El
enfado de la gente es muy visible, porque la ciudadanía esperaba que los
representantes que fueron elegidos hace cinco meses fuesen capaces de articular
entendimientos mínimos que condujeran a la gobernabilidad. Es lo menos que se
les puede pedir a los políticos que llevan nuestra voz al Congreso de los
Diputados, a las más altas instancias de la nación. Ellos actúan en nuestro
nombre, delegamos en ellos para que conformen una mayoría. Pero nuestros
legítimos representantes nos han obligado a pasar de nuevo por las urnas, sin
que hayamos percibido examen de conciencia ni propósito de enmienda. Muy al
contrario: unos y otros se han afanado en expresar que no se mueven ni un
centímetro. El afán de protagonismo y la soberbia han tumbado las expectativas
ciudadanas, pues a nuestra democracia le falta algo que en otros países está ya
muy consolidado, y es la normalidad del pacto. Está claro que las mayorías
absolutas son un fenómeno poco frecuente en Europa, y con ello se desarrolla en
los partidos políticos una predisposición a la negociación, al ejercicio del
máximo consenso posible. Sin olvidar que en países europeos ha habido gobiernos
en funciones durante más de un año y ello no ha supuesto un grave deterioro de
la cosa pública.
Debe
ser que todavía España es diferente para estas cosas. El señor Rajoy valora ser
el líder del partido más votado, y por ello nadie ha de reclamarle que dé un
paso a un lado. El señor Sánchez indica una y otra vez que él nunca va a
sentarse a hablar con el señor Rajoy. El señor Rivera advierte que él nunca
pactará con el Partido Popular si el señor Rajoy se empeña en ser el presidente
del gobierno, exige que dé un paso a otro candidato, le urge a que ponga en
primera fila a otra figura de su partido. Y el señor Iglesias, que ahora se
siente tan fuerte al haber negociado un frente común con Izquierda Unida,
advierte que si él va a ser el presidente del gobierno no tendrá inconveniente
en que el señor Sánchez sea su segundo en la tripulación. Soberbia en unos y
otros, altivez, desafección, escasa voluntad de servir al ciudadano. Las
rencillas se han ido cocinando de tal manera que ni sabemos si va a haber
debates a cuatro, a cinco, a dos, o a lo que sea. ¿Y qué ocurre en el mundo
judicial, que unos jueces se lanzan a la yugular de otros jueces dejándonos un
panorama de inauditas cuchilladas?
¿Quién
se atreve a pronosticar que en el largo y cálido verano vamos a tener, por fin,
un gobierno que aleja esta sensación de provisionalidad? Tal vez nos quede el
consuelo de que en otros países europeos que funcionan bien ya se ha dado este
caso de gobiernos en funciones durante un año, hasta un año y medio. ¿Pero
quién convence a los nuestros de que pongan en la presidencia a una figura secundaria,
a un independiente, al líder de una formación pequeña? ¿Quién les hace razonar que
debe llegar más pronto que tarde la hora de las mujeres al poder, con Soraya o
con Susana, de la misma forma que no sería mala idea que en Estados Unidos
llegase a la presidencia la señora Clinton?
La
gente de a pie aprecia mucho inmovilismo, una aparente incapacidad para
escuchar los argumentos del vecino. Y, al final, se volverán a formar dos
bloques antagónicos: las derechas a un lado y las izquierdas al otro, como
siempre. Porque, a fin de cuentas, esto es lo que hay y la historia siempre se
repite, sin que espabilemos para aprender sus lecciones. Puestas así las cosas,
las encuestas ya están echando humo, pero lo más probable es que, escaño
arriba, escaño abajo, el panorama del 26-J va a ser bastante parecido al que ya
tuvimos en diciembre. ¿Y qué partido será la segunda fuerza política, el
histórico PSOE o el nuevo Podemos con Izquierda Unida? Hay gente desencantada y
muy enfadada con la situación, que no dudará en votar a Pablo Iglesias, pero
también hay gente a la que le da miedo tener aquí una opción de gobierno a la
venezolana.
La
lucha por ocupar el centro-izquierda va a ser de campeonato. Hay quienes
piensan que si los socialistas caen al tercer puesto van a levantarse los
cuchillos contra Pedro Sánchez, y su liderazgo va a ser muy cuestionado por
Susana Díaz y los otros barones territoriales. ¿Y si el Partido Popular no es
capaz de sentar a otra fuerza cómplice para formar gobierno, habrá algún tipo
de responsabilidad, habrá lucha interna? Ahora mismo la ciudadanía percibe que
hay más inestabilidad entre los socialistas.
La
gente espera que el 26-J sea todo diferente, y que por fin asome la sensatez y
la responsabilidad que tanta falta están haciendo. Porque Europa ya nos está
esperando para poner nuevos deberes: las penalizaciones y los recortes no han
cesado ni mucho menos, la señora Merkel y Bruselas vendrán a visitar al nuevo
gobierno que surja de esta especie de segunda vuelta electoral que tenemos programada
para dentro de muy poco. El gobierno dice que el déficit se ha disparado porque
las autonomías, algunas de ellas, se empeñan en no corregir el rumbo del gasto.
Llama la atención un cierto grado de comunicación entre el gobierno en
funciones y los gobernantes de la Generalitat, pues el señor Puigdemont no ha
hecho demasiado asco a entrevistarse con el presidente Rajoy, cada uno enrocado
en sus planteamientos ya tan conocidos. En cuanto a la marcha de la economía, las
cosas no han mejorado de manera importante, antes bien, la deuda ya sobrepasa
el producto interior bruto y menos mal que el turismo sigue llenando los
hoteles y generando un impulso económico de primer nivel. Difícil va a ser que
Canarias sobrepase en años venideros la cifra histórica de 13 millones de
visitantes que hemos alcanzado gracias a la ruina de los países musulmanes,
donde por supuesto hay una economía todavía más precaria que la nuestra y donde
el descenso de turistas está generando dificultades a países en desarrollo.
¿Estamos siendo capaces aquí de generar una recuperación económica sostenible
en base a ese record turístico de estas últimas temporadas, o todo es tan
circunstancial y efímero que apenas dejará huella? ¿Van a reconvertirse los
establecimientos turísticos ya obsoletos para seguir siendo competitivos en un
futuro próximo?
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