Himno sin mucho elogio para New York City
Cuando las ventanas del West Side golpean como címbalos en la puesta de sol,
Y cuando el viento gime entre las antenas del East Side,
Y cuando al norte y al sur de la calle treinta y cuatro,
En todos los mareados edificios,
Los ascensores golpean sus dientes y hacen chirriar las barras de sus jaulas,
Entonces, los hijos de la ciudad,
Saliendo de las guaridas de monos
de sus edificios de oficinas y departamentos,
Con gran dificultad abren sus bocas y cantan:
"Reina entre las ciudades de la Tierra: ¡Nueva York!
Rica como un pastel, común como un donut,
Cara como una piel y loca como la cocaína,
Nos encanta oír que sacudes
Tu gran cara como un banco resplandeciente
Haciendo saber al mundo de locos que estás llena de monedas de diez centavos!
"Esta es tu noche para hacer maracas de todo ese dinero metálico
París está en la cárcel, y Londres muere de cáncer.”
Este es el momento para que gires,
Reina de nuestra paz pasada exacerbada,
Y dejes que la emoción de tus congas algo tullidas
Reemplacen los valses de más resplandecientes
Capitales que han sido bombardeadas.
"Mientras tanto, nosotros tus hijos,
Llorando en nuestro zoo de ventanas mareadas mientras bailas,
Tragaremos aspirinas,
Y trataremos de evitar que nuestra jaula se derrumbe.
Mientras tanto, nuestra mente se llenará de estas peticiones,
Floreciendo calladamente entre los gongs de nuestros latidos.
Ellos tendrán que servir como oraciones:
-- ¡Oh, enciérranos en las seguras cárceles de tus películas!
Confínanos en las salas semiprivadas y en los blancos asilos
De inaguantables cocktail parties. ¡Oh Nueva York!
Senténcianos de por vida a las penitenciarías de tus bares y discotecas,
Y déjanos para siempre estupefactos por las luces azules e imparciales
Que llenan las pálidas enfermerías de tus restaurantes,
Y las clínicas de tus escuelas y oficinas,
Y los quirófanos de tus salones de baile.
“Pero no nos des nunca ninguna explicación, aunque la pidamos,
De por qué nuestra comida sabe a yodoformo
E incluso las flores más frescas huelen a funerales.
No, que nunca veamos tanto como para preguntarnos
Cuáles hombres ricos, tiritando en la oficina sobrecalentada
Y cuáles de los pobres, durmiendo boca abajo en el Daily Mirror,
Todavía están vivos y cuáles están muertos".
(1940-1942)
Poeta norteamericano (1915-68). Influido por sus lecturas e impulsado por una llamada interior a unirse con Dios, se convirtió al catolicismo en el año 1938. En 1941, ingresó en la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní en Kentucky. Se ordenó sacerdote en 1949.
La montaña de los siete círculos (1948), autobiografía, es su obra más famosa, traducida a veintiocho lenguas. También escribió Las aguas de Siloé (1949) y El signo de Jonás (1953), dos volúmenes sobre la vida de los trapenses; Semillas de contemplación (1949) y La vida silenciosa (1957), libros de meditación, así como varios libros de poesía Figuras para un Apocalipsis (1947), Las lágrimas de los leones ciegos (1949) y Las islas extranjeras (1957).
Se convirtió en un escritor contemplativo y poeta, y se abrió al diálogo con otras religiones, apoyando el pacifismo y los movimientos antirracistas. En 1959 conoció al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal al arribar éste al monasterio. Después del regreso de Cardenal a Nicaragua, Merton sostuvo con él una activa correspondencia epistolar hasta su muerte. La relación que se dio entre ellos fue de padre espiritual y devoto.
Poema traducido por Carlos Alberto Trujillo.
Poema traducido por Carlos Alberto Trujillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario