Nosotros, sus agradecidos contrarios, erigimos esta
estatua a Apis, un boxeador considerado, que ni
cuando nos fajábamos nos hacía daño.
- Lucilius, Epitafio de un boxeador
Pasaban las nubes de tormenta con su
gorgojo tronador dentro; pasaban sobre el cementerio, agrio y cuaresmal de luz
morada. Altos cipreses, hemiciclos mortuorios, taxis en la avenida, un fulgor
diamantino en los lejos del sudoeste, urdimbres de coronas pudriéndose, colgado
como trapos viejos de las ventanas de los muertos y de las cruces de los
panteones.
Los acompañantes formaban un grupo
friolero contemplando el trabajo de los enterradores. Eran pocos y se hablaban
en voz baja.
Abrieron el ataúd antes de meterlo en el
nicho. Las monjas del hospital no habían logrado cruzar piadosamente las manos
del excampeón, que conservaba la guardia cambiada con el brazo derecho caído
según su estilo. Eso le quedaba. Todo lo demás fue miseria hasta su muerte, y
la Federación pagó el entierro.
Un periodista joven tuvo que ser
reconvenido por su director. Había escrito: «Cuando abrieron la caja, el
excampeón parecía totalmente K.O.».
Los muertos deben ser respetados, pero
era un buen epitafio.
(Novelista, 1925-1969)
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