El tiempo era
redondo; avanzaba tan despacio que pensábamos que nunca llegaríamos a la edad
adulta. El aire era plácido y la pequeña ciudad vivía tan lejana y ensimismada
que los poetas la llamaban “la ciudad de ensueño”. El tiempo era circular,
esférico, se detenía sobre sí mismo. Nunca pasaba nada, salvo la misa mayor de
los domingos a las 11; la película del oeste, de Joselito o Marisol en el
matiné de los domingos a las 4; las procesiones de Semana Santa; las fiestas de
La Patrona y
el paseo de los domingos entre la plaza y la avenida. En aquella edad, el
tiempo me parecía tan remansado como el agua de los estanques, también
redondos, en que aprendí a nadar, lejos del mar.
No teníamos televisión, y las emisoras de radio de Tenerife se oían mal
porque el valle queda al otro lado de la cumbre, y por tanto en una zona de
sombras. Verde y luminoso, el territorio de Aridane se desperezaba feliz cada
mañana, y las noticias del mundo llegaban en sordina, a través de las pocas
páginas de aquel Diario de Avisos donde
comencé a escribir, precisamente para reclamar un instituto de enseñanza media.
Eran otros tiempos, sí, y un alcalde me había llamado a su despacho en compañía
de mi padre, y me amenazó con detenerme tres días en el calabozo municipal, a
ver si se me calmaban los ánimos de ser un poco protestón. Yo estaba tan
asustadillo que prometí enmendarme. Como ven, sin mucho éxito, porque elegí la
profesión que a aquel alcalde de comienzos de los años 60 le parecía más
peligrosa: la del periodismo, la de la literatura, la de las letras.
La infancia es la era más feliz de los sueños. Aquí crecí junto con otros
compañeros, para los cuales también existían sólo dos posibilidades: o la
platanera, o la carrera. Claro que no era fácil salir a estudiar, sobre todo
cuando los padres no disfrutaban una buena posición. Pero algunos salimos, y
casi todos nos dispersamos: unos a Tenerife, otros a Gran Canaria, algunos en
Madrid, en Caracas, por Europa; hemos triunfado, o hemos perdido los pequeños y
grandes lances del trabajo, del amor, de la soledad. La vida nos ha golpeado,
pero la fiesta nos reúne de nuevo, y ésa es una gran noticia.
El valle de Aridane es –todavía- uno de los lugares más armoniosos de las
islas. Y ahora el desafío consiste en incorporarnos a la modernidad de la
economía turística, sin echar por la borda el respeto al paisaje y a las
tradiciones. En las otras islas mayores, el “boom” turístico trajo una euforia
constructora que no entendía de planes de ordenación del territorio; las
consecuencias de este avasallamiento de los espacios se traducen en unos
litorales destruidos irremisiblemente por la voracidad de la especulación. Ya
el paisaje canario está seriamente dañado. Y después de tanto desastre, la
razón nos dice que si hemos de recuperarnos, si tratamos de rescatar algo de la
identidad perdida, es forzoso que cada ayuntamiento haga respetar las normas,
la definición de su propio entorno, el patrimonio de usos y costumbres
acumulado durante cinco siglos por la vida cotidiana de los isleños. Pues sólo
siendo auténticos, sólo manifestando nuestra peculiar manera de entender el
mundo, podremos mantener algo de nuestra personalidad atlántica.
Ahora que la isla de La
Palma trata de incorporarse a la corriente del turismo, bueno
será que las autoridades reflexionen sobre el cúmulo de errores ya detectados
en el archipiélago para que jamás caigan en ellos. Pues la euforia de diseñar
miles y miles de camas turísticas en un ecosistema tan frágil como el nuestro
supone un deterioro irreversible. Y eso es justamente lo que todavía busca el
visitante: el hecho de que La
Palma posee una naturaleza hermosa, pletórica de verdes, y
una gente hospitalaria, aunque recelosa y desconfiada ante el deterioro del
medio ambiente.
La experiencia dice que ya no basta con el sol y la playa, ya que las
nuevas generaciones de europeos vienen mentalizadas por el mimo a una
naturaleza que ha de regenerarse frente a la lluvia ácida, frente a los riesgos
de las centrales nucleares, frente al agujero de la capa de ozono y todas las
contaminaciones que el hombre ha introducido velozmente en los últimos años de
tal modo que la desertización se hace más notoria, está cambiando el clima
porque la naturaleza ha sido demasiado castigada, y ahora pasa su factura.
Y ahora contemplemos lo que nos dice la historia. Aridane –es decir,
lugar llano en lengua guanche- corresponde al territorio de una de las doce
tribus prehispánicas de la isla. Era la jurisdicción más extensa, antes de que
se segregara la villa de El Paso en 1837 y Tazacorte en 1925. De economía
agrícola, su florecimiento dependió durante siglos de los denominados “pagos de
señorío” de Argual y Tazacorte, en los que se ubicaban importantes ingenios de
azúcar. El conquistador Alonso Fernández de Lugo repartió tierras entre sus
colaboradores, y en 1513 aparece un caballero originario de Flandes, que
castellaniza su apellido y se convierte en Jácome de Monteverde. Fue una etapa
tan floreciente que el navegante portugués Gaspar de Frutuoso nos habla así:
“esos dos ingenios y haciendas, que están valorados en más de doscientos mil
cruzados, pues no se hacen en ellos menos de 7 u 8.000 arrobas de azúcar cada
año, mo0liendo de enero a julio, sin cesar, con grandes provechos de mieles y
remieles que envían a Flandes.” (Obra De
Saudades da terra, fechada en 1590).
Viera y Clavijo, citando a Abreu Galindo, nos dice que “la isla de La Palma , que los naturales
llaman Benahoare, como quien dice “mi tierra”, estaba dividida en doce reinos o
cantones.” En primer lugar, “el círculo de Aridane, cuyo príncipe se llamaba
Mayantigo o Pedazo de Cielo, nombre que le adquirió su agradable fisonomía y el
genio popular con que se hacía amar de sus vasallos. Y, en fin, estaba el
“círculo de Aceró (que hoy llaman La
Caldera ), el más incontrastable de todos, y su príncipe, llamado
Tanausú, supo aprovecharse tan prudentemente de estas ventajas que fue el
último terreno de la isla que se rindió a las armas españolas, después de una
defensa desesperada.”
Cuando Viera da a conocer su Historia de Canarias –hacia 1772- nos da la
siguiente descripción: “Los Llanos está a 4 leguas de Mazo, camino en cuesta,
pues se monta a la cumbre, pero sin peligro y poblado de bosque. Como una legua
antes está la ermita que dicen El Paso, o Nuestra Señora de Bonanza. Las más de
las casas son terreras y en buen número arruadas. Abunda en frutos, por lo que
están allí los mejores mayorazgos de la isla. La iglesia es de 3 naves,
adornada y capaz. El curato es provisión del rey. Contiene toda la jurisdicción
4.194 personas repartidas en los célebres pagos siguientes: Tazacorte, Argual,
Tacande, El Paso, Las Manchas, Triana y Calderetas. En Argual y Tazacorte están
los dos famosos ingenios de azúcar de las casas de Monteverde, Vandale,
Sotomayor, etc., a quienes pertenece todo aquel territorio y sus aguas, con
jurisdicción cerrada, y el patronato de las tres ermitas de San Pedro, San
Miguel y las Angustias. San Miguel está en Tazacorte, puerto de mar, cuya rada
la forma el barranco de las Angustias hacia el Sudoeste, que llaman río porque
corre todo el año.”
Habla también Viera del prestigio de que gozaba la isla “no sólo entre
los españoles que la conquistaron y que navegaban a las Indias, no sólo entre
los portugueses, los primeros amigos del país que hicieron en él su comercio,
sino también entre los flamencos, que acudieron después a ennoblecerla,
atraídos de la riqueza de sus azúcares o de la excelencia de sus vinos…”
El Valle fue –desde la propia fundación de la sociedad insular- la
comarca más próspera. Los Llanos era el eje de esta economía floreciente, del
comercio y los servicios, y por estas razones pasa a ser villa en 1868, y más
tarde pasa a ser ciudad que va acaparando las funciones urbanas de media isla,
declarándosele también cabeza de partido judicial.
Con sentido de orgullo y amor a las raíces, el hombre de la isla interior
ha sabido salvaguardar buena parte de la cultura popular, que está hecha de lo
que la tierra ofrecía y de que el hombre supo arrancarle.
Está claro que somos el resultado de una mezcla de pueblos y de
entendimientos diversos de la vida: nuestros antepasados mezclados con los
castellanos, los portugueses, los moriscos y judíos expulsados de la Península , las gentes de
Flandes, Génova, Malta, Irlanda… algunos han llegado a plantearse que –puesto
que nuestra esencia es resultado de la mezcla de otras muchas- nuestra
característica básica sería la “no identidad”, la carencia de perfiles propios.
Esta actitud contribuiría a mantener sin duda nuestro complejo de indefensión,
nuestro relevamiento. Pero ahora las cosas comienzan a cambiar. Pues somos un
pueblo atlántico que a pesar de vivir en una isla de paisaje prodigioso ha
tenido que emigrar con frecuencia, para dejar en América nuestro espíritu de
trabajo y nuestra nobleza. Y ahora tenemos que incorporarnos al mundo sin dejar
de ser nosotros mismos.
Hemos tenido una historia difícil –con sequías, epidemias, volcanes,
éxodos masivos- y es el tiempo de reverdecer los laureles de nuestro anterior
prestigio, cuando La Palma
fue sede de importantes movimientos culturales, cuando tuvimos un movimiento
periodístico insólito para la pequeñez del territorio, cuando las ideas bullían
y nuestros intelectuales mantenían contactos con las mejores universidades de
la época, sobre todo americanas. Estamos, pues, en un tiempo de regeneracionismo
y nuestro más importante reto va a ser el de asumirnos desde el pasado y
proyectarnos hacia el futuro. Desde nuestro cielo los astrónomos otean las
galaxias más lejanas, tenemos paisaje para atraer a miles de foráneos que
buscan aquí un trozo de su paraíso perdido, nuestro agricultor es todavía un
hombre capaz de defender sus raíces, hemos tenido la dicha de conservar los
bosques centenarios y los parajes más sorprendentes, y si tenemos sentido común
sabremos captar el interés de quienes aquí deseen invertir, ofreciéndoles el
respeto a una arquitectura popular, la aceptación de nuestra peculiar
idiosincrasia, la valoración de nuestro entorno rural.
Nuestro pueblo –que ha ido subiendo su nivel de desarrollo- necesita un
ocio enriquecedor, con una llamada a la búsqueda personal. En la banda
occidental de la isla, la más poblada y la de mayor peso económico, hace falta
un ocio cultural que ofrezca espectáculos teatrales y musicales, expresiones
artísticas, bibliotecas.
Y tenemos esta imagen de la
Virgen de los Remedios, que data del siglo XVI, con rasgos
góticos y origen flamenco. Tenemos esta fiesta de La Patrona y nos tenemos a
nosotros mismos.
Por todo ello, ¡viva la fiesta de Los Llanos de Aridane)
(Pregón de las fiestas de La Patrona , Los Llanos de Aridane,
1990. Leído en Radio Nacional de España en Canarias)
Hermosa clase de historia y literatura.
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