He aprendido a leer los presupuestos, a no creer en la palabra de nadie, a contemplar de inmediato lo más profundo de los pactos a oscuras, a rehacer todas las restas, a enfrentar al estafador, hasta el final… y salir de la bruma antes de que me envuelva también.
El porvenir, las palabras de esperanza, solo me inspiran desconfianza. No aprecio demasiado las dulces promesas del porvenir… El porvenir es para los demás; para mí el presente desde siempre… de todos modos permanecemos en una ¿democracia?, mugrienta y empantanada, pero democracia al fin, como vociferan los blenorrágicos funcionarios de gobiernos apolillados, sólo para tullidos, hundidos en la desesperación, los autistas metafóricos, que pueblan naciones sometidas al imperio de la globalización omnipresente, que todo lo abarca, producto de una política deliberada, ejercida a escala mundial.
Esta política corporativista, busca instalar la anarquía en el mundo de los negocios y una economía de mercado sumidos en una forma económica superlativamente especulativa, fomentando y legitimando las desregulaciones y la fuga de capitales, jugando con la sacralización de unas monedas y el sabotaje de otras… de este modo se advierte como la globalización sirve de pantalla para el espectacular desarrollo de la dominación política, en su ideología dominante: el ultraneoliberalismo.
Los avances en la tecnología son inseparables de la globalización, pero no de la ideología que pretende confundirse con ella. Permitieron la victoria del ultraneoliberalismo, pero no son lo mismo que este, su panóptico podría ampliarse a límites insospechados, pero la ideología imperante, lo prohíbe… no dudemos que quienes dominan esta tecnología de punta, podrían disociarse del ultraneoliberalismo, sin sufrir la menor alteración en su logística y desarrollo.
El régimen dominante impone un dictado: «no hay alternativa a la economía de mercado», frase débil en sentido, carente de fundamento, absurda, discurso netamente totalitario, que define el espacio en el cual nos encontramos encerrados en el mercadeo de productos derivados de otros productos derivados de flujos financieros que imponen las reglas de juego de un sistema que deberíamos rechazar… ¿de qué modo?, hoy, sin rebelarse, pues es suicida, simplemente sacudiéndose la carcasa de propaganda ultraneoliberal, apartando pacientemente los interrogantes falsos que tapan los reales y verdaderos problemas que nos acucian.
Negarse a adaptarse al discurso y al acto consumado, a la economía de mercado especulativa, a los efectos del desempleo y la explotación sistemática de millones de trabajadores, a la competitividad, léase, sacrificio de los pueblos en aras del triunfo del explotador sobre otro, simuladores ambos del mismo juego de esclavitud y obediencia.
Este genocidio que se lleva a cabo a la luz del sol, es atribuido a las «crisis» temporarias, devenidas en instalar la nueva civilización, en la que sólo un porcentaje muy pequeño de los habitantes del planeta, tendrá funciones a realizar, en nombre de la sacrosanta especulación, por el bien del mercado.
Los seres que queden sin función no tendrán espacio ni acceso a la vida en términos de igualdad y derechos ante la ley no escrita del ultraneoliberalismo: no pertenecen al sistema, son los excluidos, los que se alimentan en los tachos de basura de las grandes ciudades, los que mueren al vista de todos, en calles de estas grandes urbes… este sistema destruye la condición humana, en su sentido original.
Con la complicidad que aún cuidan su pedazo de cielo, blanqueado a mano, se lleva a cabo el asesinato de millones de seres, indigentes, despojados de sus derechos, con salud destruida, expuestos sus cuerpos al frío, el hambre, los días muertos, la vida atroz, sin destino… pareciera ser natural, pues ninguna indignación o ira del amasijo de ciudadanos esclavos ha combatido el estado de las cosas, todos responden a un sentido de fatalidad, jamás expuesto, pero ya asimilado por el planeta.
Observemos, por ejemplo, Buenos Aires, una ciudad cosmopolita, en otros tiempos sofisticada, hoy «vintage», donde miles de seres, los pobres de antigua data y los nuevos, duermen bajo las estrellas, que asoman en las callecitas de esta ciudad, a la intemperie, cuerpos y almas fracturados, por la falta de alimento, cuidados ausentes, frío y calor, ausencia de respeto de miles que pasan y los observan con indiferencia, molestia inocultable y reprobación, actitudes que este sistema ultraneoliberal supo imprimir en quienes ciegamente se sumaron a las filas del ejército de sonámbulos, «el amasijo humano», sin ideas ni ideales que disfrutar y alimentar.
Y he aquí lo esencial: cuando a un país, por poco que quede de él, por indigentes que se encuentren sus habitantes, después de algún gran desastre, de inmensas pestilencias, se le propone hacer sacrificios, aún a riesgo de la vida de esa comunidad hambreada, no se trata de política, sino solo de la construcción de un genocidio meditado. Una cualidad inevitable de los psicópatas, de los miserables de pensamiento inmediato: los que imponen esclavitud y obediencia. Aparentemente, un callejón sin salida para un pueblo en el límite de sus fuerzas y sus ideales moribundos.
Por Eduardo Sanguinetti, Buenos Aires
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