lunes, 14 de diciembre de 2015

Universidades en España: crónica de un fracaso anunciado

Hace algún tiempo que se fue el ministro pelmazo y desafiante, aquel Wert al que pocos querían y al que le otorgaron un retiro dorado en París después de reírse de tirios y troyanos. Pero al marchar no se fue con una mano delante y otra detrás ya que dejó su pequeña herencia nefasta, en forma de una ley antipática que rechazan casi todas las comunidades autónomas, y qué decir del profesorado y de los alumnos. Hace meses el ínclito Rajoy solventó con un mínimo retoque su anunciadísimo proceso de renovación, ya ven que los gallegos son así: miran para todos lados y luego dicen que no llueve.

No hay un pacto de Estado en un terreno tan delicado como la educación porque peperos y psocialistas son incapaces de mostrar patriotismo y altura de miras, están infectados por el viejo vicio del partidismo, que ojalá sea barrido al menos parcialmente con esas nuevas formaciones políticas que presumiblemente van a surgir tras las urnas del 20 de diciembre. Hay quienes dicen que para qué apoyar a Ciudadanos o a Podemos si al final todos se van a corromper igual que lo han hecho los del PP y los del PSOE, pero sin duda conviene fabricar alternativas más ilusionantes que este triste bipartidismo de nuestros pecados, ya tan viejo, tan decepcionante. Solo se pusieron de acuerdo los dos grandes partidos tradicionales frente a los yihadistas, hicieron su componenda en pocas horas y la firmaron aprisa y corriendo para no descolgarse de la foto. Pero a la hora de hacer un verdadero servicio público, a la hora de tomarse la educación como un servicio al Estado, un asunto público de marca mayor, miraron hacia ninguna parte. Porque a ambos, peperos y socialistas, cuando llegan al poder les encanta desmontar lo que el rival montó, poniendo en marcha reformas que no sirven sino para alimentar el protagonismo de unos y de otros, leves maquillajes que solo valen para acentuar la sensación de fracaso educativo que nuestro país arrastra para vergüenza propia y ajena.

El fracaso universitario tiene un elevado coste, ya que uno de cada cinco estudiantes en España deja los estudios en el primer año de carrera, según los últimos informes educativos. Y eso que la tasa de abandono se ha reducido, ya que los penúltimos indicadores lo situaban en un 30 por ciento, es decir uno de cada tres, y ahora es del 20 por ciento, por encima de la media europea. Las comunidades donde los estudiantes universitarios abandonan en mayor porcentaje sus carreras son las de Baleares, Canarias y La Rioja, ya se ve que no quedamos muy bien parados los insulares. La tasa de abandono es mayor en Artes y Humanidades y le siguen las Ciencias, mientras que la rama de Salud registra el menor índice de renuncias. El promedio de alumnos que deja los estudios académicos es mayor en las universidades no presenciales.

Un informe del BBVA señala que el fracaso universitario cuesta 5.772 euros al año por alumno, y el impacto económico es mayor si el estudiante abandona en el primer ciclo. Y los expertos también nos señalan que España necesita reordenar el panorama universitario, ya que las universidades de nuestro país figuran entre las más caras de Europa y las de peores resultados. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, entre públicas y privadas hay un exceso de universidades. Son catorce en total, seis públicas y ocho privadas. Y la última en abrirse, la Universidad Rey Juan Carlos tiene muy malas referencias, pues según las referencias de los propios políticos y también de los jueces abunda en ella la corrupción. Como botón de muestra, convendría recordar que uno de sus doctores Honoris Causa fue el tristemente célebre Rodrigo Rato.

¿Qué ocurre con las universidades canarias? Se manejan con frecuencia estadísticas optimistas sobre la calidad docente e investigadora de las dos universidades públicas que tenemos aquí, una en cada provincia. También se señala con una cierta alegría que es muy alto el porcentaje de titulados de ambas que encuentran trabajo en la región. ¿A qué cifras debemos hacer caso: a las del triunfalismo que leemos en los medios de comunicación o a la marcha de una parte de nuestros mejores talentos jóvenes al exterior, hartos de poner currículums en las empresas de por aquí sin que se les haga el menor caso?

En este panorama, irrumpen aquí también las universidades privadas. ¿Cuál es su papel real, cuál es su funcionalidad, cuál es la calidad, para qué sirven sus titulaciones? En fin. Recordemos que ni una sola universidad española se cuela entre las 100 mejores del mundo; entre la 100 y la 200 aparece la central de Barcelona. Son las universidades anglosajonas, Estados Unidos y Gran Bretaña, las que lideran la calidad, además de algunos centros de Suiza, Francia, Suecia, Holanda y Alemania.

Los rectores españoles hablan de los grandes recortes presupuestarios de los últimos años, lo cual es cierto y repercute bastante en las dos universidades públicas de aquí. Los rectores lagunero y grancanario no paran de quejarse de estas discriminaciones presupuestarias, los graves déficits de los últimos años. Pero también hay otra asignatura en la cual solemos suspender: los vínculos reales y prácticos entre universidad y empresa. Da la impresión de que nuestra principal y casi única industria, el turismo, carece de vínculos eficientes con las universidades regionales. Da la impresión de que no otorga los puestos de trabajo que cabría esperar, habida cuenta de que los hoteles están más que repletos.

Suele decirse que la enseñanza secundaria en EEUU es lamentable pero allí tienen las mejores universidades de todo el mundo. Claro que ellos suelen importar los mejores talentos del planeta, en Harvard, Stanford, Yale y todas las demás se aprecia que allí va a parar el mejor profesorado y también el mejor alumnado, recolectado tanto uno como otro en las cuatro esquinas de este viejo y deteriorado planeta.
 
(Publicado en www.laprovincia.es, diario La Provincia, lunes 14 diciembre)
 

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