La
sociedad de nuestros días tiene sobre sí una amenaza, un padecimiento, un talón
de Aquiles que ha venido consolidándose sin que nadie lo pueda remediar. Bajo
la aparente prosperidad del Primer Mundo, con las crisis cíclicas que el
capitalismo nos trae cada diez años, late el miedo. La industria del miedo es,
por cierto, un grandísimo negocio. Las empresas de armamento reinan en la bolsa
universal desde los atentados de París, ahora con los acontecimientos de
Bélgica las grandes del sector se han revalorizado en más miles de millones de
euros, sus cotizaciones han subido de media casi un 10% desde los atentados.
Una cifra que contrasta con los pobres datos de las bolsas mundiales, en
permanente crisis. Pero los que fabrican armas se frotan las manos, el miedo es
una gran industria.
No
es extraño que en el solar donde algún día será construida una gran mezquita en
la ciudad de Las Palmas hayan aparecido cabezas de cerdo y otros ultrajes a la
religión musulmana, hay algunos que se oponen tajantemente a esa construcción.
Estamos en un mundo globalizado donde todos nos comunicamos e interactuamos
cada minuto de cada día, pero hay muchas amenazas, desconfianzas, acechos. El
mismo miedo que puedes sentir cuando vas a subirte a un avión y un kamikaze se
hace estallar para llevarse por delante a quienes están a su alrededor, el
mismo miedo que puedes sentir cuando vas en un vagón de metro y alguien pulsa
los detonadores. ¿Qué sucedería si a este rincón paradisiaco, ya con 13
millones de turistas al año, este emporio del turismo invernal, esta piscina a
pleno sol en enero, llegaran estos locos sanguinarios y ejecutaran un atentado
destinado a empañar nuestro prestigio como anfitriones de primer nivel?
La
llamada Primavera Árabe ha sido un fracaso considerable, tras los asesinatos
que occidente cometió sobre gente como Sadam Hussein o Gadaffi, las cosas se
han ido empeorando de manera sistemática. Pudiéramos decir que ha sido peor el
remedio que la enfermedad, no se ha asentado la democracia en cada uno de los
países en los que hubo revueltas, a la desorganización interna se le suma la
lacra del terrorismo, los comandos no tienen inconveniente en ametrallar a
turistas en las playas de Túnez o ante los monumentos funerarios de Egipto. Y ahora una parte nada desdeñable de la
prosperidad canaria se sustenta sobre la desgracia de esos países
norteafricanos cuyos hoteles están vacíos.
A
partir de la invocación del fanatismo, se radicaliza la intolerancia y en
Europa aparecen movimientos ultraderechistas de largo recorrido. Amparados entre
los seguidores de los equipos de fútbol, también en España se manifiestan de
vez en cuando estos impresentables. Y, en cuanto a las prácticas religiosas, unos
cuantos siglos después de que lo hicieran los católicos, hay quienes están
ahora desarrollando su Inquisición particular. Estamos dispuestos a mandar a
humanos a Marte pero aquí abajo regresamos a las cavernas de la tribu, de ahí
la proliferación de los nacionalismos excluyentes, de las prácticas
intolerantes en nombre de un Dios siempre vengativo. Como si ese Dios tuviese
que ser un enemigo de cuidado, un Dios del odio.
Si
bien es cierto que a la policía belga se le podría calificar de pusilánime,
protocolaria, burocratizada e ineficaz, no es menos cierto que la
radicalización de jóvenes musulmanes parece difícil de controlar. Hace un par
de años, atravesando desde la estación de trenes hacia el centro de Bruselas,
nos dimos cuenta de la omnipresencia de inmigrantes de países islámicos. Ahora
sabemos que ese barrio, tan descuidado, es un nido de extremistas dispuestos a
morir matando. Son cientos, acaso miles, los que han viajado desde países tan
evolucionados como Gran Bretaña, Francia, Suecia, Estados Unidos o Alemania
para integrarse en las filas armadas del llamado califato, un proyecto
loquinario que ha estado creciendo más allá de Bin Laden y todos sus secuaces.
Son chicos y chicas nacidos en entornos confortables, que supuestamente han
sido receptores de una buena educación, que tienen nacionalidades occidentales
y que sin embargo sienten la llamada para practicar la “guerra santa” que
predican las interpretaciones más iluminadas del Islam.
En
este contexto, coincidiendo con la celebración del Día de la Patria Vasca, ¿qué
reflexiones nos origina el hecho de que ETA haya emitido un comunicado en el
que critica los recientes atentados? No tiene límites el cinismo, pues la
organización responsable de aquella terrible matanza del Hipercor de Barcelona,
censura las bombas de Bélgica porque “no se pueden aceptar matanzas así, que
tienen como objetivos a simples ciudadanos”.
Si en el
Padrenuestro los creyentes piden el pan nuestro de cada día, debe ser que Satán
nos obsequia con el terror nuestro de cada día. Por suerte, los cien mil
musulmanes registrados oficialmente con residencia en Canarias –en la práctica
seguramente son algunos más– son de vocación pacífica. Tienen derecho a
disponer de lugares adecuados para su culto religioso, pero también nuestras
fuerzas de seguridad deben practicar un seguimiento adecuado no sea que tengan
la tentación de radicalizarse como ya ha sucedido en algún caso registrado en
Lanzarote, y en los constatados en Cataluña, Ceuta, Melilla y otros puntos
desde los que han salido jóvenes para combatir en las filas del ejército del
mal.
Esta Europa en
permanente fase de acoso y derribo, ahora con el problema de volver a cerrar
las fronteras, con el terrible asunto de recibir a cientos de miles de
refugiados, tiene un problema serio: el del miedo. Paralelamente, Canarias también
tiene una bomba de relojería, la desigualdad. No en vano somos la segunda
región con más paro, la que cuenta con mayor desnivel social, donde más se
pierde cada año el Estado de Bienestar, donde disfrutamos una mala sanidad, una
pésima educación, el fracaso escolar más alto, el consumo de la droga, los
embarazos en adolescentes, el alto índice de divorcios, el aborto, la
emigración de jóvenes titulados en nuestras universidades porque aquí nadie les
da trabajo, etcétera. La destrucción de los servicios públicos no tiene
parangón.
Nuestro paraíso
canario es un tigre de papel, un coloso con los pies de barro. Nuestros
empresarios se frotan las manos porque el futuro a corto plazo es óptimo, los
hoteles tan repletos que quieren construir más a toda prisa como en aquella
vorágine de las décadas pasadas, miles de nuevas plazas para acoger la
avalancha. Pan para hoy y hambre para el mañana, advertía César Manrique. ¿Otra
vez la siembra de cemento alegre?
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