoria asistencia, docenas de personas que
escriben, que sueñan, que hacen arte y formulan propuestas. Ángel Sánchez,
desde la venerable silla de ruedas, nos convocó en este acto humilde que
contenía una gran significación, pues hay actos sencillos que resultan valiosos
y hay otros rimbombantes que solo cuentan a efectos de protocolo. Las cumbres
de Gáldar se impregnaron de literatura de la mano del II Artebirgua Literario,
Letras en la Cumbre, una convocatoria armada por Manuel Díaz García y otros
entusiastas siempre dispuestos a conseguir adhesiones de gente de la
universidad, los libros, las artes. Desde las once de la mañana en aquel sábado
en el que hubo velones de niebla y aire fresco los participantes compartieron
un espacio de alegría y fe en las letras, un tiempo apretado de debate y
reflexión, moderado por Josefa Molina. Hay que señalar que en la isla se están
moviendo grupos de escritores de distinta edad, muy jóvenes algunos y algunas,
de mediana edad y veteranos otros, que se muestran contrarios al desaliento de
estos tiempos en que todo parece efímero, ultrarrápido, a contrapelo. Allí se
habló del panorama literario actual, la figura y el papel del escritor, la
necesidad del apoyo institucional a la promoción de la lectura y la escritura,
así como la importancia de la formación del escritor y la promoción de la
lectura en el ámbito educativo. Después del almuerzo habló José de León sobre
Risco Caído y los espacios sagrados de montaña, y más tarde en la iglesia la
soprano Alba Rodríguez, acompañada a la guitarra por René Falcón con arreglos
de Sofía García Alemán puso voz a poemas del homenajeado. Las actrices Jennibel
Hernández González, Eliana Melián Guerra y Alda Riovas Gómez escenificaron
varios textos en una adaptación de Manuel Díaz. El propio Díaz, con Margarita
Ojeda e Ina Molina dieron lectura a otros tres poemas, en acto conducido por
Esteban Rodríguez.
Hace
unos cuarenta y cinco años le hice una primera entrevista a Ángel, y desde
entonces me sorprendía su historial: con su presencia en La Sorbona de París,
su labor de traductor de poetas europeos, su agudo análisis de los problemas de
la identidad, su dedicación a la poesía visual. Destacable su labor de
ensayista, su independencia y sus ganas de remar a contracorriente pues su
pluma ha sido muchas veces un escalpelo afilado dispuesto a separar la paja del
trigo para profundizar en la sangre mezclada de nuestro pueblo, las
circunstancias de la cultura que aquí se desarrolla, grandezas y miserias, los
sentimientos encontrados de nuestra idiosincrasia. Una mente indagadora en
campos poco trillados, así sus propuestas sobre los elementos decorativos de la
vivienda tradicional en las islas. Su paso por universidades francesas y
alemanas contribuye a su formación y en Salamanca coincide con José Miguel
Ullán, poeta de vocación experimental. En París, 1968, asiste a La Sorbona,
escucha a Lévi-Strauss y a Jean-Paul Sartre, se vincula con la revista Tel
Quel. En Alemania se encuentra con la obra de Georg Trakl y Enzensberger, a los
que traduce para la revista Fablas, una publicación que desde la isla hizo una
labor indescriptible. Con ello resaltamos que Ángel tiene vocación y rigor, muy
digno su mantenimiento al margen de las diversas tribus culturales, su estricta
independencia.
Al
colectivo de los poetas le sorprendió la noticia de que Antonio Arroyo,
profesor jubilado de enseñanza media nacido en Santa Cruz de La Palma,
1957, y residente en el norte de Gran
Canaria, ha ganado el importante premio hispanoamericano de poesía Juan
Ramón Jiménez convocado por el
ayuntamiento de Moguer, en Huelva. Con una bibliografía ya bastante apretada,
su propuesta, Las horas muertas, ganó la trigésimo octava edición de este
notable galardón que convoca la diputación de Huelva, dotado con 6000 euros y
al que se presentaron más de 600 obras. Según el jurado, se trata de un
poemario de voz clara, bien estructurado y con sentido del ritmo, que combina
varios temas y registros, con tonos existenciales, comprometidos y culturalistas.
Una cierta poesía del paso del tiempo y las decepciones: Nosotros le cantamos
al abandono, / le cantamos al mar para espantarlo / aunque vaya la vida en
ello, aunque / la vida nos la quite el sicario de turno / o esa desolación de
vernos solos / cuando el depredador llega / en el crudo silencio de una nota.
La
poesía de Antonio se ha hecho más densa y más honda desde aquel sorprendente
Esquina Paradise de 2008, con su reminiscencia de Pedro García Cabrera, sus
juegos surrealistas. Él dice que su obra surge de los paseos que da cerca de su
casa de Sardina del Norte, sus miradas al horizonte a través del ventanal, la
omnipresencia del territorio insular, el efecto de los alisios y el salitre de
la cercana playa. Antonio ha sabido aprender de la autorizada voz de Jorge
Rodríguez Padrón, sus puntuales lecturas, y así ha ido construyendo una obra
que quizá está más pensada para ser leída que para ser oída. Una voz
intelectual e indagadora que muestra su camino hacia la madurez expresiva, una
voz que exhibe conocimiento y búsqueda, la constatación de que el tiempo pasa y
su herida es incurable, la soledad asumida con plena naturalidad. Así lo vemos
cuando el poeta dice: Ando por esas calles. (…) Solo / entre mis pasos, tan sin
mí, incólume / a toda perfección. Sí, formo parte / de un orden no fijado: los
balcones / son mis ojos, mis ojos son naranjas / del mercado. Ciruelas para ser
/ de carne y hueso, carne de guayaba / para que vibre el alma a la que aspiro.
Antonio
Arroyo camina despistado y a la vez lúcido, con esa lucidez del que mira al
trasluz y sabe contemplar el otro lado de las cosas. Tal es el secreto de estos
versos de Huelva, que brillan en su desasosiego, escarban en la otra realidad
mientras el poeta mira a la ventana y se ve a sí mismo mirándose asustado de
ser su propia alma en pena, las horas que van muriendo.
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