
Sincera,
descarnada y entrañable, así es su obra. Escribía por pura necesidad, y a veces
lo hacía de manera arrebatada. Tiene relatos magistrales, como Crónica de la boda, El esclavo mudo, Un
restaurante en el desierto y sobre todo El
llanto de los camellos, que cierra el libro del desierto con una escena de
violencia extrema, la chica saharui violada y asesinada por sus propios
compatriotas, una escena turbulenta en los días más confusos del territorio. Solo escuchaba los quejidos de los camellos
que llegaban desde el matadero. Cada vez se oían más y cada vez más fuerte. El
ambiente se fue llenando poco a poco del eco descomunal del llanto de los
camellos, que me envolvió como si fuera un trueno.
La
enorme popularidad de la autora en Asia radica en el espíritu transgresor y
aventurero que definió su vida y se extendió a su obra. Bajo la tradición
china, marcada por los valores de los ancestros, los hijos deben estricta obediencia
a los padres. De ellos se espera, además, que permanezcan cercanos a su
familia. Como suele suceder, las normas se redoblan para las mujeres. Sanmao
fue afortunada: sus padres, devotos cristianos, toleraron la rebeldía temprana
que latía tras su sed de conocimientos. Cuando el sistema escolar ahogó a la
futura autora, se le permitió recibir una exquisita educación en casa. No
terminó la carrera universitaria y se lanzó a viajar, aprender idiomas, conocer
gente. En Madrid se tropezó con el buzo José María Quero, al que llevaba ocho
años y al que hizo esperar hasta convertirlo en su marido. Para muchos de sus
lectores las obras de Sanmao destilan un cierto fatalismo, un destino trágico, libertad
y romanticismo. Soy tan feliz cuando me
lanzo a los textos que incluso siento alegría cuando escribo sobre temas
tristes, ya que lo hago hasta llegar al clímax de los sentimientos, dijo.
Ingenua, enamorada, fantasiosa, escribía con un tono altamente emocional, un
desgarro infinito.
En
nuestro instinto de supervivencia va incorporada la busca de la felicidad, y si
algo la caracteriza es su carácter efímero, es muy difícil sentir un estado de
plenitud permanente. Pero es un asunto tan trascendental que incluso lo
incorpora la Declaración de Independencia de Estados Unidos: Sostenemos que estas Verdades son evidentes
en sí mismas: que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha
dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida,
la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad. Aristóteles, una de las mentes
fundamentales en el pensamiento occidental, hablaba de la felicidad como el fin
más elevado de la humanidad. Pensadores chinos como Confucio hablaron de la
felicidad en este mundo y en el más allá. Es más sencillo sentirla cuando tienes
una firme creencia religiosa, pues la religión viene a ser un bálsamo que calma
la angustia. Y hasta parece que el estado de placidez refuerza nuestro sistema
inmunológico, aleja las enfermedades, que a fin de cuentas vienen a ser
desarreglos psicosomáticos.
Es
fácil pensar que los ricos y poderosos son más felices que las personas con
pocos bienes. Pero la cosa no funciona así; a menudo vemos a personas con mucho
éxito aparente, muy realizadas, y que sin embargo son infelices. Ricos, pero desilusionados.
Lo vemos entre gente que gana un premio importante con una lotería o una
quiniela, están eufóricos en el primer momento pero luego se sienten perdidos.
Llegar a un punto de comodidad determinado lleva a un bienestar temporal, pero
no a una subida permanente del estado de felicidad. Los psicólogos dicen que una
cosa importante para estar bien es tener relaciones personales sólidas,
parientes y amigos. En la vida no vivimos situaciones perfectas, puesto que hay
desacuerdos y conflictos. Pero en el mundo actual, con tanta tecnología, las
relaciones son virtuales, no reales. Y ahora el ideal consiste para la mayoría
en atesorar el máximo de bienes de consumo, cuanto más tienes, más vales,
cuanto mayor es tu cuenta corriente y más caro tu coche, cuanto más vistoso es
tu chalet y tu apartamento en la playa, más afortunado te consideras y te considerarán
los demás. La felicidad, entonces, depende de los objetos que tengas a tu
disposición. No es un sistema sano, pero es lo que hay. Y también conviene ser
lo bastante hipócrita como para aparentar complacencia ante los demás, sonreír siempre
cara a la galería. Claro que por el camino van quedando decepciones y
tropiezos, el consumo de ansiolíticos y antidepresivos nos dice que nuestra
sociedad dista mucho de estar contenta. A fin de cuentas, la felicidad es un
estado mental que radica en ti mismo.
(Foto con su marido José María Quero)
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