miércoles, 29 de abril de 2020

Las espiritistas de Telde: 90 años del primer crimen esotérico en España

JOSÉ GREGORIO GONZÁLEZ , en Diario de Avisos/El Espanol         28/04/2020

La historia de Telde quedó marcada para siempre tras haber sido el escenario, el 28 de abril de 1930, de uno de los más cruentos crímenes que se recuerdan en Canarias. La naturaleza de aquel episodio, gestado en un contexto de creencias irracionales que lo convierten en el primer crimen netamente esotérico de España, contribuyó de forma decisiva a ello. Es el caso de los Espiritistas de Telde. Es inconcebible cuestionar que Telde es un territorio preñado de atractivos, que suma a sus riquezas naturales y paisajísticas un patrimonio histórico de primer orden. Sus calles han visto nacer a algunos de los personajes más ilustres del archipiélago, y el incalculable valor de sus enclaves arqueológicos se suele incrementar cada cierto tiempo con nuevos hallazgos. No obstante, en su historia reciente, la del Siglo XX, hay una nota disonante cuya impronta ha marcado de forma incuestionable al municipio, la crónica negra del que posiblemente sea el primero de los crímenes españoles susceptible de ser catalogado como “esotérico” Aquellos hechos llegaron a ser novelados con notable éxito a principios de los años ochenta por Luis León Barreto, quien lograría con “Las Espiritistas de Telde” en 1981 el XVI Premio Blasco Ibáñez. Sin embargo, la crudeza y repercusión social del crimen va mucho más allá de lo plasmado por Barreto en su obra.

Todo sucedió el lunes 28 de abril de 1930, cuando en el desarrollo de un largo y doloroso exorcismo fallecía la joven Aurelia Valido Calixto, de 20 años de edad. La familia que protagonizó tan espeluznantes hechos estaba integrada por Francisco Valido Medina, herrero de profesión, su esposa Aurelia Calixto, y las hijas Aurelia, Candelaria, Juana, María del Pino y Carmen, la mayoría de las cuales contribuían al sustento familiar a través de los trabajos que ejecutaban en su propia casa como costureras. En esta respetable y apreciada familia teldense, nada hacía presagiar la tragedia.

En su domicilio de la calle Juan Diego de la Fuente entraría la más amarga de las penas a raíz del fallecimiento de Fernando, el varón de la familia, que con 23 años enfermó de tifus y al no encontrar mejoría en los tratamientos convencionales buscó su cura en pócimas, limpiezas y rituales espirituales. En compañía de su madre y de su hermana Juana se desplazaba a razón de dos días por semanas a la ciudad de Las Palmas, para recibir “tratamiento” de manos de Juan Hernández el espiritista, un personaje peculiar que había estado en Cuba y que ya por entonces había sido objeto de varias denuncias por intrusismo. Todo parece indicar que fue a través de él como la familia Valido se fue introduciendo en este mundo de creencias, llegando a integrarlas en muy poco tiempo en su cotidianidad.

UN CRIMEN GUIADO DESDE EL MÁS ALLÁ

Los sortilegios y la medicina animista no evitaron la muerte de Fernando, tras la cual la desolación y el caos se adueñan de la familia. Candelaria, de 18 años, asume el rol de médium de manera que comienzan a buscar el contacto con el espíritu de su hermano fallecido. Puede que con anterioridad ya ejerciera como tal, de forma que evidenciara a través de su comportamiento algún síntoma de su “don”, pero parece razonable pensar que la necesidad de actuar como médium no se presenta hasta la muerte del hermano. A través de la prensa y de los informes periciales quedó claro que varios vecinos asistieron ocasionalmente a las sesiones que se estuvieron celebrando en casa de los Valido. Nunca trascendieron los detalles de las mismas, a excepción de algunos comentarios proporcionados por unos cuantos testigos que se mostraron escépticos ante lo que veían y no dudaron en tachar tales encuentros como pura superchería e histerismo.

Sería el día 26 de abril cuando supuestamente Fernando se manifestó a través de Candelaria para pedir el sacrificio. Tal y como explicaba León Barreto, “el hermano les dice que se encuentra en los sótanos del cielo, en el Purgatorio, y que para que él pueda subir a la derecha del Padre es necesaria la ayuda de la familia a través de un sacrificio” El mensaje recibido no podía ser más claro y trágico “matar a uno de los familiares, para hacerle compañía y poder salvarse así toda la familia”. Esa era la pauta a seguir, una hoja de ruta que a pesar de su irracionalidad fue seguida al pie de la letra horas más tarde por una familia sumida ya en lo irracional. Candelaria, abandonada al ayuno y al insomnio, arranca el triste desenlace en plena madrugada. En primera instancia señala a Carmen como la víctima que permitirá libertar a Fernando. A la pequeña de apenas 13 años la golpean y la intentan estrangular, logrando escapar al patio, momento en el que desisten de su intento al considerar que “el espíritu maligno ha abandonado su cuerpo” Este detalle es revelador, puesto que lo que comienza siendo una liberación del Purgatorio para el hermano, confusamente se torna en la expulsión de espíritus, entes que abandonan el cuerpo de Carmen y al parecer pasan al de Aurelia, el nuevo objetivo de la irracionalidad. Llama la atención que la pequeña lograse zafarse con cierta facilidad del ataque y sin embargo Aurelia sucumbiera al mismo. La aparente docilidad con la que la víctima se entregó a la cruda tortura es algo fuera de toda lógica, incomprensible a todas luces, pero curiosamente presente en otros crímenes rituales. Sentada en una silla, sus pies y manos fueron atados con un rosario, mientras era inmovilizada por su madre, hermanas, posiblemente por un amigo de la familia llamado José Macías, y también por el padre. En medio de oraciones y fórmulas que buscaban purificarla liberándola de posibles demonios y espíritus, el joven cuerpo fue sometido a multitud de golpes con palos y cañas, así como a un “picoteado” de doscientas pequeñas incisiones efectuadas con una lezna, algo que tras varias horas terminaría finalmente con su vida. La afilada pieza de hueso de poco más de diez centímetros, usada tradicionalmente como aguja para cocer sacos y piezas de cuero, debió de infringirle un dolor insoportable cada vez que atravesaba su cuerpo. Cerca de la mitad de esas dolorosas punciones las tenía localizadas en los pies, y a pesar de haber sido encontrada ensangrentada por las autoridades y coincidir las heridas con la pieza, ningún miembro de la familia reconoció ni tan siquiera haberla visto. Cabe preguntarnos por el motivo de ese ensañamiento en los pies, lo que dentro de la irracionalidad podría responder a una creencia residual con presencia entre los guanches, según la cual los pies son la puerta de entrada de los malos espíritus. En el rostro mostraba el labio y varios dientes partidos, así como un fuerte golpe a la altura del pómulo, mientras que su cabeza mostraba las huellas de los mechones de pelo que le habían arrancado violentamente.

LA IRRACIONALIDAD COLECTIVA

De su habitación fue sacada al patio, donde posiblemente falleció. Allí limpiaron cuidadosamente la sangre y ya cadáver la llevaron nuevamente a su alcoba. Es allí donde la contempla el médico del pueblo Tomás López Brito, que es llamado a la casa a la una del mediodía, pero no para atender a Aurelia, sino a Candelaria, que al parecer era presa de un ataque de nervios que no remitía. Es al salir cuando de soslayo ve a Aurelia tumbada en la cama, lo que le alarma lo suficiente como para regresar poco después en compañía de su colega, el forense José Melián Rodríguez. Ambos certifican la muerte y determinan que debió suceder antes de mediodía, siendo ellos mismos quienes, ante la visible violencia de los hechos, comunican los hechos al juez Julián Santos Cantero, que se personará en el escenario del crimen hacia las 7 de aquella tarde. Mientras esto sucede, el padre visiblemente abrumado va a por el ataúd comunitario a casa del sepulturero, mientras el resto de la familia marcha a la iglesia de San Gregorio comportándose en ella de forma incoherente y exaltada, arrodillándose ante diferentes imágenes, discutiendo entre ellos, bebiendo agua bendita de la pila, etc. Sería a su salida del citado templo cuando la Guardia Civil procedería a su detención.

Los lamentos de Aurelia y los gritos y alboroto de la familia lograron atravesar las paredes de la casa, pero no fueron suficientes para que la vecindad tomara conciencia e interviniera con el fin de detener la tragedia. Los pocos vecinos que hablaban con los periodistas en las primeras horas tras el crimen aseguraban que pensaban que los llantos eran normales y que tenían que ver con la conocida pena que la familia manifestaba a diario por la muerte del joven Fernando…aseguraban, quien sabe si desconcertados o por no haber tenido la suficiente determinación, que no podían imaginar que se estaba cometiendo tan cruento crimen. Hoy los psicólogos sociales explicarían adecuadamente esta conducta en el marco del “efecto espectador”. Sea como fuere, al cabo de un par de semanas del crimen la prensa de la época, que ha seguido día tras los acontecimientos, comienza a cuestionar en letras de imprenta la “inocencia” de vecinos y familia. “Histéricas sí, bueno…¿Pero es que ese histerismo contagia a todo el que pone el pie en esa casa?…¿Es que ninguno de los asistentes a los últimos instantes de Aurelia comprenden que es un crimen lo que acaba de cometerse, y un crimen horroroso?”

En los primeros días de su reclusión, mientras el juez y las autoridades intentaban arrojar luz sobre los hechos, el comportamiento de todos ellos fue errático y descontrolado. Ya fuese en prisión, en el hospital o en las casas donde fueron acogidos, prácticamente no hablaban ni comían, y evitaban entrar en contacto con ropa y objetos de su casa al considerar que estaban infectados por los espíritus. En estas primeras jornadas también se llegó a informar que Candelaria no durmió durante días, sumida en el tormento de la visión de espíritus a su alrededor mientras estuvo ingresada en el Hospital de San Martín.

Un año después de los hechos, el jurado dictó fallo absolutorio para todos los encausados, aunque para aquel entonces ya hacía un año que Candelaria, la médium, estaba ingresada en un psiquiátrico, suerte que corrieron posteriormente su madre y otra de sus hermanas. Como era de esperar socialmente fueron marginadas y la casa tuvo fama de maldita durante décadas, siendo objeto y centro de la curiosidad de mucha gente que venía expresamente a Telde a conocer el lugar de los hechos. De aquella vivienda hace bastante tiempo que no queda nada, sin embargo, la memoria de los hechos que acogió, será imborrable.

(La familia en la que sucedieron los hechos. Foto extraída de la prensa de la época, Diario de Las Palmas, abril de 1930. La víctima está señalada con una pequeña cruz)

2 comentarios:

  1. Gracias a José Gregorio González, destacado hombre de la radio y también autor de varios libros, por este trabajo tan completo.

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  2. Tuve la suerte de que un gran amigo me regalara "Las espiritistas de Telde", una gran obra de un insigne escritor.
    Gracias Luis

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