Si
el fútbol es un estado de ánimo, como dijera Jorge Valdano, no cabe duda de que
los triunfos deportivos pueden elevar el ánimo de una comunidad decaída en
épocas de crisis, suponen una alegría en momentos de penurias. Las islas han
cumplido los objetivos de la reducción del déficit, pero a costa de un grave
deterioro en los servicios sociales, en la educación, en la sanidad, las listas
de espera, las pocas ayudas a la dependencia. Las corrupciones acechan en cada
esquina y las universidades canarias siguen estando calificadas en el pelotón
de los torpes. José Regidor, rector de la ULPGC, ha dicho con mucha razón que
esto es reflejo de que nuestros políticos y nuestras capas dirigentes no
apuestan por el I+D. Es estúpido que el gobierno regional se empeñe en publicar
informes optimistas sobre nuestra situación, ni los titulados de las dos
universidades encuentran fácilmente trabajo, ni aquí se leen más libros y
periódicos que en la media nacional, ni aquí se están abriendo librerías, y así
sucesivamente. En cambio disfrutamos puestos de cabeza en hechos tan negativos
como el divorcio, el fracaso escolar, el paro, etc. Sin olvidar el daño que
puede hacernos el cambio climático.
Como
consecuencia de la larga crisis Canarias se ha empobrecido aunque algunos
acrecientan sus rendimientos pues los hoteles están repletos, los empresarios
se frotan las manos pero el paro no desciende de manera significativa, el
personal de los hoteles está sobrecargado porque se contrata poco. En este
panorama, mucha gente ha vuelto a ser un poco más feliz que hace unas semanas
por las sensaciones que deja el equipo amarillo, que por encima de todo quiere
amarrarse a la Primera División. Ya hay quienes dicen que si el entrenador
cántabro hubiese estado desde principio de temporada, el equipo estaría peleando
por más altos logros. También hay quienes elogian el juego del equipo, que
estaría en el camino de recordar los años gloriosos con aquella gente tan
descomunal de los años setenta: Germán, Guedes, Tonono, etcétera. Frente a los
presupuestos gigantescos de los otros equipos, frente a las figuras
internacionales que cobran sueldos astronómicos, los grancanarios exhiben
humildad y trabajo. La rebelión de los débiles también es posible, más de una
vez David seguirá siendo capaz de vencer al Goliat de turno.
Quizá el secreto
radique en que hemos de aceptar e integrar anímicamente nuestras
circunstancias: nuestro lugar en el mundo, nuestra pequeñez geográfica, la
distancia que padecemos frente a los centros de poder. Asumiendo esas carencias
es como hemos de empezar a construirnos. No somos ni mejores ni peores que
otros, sino que somos diferentes. Y asumiendo la diferencia es como hemos de
encontrarnos a nosotros mismos, más allá de los clásicos complejos de
inferioridad: nuestro acento es diferente, tenemos poca historia detrás, hemos
sido un pueblo necesitado y por ello emigrante, nunca hemos conseguido grandes
gestas ciudadanas. Pero las islas de hoy no son aquellas que padecieron
personajes que sintieron la claustrofobia y la melancolía, las islas de hoy
reciben 13 millones de turistas, y aquí residen unos colectivos importantes de
gente venida de fuera que desea estar entre nosotros. Con los vuelos de bajo
coste, el insular de hoy puede darse el lujo de realizar viajes que sus abuelos
ni siquiera imaginaron. Cierto que nuestra sociedad tiene un nivel educativo y
cultural bajo, somos gente poco lectora, que genera poca demanda de los
productos culturales y artísticos que logran los creadores de esta tierra. Los
docentes están cansados y desorientados por tantas reformas mal encaminadas, el
déficit de los profesionales de la sanidad es evidente. El índice de paro, y
muy en particular el juvenil, sigue siendo abultadísimo, por lo cual vamos a
desprendernos de una generación bien preparada que habrá de preparar las
maletas de las que hablaba Pedro Lezcano.
Después de tantos
años de autonomía, el nacionalismo facilón y mal dirigido ha hecho mucho daño a
la comunidad. Nuestros líderes recomendaron la necesidad de participar en las
romerías, de conocer los barrancos y los usos tradicionales de la cultura rural
ya casi extinta, encomiando una práctica exclusivamente melancólica, pero en
vez de ello debieron impulsar reformas educativas para fortalecer en los
centros de enseñanza los conocimientos relacionados con la industria turística
y de manera primordial el conocimiento del inglés, del alemán y del francés, formando
nuevas generaciones muy capacitadas. De este modo tendríamos personal preparado
para trabajar en los puestos directivos del sector turístico, hoy acaparados
por alemanes, holandeses, austriacos o suizos, puesto que ellos sí son capaces
de manejar tres o cuatro idiomas. El nivel de éxito de nuestra autonomía se
mide más por la ejecución de carreteras y autopistas, cuando había mucho dinero
europeo, que por avanzar en las cuestiones de fondo.
El complejo de
inferioridad que todavía late en el subconsciente colectivo de muchos ha de ir
siendo arrinconado, cuanto antes mejor. Tan malo es el complejo de inferioridad
como el narcisismo, entre ellos hay que escoger un camino intermedio. Pues en
Canarias hay talentos tan capaces como los de otros lugares, aquí existe una
creación notable, tanto en el deporte como en las letras, las bellas artes, la
música, el teatro, el diseño. Y qué duda cabe de que el fútbol, el baloncesto o
la lucha canaria son productos culturales que también sirven para articular una
comunidad. Una creación que no tiene que vivir acomplejada porque nuestra
cultura sea mayormente de circuito cerrado, con difícil salida al mundo.
Lamentable que todavía existan las dobles barreras para que nuestros artistas plásticos
expongan en el exterior.
La escuela canaria de
fútbol, basada en el trabajo de la cantera y en ese fútbol reposado y armonioso
similar al clásico fútbol suramericano –Argentina, Brasil– está proporcionando ya
buenas alegrías. Porque, pese a estar atravesando la novatada del cambio de
categoría, con un presupuesto bien modesto en comparación con los clubs ya
asentados, esta Unión Deportiva está generando un estado de felicidad que no
sentíamos hace mucho. El equipo ha venido a mostrarse más competitivo y fiable
en el momento adecuado, y estos futbolistas –que hasta hace un par de meses pocos
valoraban– despiertan cierta admiración en el exterior. Sin narcisismos que nos
obnubilen, pero con el trabajo constante y gracias a la visión del entrenador y
los equipos directivos el estadio Gran Canaria está llamado a vivir gestas
importantes en los próximos años.
(Ilustraciones del periódico digital Tinta Amarilla)
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