JOSÉ GREGORIO
GONZÁLEZ , en Diario de Avisos/El Espanol 28/04/2020
La historia de Telde quedó marcada para siempre tras haber
sido el escenario, el 28 de abril de 1930, de uno de los más cruentos crímenes
que se recuerdan en Canarias. La naturaleza de aquel episodio, gestado en un
contexto de creencias irracionales que lo convierten en el primer crimen
netamente esotérico de España, contribuyó de forma decisiva a ello. Es el caso
de los Espiritistas de Telde. Es inconcebible cuestionar que Telde es un
territorio preñado de atractivos, que suma a sus riquezas naturales y
paisajísticas un patrimonio histórico de primer orden. Sus calles han visto
nacer a algunos de los personajes más ilustres del archipiélago, y el
incalculable valor de sus enclaves arqueológicos se suele incrementar cada
cierto tiempo con nuevos hallazgos. No obstante, en su historia reciente, la
del Siglo XX, hay una nota disonante cuya impronta ha marcado de forma
incuestionable al municipio, la crónica negra del que posiblemente sea el primero
de los crímenes españoles susceptible de ser catalogado como “esotérico”
Aquellos hechos llegaron a ser novelados con notable éxito a principios de los
años ochenta por Luis León Barreto, quien lograría con “Las Espiritistas de
Telde” en 1981 el XVI Premio Blasco Ibáñez. Sin embargo, la crudeza y
repercusión social del crimen va mucho más allá de lo plasmado por Barreto en
su obra.
Todo sucedió el lunes 28 de abril de 1930, cuando en el
desarrollo de un largo y doloroso exorcismo fallecía la joven Aurelia Valido
Calixto, de 20 años de edad. La familia que protagonizó tan espeluznantes
hechos estaba integrada por Francisco Valido Medina, herrero de profesión, su
esposa Aurelia Calixto, y las hijas Aurelia, Candelaria, Juana, María del Pino
y Carmen, la mayoría de las cuales contribuían al sustento familiar a través de
los trabajos que ejecutaban en su propia casa como costureras. En esta
respetable y apreciada familia teldense, nada hacía presagiar la tragedia.
En su domicilio de la calle Juan Diego de la Fuente entraría
la más amarga de las penas a raíz del fallecimiento de Fernando, el varón de la
familia, que con 23 años enfermó de tifus y al no encontrar mejoría en los
tratamientos convencionales buscó su cura en pócimas, limpiezas y rituales
espirituales. En compañía de su madre y de su hermana Juana se desplazaba a
razón de dos días por semanas a la ciudad de Las Palmas, para recibir
“tratamiento” de manos de Juan Hernández el espiritista, un personaje peculiar
que había estado en Cuba y que ya por entonces había sido objeto de varias
denuncias por intrusismo. Todo parece indicar que fue a través de él como la
familia Valido se fue introduciendo en este mundo de creencias, llegando a
integrarlas en muy poco tiempo en su cotidianidad.
UN CRIMEN GUIADO DESDE EL MÁS ALLÁ
Los sortilegios y la medicina animista no evitaron la muerte
de Fernando, tras la cual la desolación y el caos se adueñan de la familia.
Candelaria, de 18 años, asume el rol de médium de manera que comienzan a buscar
el contacto con el espíritu de su hermano fallecido. Puede que con anterioridad
ya ejerciera como tal, de forma que evidenciara a través de su comportamiento
algún síntoma de su “don”, pero parece razonable pensar que la necesidad de
actuar como médium no se presenta hasta la muerte del hermano. A través de la
prensa y de los informes periciales quedó claro que varios vecinos asistieron
ocasionalmente a las sesiones que se estuvieron celebrando en casa de los
Valido. Nunca trascendieron los detalles de las mismas, a excepción de algunos
comentarios proporcionados por unos cuantos testigos que se mostraron
escépticos ante lo que veían y no dudaron en tachar tales encuentros como pura
superchería e histerismo.
Sería el día 26 de abril cuando supuestamente Fernando se
manifestó a través de Candelaria para pedir el sacrificio. Tal y como explicaba
León Barreto, “el hermano les dice que se encuentra en los sótanos del cielo,
en el Purgatorio, y que para que él pueda subir a la derecha del Padre es
necesaria la ayuda de la familia a través de un sacrificio” El mensaje recibido
no podía ser más claro y trágico “matar a uno de los familiares, para hacerle
compañía y poder salvarse así toda la familia”. Esa era la pauta a seguir, una
hoja de ruta que a pesar de su irracionalidad fue seguida al pie de la letra
horas más tarde por una familia sumida ya en lo irracional. Candelaria,
abandonada al ayuno y al insomnio, arranca el triste desenlace en plena
madrugada. En primera instancia señala a Carmen como la víctima que permitirá
libertar a Fernando. A la pequeña de apenas 13 años la golpean y la intentan
estrangular, logrando escapar al patio, momento en el que desisten de su intento
al considerar que “el espíritu maligno ha abandonado su cuerpo” Este detalle es
revelador, puesto que lo que comienza siendo una liberación del Purgatorio para
el hermano, confusamente se torna en la expulsión de espíritus, entes que
abandonan el cuerpo de Carmen y al parecer pasan al de Aurelia, el nuevo
objetivo de la irracionalidad. Llama la atención que la pequeña lograse zafarse
con cierta facilidad del ataque y sin embargo Aurelia sucumbiera al mismo. La
aparente docilidad con la que la víctima se entregó a la cruda tortura es algo
fuera de toda lógica, incomprensible a todas luces, pero curiosamente presente
en otros crímenes rituales. Sentada en una silla, sus pies y manos fueron
atados con un rosario, mientras era inmovilizada por su madre, hermanas,
posiblemente por un amigo de la familia llamado José Macías, y también por el
padre. En medio de oraciones y fórmulas que buscaban purificarla liberándola de
posibles demonios y espíritus, el joven cuerpo fue sometido a multitud de
golpes con palos y cañas, así como a un “picoteado” de doscientas pequeñas
incisiones efectuadas con una lezna, algo que tras varias horas terminaría
finalmente con su vida. La afilada pieza de hueso de poco más de diez
centímetros, usada tradicionalmente como aguja para cocer sacos y piezas de
cuero, debió de infringirle un dolor insoportable cada vez que atravesaba su
cuerpo. Cerca de la mitad de esas dolorosas punciones las tenía localizadas en
los pies, y a pesar de haber sido encontrada ensangrentada por las autoridades y
coincidir las heridas con la pieza, ningún miembro de la familia reconoció ni
tan siquiera haberla visto. Cabe preguntarnos por el motivo de ese ensañamiento
en los pies, lo que dentro de la irracionalidad podría responder a una creencia
residual con presencia entre los guanches, según la cual los pies son la puerta
de entrada de los malos espíritus. En el rostro mostraba el labio y varios
dientes partidos, así como un fuerte golpe a la altura del pómulo, mientras que
su cabeza mostraba las huellas de los mechones de pelo que le habían arrancado
violentamente.
LA IRRACIONALIDAD COLECTIVA
De su habitación fue sacada al patio, donde posiblemente
falleció. Allí limpiaron cuidadosamente la sangre y ya cadáver la llevaron
nuevamente a su alcoba. Es allí donde la contempla el médico del pueblo Tomás
López Brito, que es llamado a la casa a la una del mediodía, pero no para
atender a Aurelia, sino a Candelaria, que al parecer era presa de un ataque de
nervios que no remitía. Es al salir cuando de soslayo ve a Aurelia tumbada en
la cama, lo que le alarma lo suficiente como para regresar poco después en
compañía de su colega, el forense José Melián Rodríguez. Ambos certifican la
muerte y determinan que debió suceder antes de mediodía, siendo ellos mismos
quienes, ante la visible violencia de los hechos, comunican los hechos al juez
Julián Santos Cantero, que se personará en el escenario del crimen hacia las 7
de aquella tarde. Mientras esto sucede, el padre visiblemente abrumado va a por
el ataúd comunitario a casa del sepulturero, mientras el resto de la familia
marcha a la iglesia de San Gregorio comportándose en ella de forma incoherente
y exaltada, arrodillándose ante diferentes imágenes, discutiendo entre ellos,
bebiendo agua bendita de la pila, etc. Sería a su salida del citado templo
cuando la Guardia Civil procedería a su detención.
Los lamentos de Aurelia y los gritos y alboroto de la
familia lograron atravesar las paredes de la casa, pero no fueron suficientes
para que la vecindad tomara conciencia e interviniera con el fin de detener la
tragedia. Los pocos vecinos que hablaban con los periodistas en las primeras
horas tras el crimen aseguraban que pensaban que los llantos eran normales y
que tenían que ver con la conocida pena que la familia manifestaba a diario por
la muerte del joven Fernando…aseguraban, quien sabe si desconcertados o por no
haber tenido la suficiente determinación, que no podían imaginar que se estaba
cometiendo tan cruento crimen. Hoy los psicólogos sociales explicarían
adecuadamente esta conducta en el marco del “efecto espectador”. Sea como fuere,
al cabo de un par de semanas del crimen la prensa de la época, que ha seguido
día tras los acontecimientos, comienza a cuestionar en letras de imprenta la
“inocencia” de vecinos y familia. “Histéricas sí, bueno…¿Pero es que ese
histerismo contagia a todo el que pone el pie en esa casa?…¿Es que ninguno de
los asistentes a los últimos instantes de Aurelia comprenden que es un crimen
lo que acaba de cometerse, y un crimen horroroso?”
En los primeros días de su reclusión, mientras el juez y las
autoridades intentaban arrojar luz sobre los hechos, el comportamiento de todos
ellos fue errático y descontrolado. Ya fuese en prisión, en el hospital o en
las casas donde fueron acogidos, prácticamente no hablaban ni comían, y
evitaban entrar en contacto con ropa y objetos de su casa al considerar que
estaban infectados por los espíritus. En estas primeras jornadas también se
llegó a informar que Candelaria no durmió durante días, sumida en el tormento
de la visión de espíritus a su alrededor mientras estuvo ingresada en el
Hospital de San Martín.
Un año después de los hechos, el jurado dictó fallo
absolutorio para todos los encausados, aunque para aquel entonces ya hacía un
año que Candelaria, la médium, estaba ingresada en un psiquiátrico, suerte que
corrieron posteriormente su madre y otra de sus hermanas. Como era de esperar
socialmente fueron marginadas y la casa tuvo fama de maldita durante décadas,
siendo objeto y centro de la curiosidad de mucha gente que venía expresamente a
Telde a conocer el lugar de los hechos. De aquella vivienda hace bastante
tiempo que no queda nada, sin embargo, la memoria de los hechos que acogió,
será imborrable.
(La familia en la que sucedieron los hechos. Foto extraída de la prensa de la época, Diario de Las Palmas, abril de 1930. La víctima está señalada con una pequeña cruz)
Gracias a José Gregorio González, destacado hombre de la radio y también autor de varios libros, por este trabajo tan completo.
ResponderEliminarTuve la suerte de que un gran amigo me regalara "Las espiritistas de Telde", una gran obra de un insigne escritor.
ResponderEliminarGracias Luis