Cuando
llegan los resultados de las urnas, casi todos se sienten felices. Es una
condición imprescindible de los humanos: como todos somos conscientes de que
somos efímeros en este mundo, y que estamos condenados a desaparecer, conviene
consolarse con las pequeñas felicidades cotidianas. Pues bien: los políticos
que se presentan en las listas de este domingo 20 de diciembre se sentirán
mayormente felices. Unos porque ya estaban en el poder y, aunque habrán sufrido
algún batacazo, todavía habrán conseguido suficientes escaños como para poder
perpetuarse en posiciones de privilegio. Otros porque, siendo completamente
novedosos, partían de cero y por lo tanto toda ganancia en diputados y senadores
será recibida con botellas de champán o cava.
Tras
el rifirrafe del debate, los dos partidos en los cuales se ha asentado la vida
pública tras la transición, acuden a la arena con múltiples heridas. Son los
rasguños de la corrupción, del cansancio, de las peleas internas, de la falta
de renovación de esa clase política esclerotizada, añeja. Pero se sentirán
felices de que el presumible descenso en apoyos no los borre del mapa. Es decir
que, mal que bien, han luchado para mantenerse.
Luego
hay otras opciones que en apariencia aportan juventud, virginidad. Como casi no
han estado en el poder, salvando los feudos que hayan conquistado en las
pasadas elecciones locales del mes de mayo, se presentan a la contienda con
mochilas de ilusión. Todo eso está muy bien, pero ahora vendrán los apretones.
Hay que formar gobierno, y casi todo indica que nos pareceremos a Italia, donde
surgen mayorías tenues en base a variados pactos. De cualquier modo, el
consenso y la negociación volverán a imponerse porque la mayor parte de la
gente ya no quiere mayorías absolutas.
Dicen
los que saben de estas cosas que hay hasta siete opciones posibles de gobierno.
La primera sería un gobierno de don Mariano Rajoy en solitario, en el caso de
que supere los 130 escaños y contando con el apoyo exterior de Ciudadanos o del
PSOE según los temas o las leyes que se vayan presentando. Parece que es
difícil de imaginar.
La
segunda opción sería una coalición al estilo de Alemania, es decir juntando a
los partidos PP y PSOE en ese gobierno de concentración que excluiría a los
nuevos. Pedro Sánchez no lo ve muy viable pero, según se dice, doña Susana
Díaz, la lideresa de Andalucía, sí la ve aceptable.
La
solución número 3 parece que sí tiene muchos números paga ganar. PP con
Ciudadanos sería una alternativa de centro-derecha en la que los populares
tendrían que ofrecer cosas serias a los de Albert Rivera, para evitar que este
pacte con el PSOE y con Podemos. ¿Incluiría esta salida la presidencia de doña
Soraya en vez de don Mariano? ¿Va en serio eso que llaman Operación Menina,
para renovar la cara de la presidencia de la nación, al fin con una mujer al
frente de las instituciones? Esta salida parece ser la preferida por la mayoría
de los electores de este domingo.
La
oferta número 4 sería la del PP con el PSOE y además con Ciudadanos. Sería una
gran coalición de más de 200 escaños y capaz de realizar una reforma de la
Constitución. Acaso podría ayudar en el conflicto de Cataluña, el paro, la ley
electoral, etc. Aunque sobre el papel, se pinta como muy bella, a nosotros
particularmente nos parece retorcida. Pero ya se ha hecho en Italia y en otros
países comunitarios.
La
salida número 5 es la que podría juntar a PSOE con Ciudadanos. Una coalición de
centro-izquierda presidida por Pedro Sánchez o por Albert Rivera, el que
obtenga mejores resultados, pero precisa apoyos exteriores. Bien de Podemos,
del PNV, de los independentistas de Artur Mas o de vaya usted a saber.
La
propuesta número 6 sería de coalición de izquierdas, favorable a la reforma
constitucional, la ley electoral y otras normas importantes como educación,
justicia, seguridad, pactos económicos, reforma laboral, etc. etc. Juntaría a PSOE
con Ciudadanos y Podemos. También hay una parte importante de la ciudadanía que
lo aceptaría.
La
opción número 7 es la de PSOE y Podemos, coalición preferida por la izquierda
pero que necesita de otros apoyos más radicales como Izquierda Unida, ERC, BNG,
Mareas, Compromís, Bildu (ex ETA), etc. No parece fácil llegar a los 176
escaños, y generaría rechazo en una parte notable de la opinión.
Lo
que sí puede suceder es que los profesionales de la política tengan que
avenirse a practicar algo que ya estaba olvidado: el diálogo, el consenso, la
búsqueda de soluciones imaginativas a los muchos problemas generados por la
crisis, el independentismo de los catalanes, la reforma de la Constitución, el
fracaso de la educación, la política salarial, etcétera.
¿Podría
suceder que ni unos ni otros lleguen a entenderse y sea preciso convocar nuevas
elecciones, como ha sucedido recientemente en Grecia? No creemos que la
ciudadanía comparta esta estrategia, pero todo puede suceder si ningún
candidato logra sumar los diputados suficientes para lograr la investidura.
Asimismo, podría darse el caso de que, una vez conseguido un pacto de gobierno,
este se rompa por desavenencias entre socios y se acorte la legislatura.
Si
don Artur Mas ha tenido y tiene serios problemas para presidir la Generalitat
¿podría suceder lo mismo con respecto a La Moncloa?
Las
urnas de este domingo 20 propiciarán, acaso, nuevas maneras de que la
gobernabilidad salga adelante. Es de esperar que, por encima de los intereses
egoístas de cada cual, todos piensen en la conveniencia de hacer transacciones
y renuncias que parecen imprescindibles a la hora de lograr un gobierno que
funcione. Quedan muchas preguntas en el aire, y la cultura de pactos se ha de
imponer. Cuando hace más de un año y medio en alguna tertulia telefónica
defendíamos la idea de que el bipartidismo puro y duro iba a desaparecer, ya
despertábamos la sonrisa displicente de los otros tertulianos. Pero el tiempo
todo lo remedia.
En
todo caso, que ganen los mejores, y que por favor los debates en el futuro
sean, como mínimo, a cuatro voces.
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