Anelio es uno de los valores trascendentes de la
literatura escrita en Canarias. Doctor en Filología Hispánica y profesor de
lengua y literatura en secundaria, es poeta, autor de libros de relatos cortos,
ensayista y pintor. Entre 1995 y 2005 dirigió la revista La Fábrica (Miscelánea
de arte y literatura). Ha compaginado esporádicamente la escritura con la
pintura, no en vano es sobrino de Francisco Concepción, el retratista de Taburiente.
Entre otros reconocimientos, ha ganado el premio Ciudad de Santa Cruz de
Tenerife con un libro de cuentos y el Tiflos, convocado por la ONCE. Empezó con
la poesía y pronto publicó La Habana y
otros cuentos, 1990, veinte historias cortas que le pidió Elsa López.
-¿Podrías sintetizar la evolución de tu obra,
poemas, pintura, narrativa, animador de páginas literarias, hasta tu reciente Historia ilustrada del mundo?
-Me preocupó avanzar en la composición de relatos,
algunos originales por su planteamiento, como los del bestiario Relación de seres imprescindibles
(1998), ilustrado con dibujos infantiles de mi hijo Anelio, y otros más
clásicos y sobrios, como los de El perro
y los demás (2004). Incluso me lancé a escribir una novela, La abuela de Caperucita (2008), sin
miedo a jugar con claves de humor socarrón que ya habían asomado en los
primeros cuentos. A lo largo de diez años, dirigí una revista de arte y
literatura, La fábrica, que intentaba
dejar testimonio de todo lo que se estaba haciendo en Canarias. De tan
absorbente, aquella experiencia me obligó a cerrar un poco el grifo como
escritor (apenas pude escribir), y de paso me sirvió para identificar desde muy
cerca las virtudes, los defectos y los excesos de los creadores contemporáneos,
lo que valdría para hacer lo mismo con las virtudes, defectos y excesos
propios. Todo ello contribuyó a reafirmarme, y sospecho que tanta actividad, en
su conjunto, ha removido el poso que por último aflora en Historia ilustrada del mundo. En cuanto a mis aventuras como
pintor, las enseñanzas de tío Quico, el paisajista neoimpresionista Francisco
Concepción, fueron decisivas. Tuve la fortuna de aprender con él lo que no está
en los libros. Digamos que una parte del cerebro, la que concierne a la
percepción de la relación espacio-tiempo, “trabajó” a destajo casi tanto como
la otra, la que se pone en marcha con las palabras.
-Hay un poema entrañable que habla de tu padre: “Mi
padre solía soñar que volaba / sobre las casas y los bosques, / y yo ahora
suelo soñar que vuela / y vuela a cada instante, / con su batín de cuadros...” ¿Es
tu obra una crónica de la ausencia?
-No se trata de una constante, pero se percibe al
menos en tres libros: uno de poesía (Vigilias,
2008, que por cierto se cierra con “Sueño”, ese poema del que hablas), otro de
narrativa de no ficción (Historia
ilustrada del mundo, 2017) y otro de investigación historiográfica y
etnográfica (La tradición insular del
tabaco, cuya tercera edición apareció en 2016). Ahí encontramos un repaso
sentimental de todo aquello que define mis afectos familiares, en clave de
homenaje. Esa crónica de la ausencia, como bien la defines, en general viene
marcada por una valoración positiva de muchas personas a las que, por su
actitud en la vida, era fácil querer y respetar. Por otra parte, ahora que lo
pienso, en algunos de mis relatos cortos de ficción (por ejemplo Octubre y La
Habana, de La Habana y otros cuentos)
se percibe esa misma corriente de añoranza provechosa como reivindicación de un
mundo casi desaparecido que rebulle en nuestra memoria individual y colectiva.
Escribe despacio, sigilosamente construye su
imaginario. ¿No te da la impresión de que ahora se escribe velozmente y hay un
exceso de impaciencia en buena parte de los autores? Responde que, en efecto,
escribo sin prisas, con un nivel de autoexigencia que en ocasiones me limita
más de la cuenta. Ya no sé hacer las cosas de otro modo. En el tratamiento de
la escritura, tan delicado, la búsqueda del equilibrio entre fondo y forma
requiere un grado de concentración extrema. Por otro lado, es verdad que se
percibe una urgencia enfermiza en muchos escritores, sean conocidos o no.
Urgencia a la hora de escribir y a la hora de publicar. Quizá se deba al
influjo de las nuevas tecnologías, que vuelven instantáneo el contacto entre
las personas, aunque en muchos casos sea engañoso, y al auge de los talleres
literarios, que animan a cualquiera a lanzarse cuanto antes a la piscina, algo
legítimo, por supuesto. El número de escritores crece exponencialmente, y esto
por lógica genera una avalancha de publicaciones. Curiosamente, por desgracia
esta inflación no da lugar al asentamiento de una crítica literaria fiable, tan
necesaria para separar el grano de la paja, sino todo lo contrario. En
cualquier caso, las prisas vienen de un afán de notoriedad, no te quepa duda, y
de las premuras de las editoriales, rehenes del cortoplacismo. Esto conlleva
graves riesgos que afectan a la excelencia y a la honestidad del trabajo. Algo
parecido se produce en otras artes, como el cine, avasallado por sucedáneos
digitales, o la pintura, cautiva del mercadeo y la especulación, o la música
(en la ópera, por ejemplo, ya no prima la calidad técnica del cantante, sino su
porte y su juventud, de ahí que los nuevos se “quemen” en poco tiempo).
Finalmente le pido su visión sobre La Palma y su futuro.
Tiene claro que el tiempo parece haberse detenido desde hace décadas. Esta es
una isla conservadora, tanto de lo bueno como de lo malo. El interés por todas
las áreas de la cultura, que en cierto modo define un significativo
florecimiento en el siglo XIX, ha acabado sufriendo los tambaleos de la
economía durante el XX. No hay playas enormes, ni seguro de sol, ni espacios abiertos
para levantar barriadas turísticas. Lo que está claro es que el desarrollo
turístico ha de orientarse hacia un tipo de oferta racional, con cuidado de no
estropear los atractivos naturales. En esas estamos, aunque no con la intensidad
deseada. En la agricultura creo que hay que apostar por la diversificación,
aprovechando el potencial de las zonas de medianías. Las causas de nuestro empobrecimiento
económico parten de los bajos índices de natalidad y los obstáculos impuestos
desde fuera (el pez grande se come al chico), y tampoco se valora el capital
humano. El 99’9% de los mejores alumnos se van para no volver. Además, nuestra
clase política muestra su mediocridad, no potencia las vías de desarrollo.
(Publicado en La Provincia, www.laprovincia.es, hoy 8 de julio de 2019, en mi columna de los lunes titulada Ida y Vuelta)
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