Hasta ahora cuando los
políticos españoles cesaban en su labor, normalmente les daban un altísimo
cargo en unas eléctricas. Por ejemplo, el señor Jordi Sevilla, ministro que fue
de Administraciones Públicas entre 2004 y 2007 en el gobierno de Rodríguez
Zapatero, ha sido presidente de Red Eléctrica cobrando 546.000 euros brutos al
año, una cifra insultante para todos los que tenemos que pagar la luz a fin de
mes. A otros muchos los mandaban a Endesa, a una fundación financiera,
etcétera. La clase política se protege a sí misma, se blinda y se distancia de
los mortales, tal vez por esas cosas la clase política no tiene buena imagen
entre la gente de a pie. Los tiempos cambian y ahora las actividades de los ex
altos cargos parece que se encaminan hacia otros negocios. ¿Por qué don Mariano
Rajoy quiere presidir la Federación Española de Fútbol, si pensábamos que al
dejar la política solo iba a ser un anónimo y pacífico registrador de la propiedad?
¿Por qué a don Paulino Rivero, al cesar como presidente del gobierno de
Canarias, le apetecía presidir al C.D. Tenerife? ¿Y por qué el periódico La
Razón' publicó al día siguiente de la debacle electoral de Ciudadanos que don
Albert Rivera, el hombre que llevó a ese partido al caos, también está por la
labor de ser un dirigente futbolero y que pudiera enfrentarse a Rajoy en las
elecciones a la Federación? Debe ser un cargo tan apetitoso como ser presidente
del gobierno.
El mundo cambia
deprisa, y estamos en medio de la sociedad de la pasarela y el escaparate. Los
acontecimientos deportivos generan audiencias millonarias y son soporte de
enormes inversiones publicitarias en los acontecimientos de primer nivel. Así
la Superbowl norteamericana o la final de un campeonato del mundo de fútbol se
convierten en acontecimientos planetarios. En los tiempos en que solo había un
canal de TV, y en blanco y negro, el generalísimo disponía que el clásico del
fútbol patrio, Real Madrid-Barcelona, se jugase en la víspera del 1º de Mayo y
se daba gratis para que el populacho estuviera entretenido y no pensara en
otras cosas. En aquella época tan ingenua pensábamos que el fútbol estaba
manipulado, había equipos muy favorecidos por los árbitros –igual que ahora
mismo- y cuando Franco dejara de existir ya no habría tanto fútbol en las
televisiones. Qué equivocados estábamos porque ahora hay fútbol cada día de la
semana, y no solo podemos ver la liga española sino que vemos las ligas de
medio mundo.
Ya sabemos que el
fútbol es el gran negocio planetario, que mueve millones y millones. Es, con
diferencia, el deporte más popular, incluso en lugares como Asia y África
despierta pasiones, y el fútbol británico en primer lugar y la Liga española en
segundo término son retransmitidos aquí y allá. Se estima que este deporte en
el planeta lo practican más de 300 millones de personas, entre profesionales,
amateurs, hombres, mujeres, jóvenes y niños. Y una enormidad de personas lo
siguen por las cadenas de TV. El fútbol evoluciona año tras año, en él cada vez
hay menos deporte y más espectáculo de circo, pero sobre todo cada vez hay más
millones. Una industria que mueve al año 500.000 millones de euros, lo que es
mucho más que el producto interior de muchos países. Ahora el fútbol se rige
por sociedades anónimas que cotizan en bolsa, constituyen un tejido financiero
de primer nivel. Las estrellas de este deporte, los jugadores que hemos llamado
galácticos, son figuras universales que anuncian coches, colonias,
desodorantes, calzoncillos, etcétera. Son estrellas mediáticas a los que siguen
multitudes.
Los clubs generan
opinión como si fueran partidos políticos, los clubs generan mensajes y
despiertan el interés de jeques árabes o de financieros chinos, dispuestos a
comprar esos equipos que antes solo despertaban sentimientos de identidad o
simpatía entre sus seguidores, pero que ahora son fenómenos mucho más complejos,
son negocios de primer nivel.
El fútbol quiere entrar
de lleno en el gran marketing del entretenimiento e internacionalizar un
producto que hasta ahora había sido solo regional, o nacional. Debido a las
diferencias horarias ahora en España se programan partidos al mediodía para que
los puedan ver los chinos y en general todos los asiáticos. Este vuelco a la
situación que se explica por la dimensión que han adquirido las retransmisiones
televisivas. El valor de estos derechos era de 196,21 millones de euros en
1999-2000 y solo suponía el 28 por ciento de los ingresos ordinarios, un peso que
en 2016-2017 se elevó al 46 por ciento con 1.454,6 millones de euros. “Aparte
de cambiar el mercado audiovisual, Netflix y HBO también compiten con nosotros
a la hora de entretener a las personas. Solo hablo de televisión porque es el
gran activo que tenemos y hay que aumentar su valor para ser líderes en ocio y
entretenimiento”, defendía recientemente el presidente de LaLiga, Javier Tebas,
en un encuentro con empresarios de la patronal CEOE. Sin embargo, todo ese
cambio de situaciones exigirá movimientos desde los futbolistas a los aficionados,
los dos colectivos más significativos que ven con recelo muchos de estos
cambios, como la fragmentación horaria o el plan para llevar un encuentro de LaLiga
a tierras norteamericanas cada año, ya la Supercopa se jugó en Arabia Saudí,
país sin derechos humanos, a cambio de un buen pellizco. “Las aficiones tienen
que estar en contra de esta situación”, ha manifestado este verano David
Aganzo, presidente de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE).
Está claro que la
comunicación se ha convertido en una pieza clave en esa renovada maquinaria
puesta en marcha por los clubes, orientada a generar confianza, adhesiones y
apoyos con un único objetivo: contar con los recursos económicos necesarios
para tener y retener a los mejores jugadores y afrontar así las competencias
con mayores probabilidades de éxito, tanto en el ámbito deportivo como en el económico.
Las grandes figuras del fútbol cobran auténticos dinerales y los gestores de los
clubes tienen también un papel a la hora de generar los mensajes que
contribuyan a hacer creíble y aceptado su proyecto por parte de jugadores,
socios abonados, hinchas, potenciales seguidores, accionistas, inversionistas,
canales de TV, patrocinadores, etc.
Dado el pastizal que
está en juego, los enfrentamientos personales son muy visibles. De ahí la
pésima relación entre el que manda en la Liga y el que manda en la Federación:
Tebas y Rubiales, Rubiales y Tebas quieren el mejor trozo del pastel. Y parece
que algunos políticos también.
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