Si hubiese Gobierno, el Gobierno abordaría la cuestión catalana como un problema a encauzar, como el problema, junto al paro. Y no como una oportunidad electoral partidista para recuperar —inane anticatalanismo mediante— a sus fanes más hoscos, aquellos que ya tienen decidido abstenerse.
Vamos, si el Gobierno leyese las encuestas y se enterase de que los encuestados ven a su partido como un extremo radical, y no como un polo centrista, área rotular desde donde ganar y perder elecciones. Y se aprestase, pues, a recuperar el centro perdido, sin soñar fútilmente que el retorno de la mayoría absoluta se lo regalará el enervamiento que a buen seguro irá suscitando el secesionismo en las próximas semanas. Los ciudadanos premian (en ocasiones) a quien resuelve conflictos, pero (menos) a quienes los crean o los agravan.
Si hubiese Gobierno, el Gobierno formularía propuestas para encauzar o resolver el problema, que va enquistado desde hace más de cuatro años: alguna responsabilidad tendrá. Y nunca más hablaría de la mera defensa de la legalidad —algo esencial e ineludible, pero insuficiente según se va viendo— sin acompañarlo de ideas, sugerencias, aptas para seducir a virginales, reconducir a desencantados y desconcertar a quienes considere irreductibles.
Si ese Gobierno luciese presidente, contestaría, aunque fuera con un añito de retraso, las 23 propuestas/reivindicaciones que le presentó el 30 de julio de 2014 el presidente de la Generalitat. Bueno, 22, porque una sí la resolvió la ministra de Fomento.
Si el Gobierno tuviese presidente, se instalaría en Barcelona, o en Castellfollit de la Roca (se supone que son también España), durante unas semanas, escuchando, hasta tener una idea, un proyecto, una reforma que fuese algo más que hacer nada, jibarizar el Estado autonómico o preanunciar escarmientos.
Si un presidente se arrimase y escuchase, quizá emitiría un sonido, un pálpito: quizá un discurso proactivo, sin regañinas. Quizá imaginaría un grupo de sabios, quizá se replantearía el calendario electoral, quizá exploraría alguna reforma legal, quizá se esforzaría en trenzar complicidades con otros, los que todavía quieren creer en que hay alternativa al caos. Son muchos. Muchos que no tienen Gobierno. Ningún Gobierno.
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