miércoles, 1 de agosto de 2018

2 poemas para el verano, de Francisco Brines




Fueron largos y ardientes los veranos!
Estábamos desnudos junto al mar,
y el mar aún más desnudo. Con los ojos,
y en unos cuerpos ágiles, hacíamos
la más dichosa posesión del mundo.
Nos sonaban las voces encendidas de luna,
y era la vida cálida y violenta,
ingratos con el sueño transcurríamos.
El ritmo tan oscuro de las olas
nos abrasaba eternos, y éramos solo tiempo.
Se borraban los astros en el amanecer
y, con la luz que fría regresaba,
furioso y delicado se iniciaba el amor.
Hoy parece un engaño que fuésemos felices
al modo inmerecido de los dioses.
¡Qué extraña y breve fue la juventud!

Aquel verano de mi juventud 
      
Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vivido              
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,              
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.
Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
no queda ya el recuerdo de días sucesivos              
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,              
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;              
y así saberme digno del sueño de la vida.
De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,              
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,              
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.              
Sellada en él, la vida.

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