Los
porteños son narcisistas porque la suya es una linda ciudad número 1 en el mundo
en librerías, puesto que hay más de mil; en estadios de fútbol porque el fútbol
es religión en todas las televisiones, la vida es un interminable partido de
fútbol y por eso los goles de Messi se repiten una y cien veces cada fin de
semana; en la avenida más ancha del planeta, la 9 de Julio; en la mejor carne
del universo por los excelentes pastos; en tangos de arrabal con navajeros
extraídos de un cuento de Borges; en el impresionante Teatro Colón, que según
muchos está por delante de la Scala de Milán, el Metropolitan de Nueva York, el
Bolshoi de Moscú o el Teatro de la Ópera de Sidney, teatro monumental donde
presenciamos un magnífico Rigoletto. En Buenos Aires la gente no es obesa como
en España, aunque esta ciudad arbolada y magnífica todavía debate el derecho de
las mujeres al aborto, y una mujer muere por violencia de género cada 32 horas,
más de 300 asesinadas al año. Una ciudad melancólica repleta de emisoras de
televisión en las cuales siempre se está tertuliando sobre el famoseo, sobre
las barras bravas del Boca Juniors y el River Plate; sobre la enfermedad de la
economía, sobre la ruina del peso demasiado sometido al dólar; sobre el alza
continua de los precios a causa de la excesiva inflación y la debilidad de un
país que se las ve y se las desea para pagar la deuda.
Admirable
ciudad con sus aires de París y de Nápoles, de tangos con letras tristísimas,
la capital de un país añorante de un pasado excesivamente mitificado pero que
sin duda convirtió a este lugar en una potencia de primer rango, aunque los
malos gobiernos la fueran devaluando sin remedio. Aquí hemos vuelto a ver a
amigos tan cordiales como Vicente Battista y Gloria, él fue premio Planeta de
Argentina, un autor de novela negra que vivió en Gran Canaria y ha sido
escritor muy reconocido, con su momento de gloria en los años 80. Hemos visto
también a Héctor Celano, que ya ha viajado a las islas para mostrar su voz
potente de recitador y prepara su próxima visita. Y hemos conocido a Eduardo
Sanguinetti, pasión heterodoxa contra esto y aquello, un hombre alto y con el
pelo rubio y revuelto, un combativo que nos hizo probar la célebre pizza de
aquí en El Cuartito, fundado en 1934, cuando la gran ola de inmigración
italiana.
Buenos
Aires es un debate permanente entre los políticos, Macri contra Cristina, los
peronistas contra sí mismos, las tantas banderías enfrentadas aunque pocos
saben qué es eso del peronismo. Quizá Buenos Aires esté condenada a devorar a
sus propios mitos, el mito omnipresente de Evita cuya tumba en La Recoleta está
disimulada en el panteón familiar de los Duarte y no tiene la grandeza que
cabría esperar. Todo es bello y decadente como el Café Tortoni, todo es desmesurado
como el agua color tierra del Río de la Plata y todo es hermoso como el delta
del Tigre con la casa-museo de Sarmiento, el presidente fundador. Y es la
elegancia de los flamantes rascacielos de Puerto Madero, con una estética que
ojalá hubiera copiado don Florentino el del Real Madrid para los mazacotes sin
gracia que levantó en el paseo de La Castellana. Todo es desmesurado aquí: el
propio trazado de parques y jardines, las calles rebosantes como la Avenida de
Mayo, Diagonal o Florida con su legión de gente ofreciendo cambio de moneda.
Aunque ya no tenga aquellos establecimientos que estaban abiertos las 24 horas
del día, cuando la ciudad no dormía porque había mucha riqueza. Ya no hay
librerías toda la noche porque acá no hay plata para gastar, nos dice la chica
de una de las más prestigiosas en la propia Corrientes, una calle que todavía
tiene teatros y libros, cualquier restaurante con el mejor bife de chorizo, la
mejor carne de nuestra vida.
Hoy
la capital sigue siendo animada y bullente, una ciudad plenamente europea que
ahora tiene inmigrantes con rostros indígenas porque vienen de Bolivia o Perú,
familias con tres o cuatro niños que practican la mendicidad diurna cerca del
Obelisco en una sucia colchoneta que por la noche es ocupada por alguno de los
sin techo. Este fue un buen país, nos dice una mujer de Galicia que lleva toda
su vida aquí. Pero ahora no es un buen país, dice con pena mientras se presta a
hacernos una foto con el fondo del rostro de Evita. Buenos Aires es una ciudad
extensa con callejuelas de la Boca, anchos bulevares llenos de verde, con
continuos homenajes a los héroes patrios, los próceres dominan aquí y allá. He
aquí un país que está sometido a la maldición del brillo perdido pero presto a
ser recuperado, un Ave Fénix que va a levantar el vuelo una vez más, siempre.
Aunque la calle Lavalle ya no esté repleta de cines, y los cines hayan sido
comprado por las iglesias evangélicas para una finalidad bien distinta, aunque
ahora haya menos plata para gastar y ha de ser racionado el tradicional asado
con las impresionantes milanesas y los rotundos dulces de leche del domingo al
mediodía.
La
eterna contradicción de Buenos Aires se palpa en la propia figura del papa
Francisco, que todavía no ha visitado su propio país, un papa jesuita en medio
de la polémica, algunos piensan que quiso cambiar cosas en el catolicismo pero
su entorno vaticano no se lo permitió. Buenos Aires, con tan excelentes
escritores aunque nunca le hayan dado el Nobel a Borges ni a Cortázar ni a
Sábato ni a tantas otras figuras legendarias del idioma, esa grandísima
literatura tan potente y admirable. Argentina, con tantos debates pendientes,
con esa pelea política de cada balcón, con esa permanente tertulia en busca del
paraíso perdido, el paraíso soñado, el paraíso que nunca existió. Al fin hemos
podido venir a la capital federal, como dice el refrán: nunca es tarde si la dicha
llega. Y por eso la maldición de las muchas decadencias y las múltiples
resurrecciones de este país será derrotada una vez más porque la albiceleste,
con tanta añoranza del pasado, seguirá en pie. Y las quince horas de vuelo,
incluido el enlace Madrid-Canarias, valen la pena. Así que recordemos esa
canción a viva voz: Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no
habrá más penas ni olvido…
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