lunes, 28 de marzo de 2016

El miedo nuestro de cada día


La sociedad de nuestros días tiene sobre sí una amenaza, un padecimiento, un talón de Aquiles que ha venido consolidándose sin que nadie lo pueda remediar. Bajo la aparente prosperidad del Primer Mundo, con las crisis cíclicas que el capitalismo nos trae cada diez años, late el miedo. La industria del miedo es, por cierto, un grandísimo negocio. Las empresas de armamento reinan en la bolsa universal desde los atentados de París, ahora con los acontecimientos de Bélgica las grandes del sector se han revalorizado en más miles de millones de euros, sus cotizaciones han subido de media casi un 10% desde los atentados. Una cifra que contrasta con los pobres datos de las bolsas mundiales, en permanente crisis. Pero los que fabrican armas se frotan las manos, el miedo es una gran industria.

No es extraño que en el solar donde algún día será construida una gran mezquita en la ciudad de Las Palmas hayan aparecido cabezas de cerdo y otros ultrajes a la religión musulmana, hay algunos que se oponen tajantemente a esa construcción. Estamos en un mundo globalizado donde todos nos comunicamos e interactuamos cada minuto de cada día, pero hay muchas amenazas, desconfianzas, acechos. El mismo miedo que puedes sentir cuando vas a subirte a un avión y un kamikaze se hace estallar para llevarse por delante a quienes están a su alrededor, el mismo miedo que puedes sentir cuando vas en un vagón de metro y alguien pulsa los detonadores. ¿Qué sucedería si a este rincón paradisiaco, ya con 13 millones de turistas al año, este emporio del turismo invernal, esta piscina a pleno sol en enero, llegaran estos locos sanguinarios y ejecutaran un atentado destinado a empañar nuestro prestigio como anfitriones de primer nivel?

La llamada Primavera Árabe ha sido un fracaso considerable, tras los asesinatos que occidente cometió sobre gente como Sadam Hussein o Gadaffi, las cosas se han ido empeorando de manera sistemática. Pudiéramos decir que ha sido peor el remedio que la enfermedad, no se ha asentado la democracia en cada uno de los países en los que hubo revueltas, a la desorganización interna se le suma la lacra del terrorismo, los comandos no tienen inconveniente en ametrallar a turistas en las playas de Túnez o ante los monumentos funerarios de Egipto.  Y ahora una parte nada desdeñable de la prosperidad canaria se sustenta sobre la desgracia de esos países norteafricanos cuyos hoteles están vacíos.

A partir de la invocación del fanatismo, se radicaliza la intolerancia y en Europa aparecen movimientos ultraderechistas de largo recorrido. Amparados entre los seguidores de los equipos de fútbol, también en España se manifiestan de vez en cuando estos impresentables. Y, en cuanto a las prácticas religiosas, unos cuantos siglos después de que lo hicieran los católicos, hay quienes están ahora desarrollando su Inquisición particular. Estamos dispuestos a mandar a humanos a Marte pero aquí abajo regresamos a las cavernas de la tribu, de ahí la proliferación de los nacionalismos excluyentes, de las prácticas intolerantes en nombre de un Dios siempre vengativo. Como si ese Dios tuviese que ser un enemigo de cuidado, un Dios del odio.

Si bien es cierto que a la policía belga se le podría calificar de pusilánime, protocolaria, burocratizada e ineficaz, no es menos cierto que la radicalización de jóvenes musulmanes parece difícil de controlar. Hace un par de años, atravesando desde la estación de trenes hacia el centro de Bruselas, nos dimos cuenta de la omnipresencia de inmigrantes de países islámicos. Ahora sabemos que ese barrio, tan descuidado, es un nido de extremistas dispuestos a morir matando. Son cientos, acaso miles, los que han viajado desde países tan evolucionados como Gran Bretaña, Francia, Suecia, Estados Unidos o Alemania para integrarse en las filas armadas del llamado califato, un proyecto loquinario que ha estado creciendo más allá de Bin Laden y todos sus secuaces. Son chicos y chicas nacidos en entornos confortables, que supuestamente han sido receptores de una buena educación, que tienen nacionalidades occidentales y que sin embargo sienten la llamada para practicar la “guerra santa” que predican las interpretaciones más iluminadas del Islam.

En este contexto, coincidiendo con la celebración del Día de la Patria Vasca, ¿qué reflexiones nos origina el hecho de que ETA haya emitido un comunicado en el que critica los recientes atentados? No tiene límites el cinismo, pues la organización responsable de aquella terrible matanza del Hipercor de Barcelona, censura las bombas de Bélgica porque “no se pueden aceptar matanzas así, que tienen como objetivos a simples ciudadanos”.

Si en el Padrenuestro los creyentes piden el pan nuestro de cada día, debe ser que Satán nos obsequia con el terror nuestro de cada día. Por suerte, los cien mil musulmanes registrados oficialmente con residencia en Canarias –en la práctica seguramente son algunos más– son de vocación pacífica. Tienen derecho a disponer de lugares adecuados para su culto religioso, pero también nuestras fuerzas de seguridad deben practicar un seguimiento adecuado no sea que tengan la tentación de radicalizarse como ya ha sucedido en algún caso registrado en Lanzarote, y en los constatados en Cataluña, Ceuta, Melilla y otros puntos desde los que han salido jóvenes para combatir en las filas del ejército del mal.

Esta Europa en permanente fase de acoso y derribo, ahora con el problema de volver a cerrar las fronteras, con el terrible asunto de recibir a cientos de miles de refugiados, tiene un problema serio: el del miedo. Paralelamente, Canarias también tiene una bomba de relojería, la desigualdad. No en vano somos la segunda región con más paro, la que cuenta con mayor desnivel social, donde más se pierde cada año el Estado de Bienestar, donde disfrutamos una mala sanidad, una pésima educación, el fracaso escolar más alto, el consumo de la droga, los embarazos en adolescentes, el alto índice de divorcios, el aborto, la emigración de jóvenes titulados en nuestras universidades porque aquí nadie les da trabajo, etcétera. La destrucción de los servicios públicos no tiene parangón.

Nuestro paraíso canario es un tigre de papel, un coloso con los pies de barro. Nuestros empresarios se frotan las manos porque el futuro a corto plazo es óptimo, los hoteles tan repletos que quieren construir más a toda prisa como en aquella vorágine de las décadas pasadas, miles de nuevas plazas para acoger la avalancha. Pan para hoy y hambre para el mañana, advertía César Manrique. ¿Otra vez la siembra de cemento alegre?

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