El ser humano tiene una gran capacidad para sobreponerse a las desgracias.
Nuestro cerebro, adaptativo e inteligente, procura siempre
reestablecer el equilibrio y lucha denodadamente contra la adversidad. La vida
depara casi por definición sorpresas día a día. El enfrentarse a los
problemas es una situación donde el individuo se ve solo con su mente y
su cuerpo sin más ayuda que su capacidad de resistencia puesta a
prueba. Por ese instinto de supervivencia innato tendemos a
ilusionarnos, a creer firmemente en un final feliz. Enfrentarse a los desafíos y conflictos con lucidez, esa es una de
las claves.
Efectivamente los problemas, porque nos agobian y son fuente de infelicidad, nos taladran el cerebro no
permitiéndonos rebuscar entre nuestras emociones aquellas alternativas que nos
permitan encontrarnos con el sosiego necesario. Pero hete aquí que el ser
humano sin necesidad de intelectualizar demasiado ni sus sentimientos ni su
realidad, es capaz de tener ese momento, esa mágica ocasión, algo así como en
un chasquido con los dedos, hay un ¡eureka!, una bombillita que se enciende y
nos ayuda a reconocer errores y a reparar daños pero que sobretodo nos impele a
adaptarnos a la situación en la que nos encontramos con el ánimo alto
y las esperanzas renovadas en solventar lo que nos provoca sufrimiento.
“Lo que está destinado a
suceder, siempre encontrará una forma única, mágica y maravillosa de
manifestarse”. Es una creencia construida,
aunque sea artificialmente y a lo mejor alejada de la realidad, la
que nos impulsa a actuar y a siempre esperar de manera activa porque “lo mejor está por llegar”. Ese determinismo positivo es como una consecuencia del
conocimiento que tenemos de la rutina de la propia existencia: Todos sabemos que todos los días sale el sol, que después de la lluvia
siempre escampa… Como decía Khalil Gilbran: “En el corazón de todos los inviernos vive una primavera
palpitante y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente”. La
inutilidad de la resignación es algo aceptado por nuestros corazones, solo hay
que encender el interruptor adecuado que encienda la bombilla adecuada.
Nuestra historia, la historia de las
personas, es un corolario de frustraciones, deseos incumplidos, momentos de
felicidad… hay de todo. Es nuestra historia, y es verdad, que cuando en la vida
se comienza a tener mas vivido que por vivir, cuando hay más pasado que futuro,
cuando hay más por el retrovisor, tendemos a situarnos en esa resignación y
contra eso hay que luchar. Reconciliarnos con nosotros mismos, construir
nuestro futuro sobre lo conocido y vivido aunque sea duro o creamos recordarlo
como un pasado duro. Buscar la felicidad como decía Beckett es también “fracasar, y así encontrar al
final el triunfo“. Buscar segundas oportunidades no es fracasar dos
veces, es fundamentalmente tener confianza en uno mismo, tener esperanza y eso
siempre es una antesala para conseguir un objetivo. Saber esperar. Tener la
paciencia suficiente, la autoconfianza suficiente para saber que llegará tu
momento, salir de la desesperanza, de la resignación, del tedio.
Juan Bouzam, en www.lavozdelsur.es
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