Harto
de perseguir hermosas mujeres de ficción, personajes adorables e intensos como
la tía Julia o la erótica Madrastra, el gran escribidor Jorge Mario Pedro Vargas
Llosa, marqués de Vargas Llosa desde que el rey Juan Carlos le concediera la
distinción en febrero de 2011, se ha lanzado a la vorágine de los amores
tardíos. No otra cosa le ha podido suceder al propio Juan Carlos con su presunta
Corina. ¿Por qué, podríamos preguntarnos, al borde de ser octogenario, deja en
la cuneta a la esforzada prima hermana Patricia, que ha venido sustentándolo a
lo largo de los duros combates literarios de toda una vida, lógicamente repleta
de enemigos posesivos y celosos a machamartillo que le estuvieron ninguneando
el Nobel durante tantos años? Ah: la vieja tentación de sentirse más joven si
la piel que te acompaña en la cama tiene 15 años menos, pues él tiene 79 y la
diosa solo 64.
Hay
cosas del corazón que la razón no conoce, y está claro que a los hombres de
cierta edad les ilusiona rejuvenecer apoyándose en una mujer más joven que la
que ya tenían. Le pasó a Camilo José Cela, le sucedió a Rafael Alberti, y las
cosas suelen acabar mal, con denuncia de los herederos frente a las nuevas
parejas, a veces excesivamente codiciosas y manipuladoras. En el caso de la
Preysler ahora muchas fuentes señalan que la cosa venía de lejos, que ella le
hizo una encantadora entrevista en el año 86 y que luego las dos parejas, la
Preysler con el Boyer y el Mario con la Patricia, confraternizaron en muchas
cenas y saraos sociales en la Villa y Corte. Pero lo cierto es que en las
últimas y reveladoras fotografías –menudo negocio para la llamada prensa del
corazón, a cómo pagarán la exclusiva de la boda– se le ve a ella guapa,
retocada, indiferente, porque siempre ha sido carne de portada de Hola,
mientras que a él se le observa como cordero degollado tras su faraona, la
devoramaridos Isabel Preysler. Un hombre elegante, siempre bien vestido y con
el peso controlado merced a su práctica del tenis y su paso cada verano por
carísimas clínicas malagueñas.
Y
es que el espigado arequipeño siempre fue un hombre bien plantado, elegante y
sutil, dominador del verbo y hasta de los puños. ¿Cómo no recordar aquella
boxística acción cuando le propinó un tremendo puñetazo a su antes amigo
Gabriel García Márquez, presuntamente porque este advirtió a Patricia de que su
marido estaba algo liado con una modelo norteamericana? La gente evoluciona, la
gente tiene derecho a cambiar. Así el Marqués Vargas Llosa empezó siendo un
chicuelo proclive a la Revolución Cubana, era un izquierdista entusiasta hasta
que el caso Heberto Padilla y su biológica evolución hacia el conservadurismo a
lo Margaret Thatcher marcaron su devenir ideológico. La crítica seguía
estimando que el gran Mario, tan de derechas ya, seguía escribiendo novelas
izquierdistas como La fiesta del Chivo, seguramente su último gran libro.
El
mundo está mal hecho, pero la literatura es fuente de transformación y
progreso. Además, a los letraheridos les hace el favor de alejar el estigma de
la muerte, puesto que se supone que un libro vive más largo tiempo que su autor,
y en cierto modo un libro puede llegar a una forma de inmortalidad. En cierto
modo, dice Mario, la literatura vence a la muerte. Siempre que sea excelente literatura,
obviamente. En cuanto a su relación con las mujeres, siendo latinoamericano, es
probable que en el fondo Mario sea tan machista como cualquiera de nosotros, es
decir, que como los habitantes de estas islas. Tiene, eso sí, un desfile de
mujeres apetecibles en todas sus novelas, particularmente visibles en Pantaleón
y las visitadoras o Travesuras de la niña mala, la Bonifacia de La Casa Verde,
la bella brasileña en Pantaleón, la Mercedes en Lituma en los Andes, aquella
novela más bien flojilla que fue un encargo del editor Lara para ponerle en
bandeja el premio Planeta.
El
mundo siempre estará mal hecho, pero casi todas las novelas de Mario son
concluyentes obras maestras, cosa diferente son sus experimentos teatrales en
los cuales, con cierta frivolidad, se ha incorporado como actor. En un
encuentro con escritores canarios de la Generación de los 70 en la Casa Museo
Pérez Galdós fui el único que se atrevió a decir que a Mario le vino muy bien
perder las elecciones a las que se presentó en su Perú natal, pues aunque el
triunfador fue el avieso e inmoral Fujimori los lectores de todo el mundo
siguieron disfrutando con la magna obra literaria de este autor capital.
A
la vista de que Mario es uno de los pocos escritores millonarios, se avecina un
largo pleito por las casas y sobre todo por los derechos de autor de sus
libros. Los abogados estarán frotándose las manos, pues ya se sabe que cuando
hay carnaza las cosas van mejor. Y aquí hay bastante carnaza, en forma de casas
en las mejores zonas de Nueva York, Londres, Lima, Madrid y etcétera. La
poderosa agente Carmen Balcells era quien manejaba hasta hace poco los
intereses crematísticos del novelista, pero cuando su salud empeoró fue su
mujer la que se hizo cargo de esa gestión. En cuanto a la Preysler, a ella
suelen colgarle el adjetivo de cazafortunas, pero parece que la cosa no es
exacta. Ella siempre ha sido una máquina de hacer dinero, pues hasta se cuela
en el mismísimo palacio de Buckingham con sus negocios de porcelana, mano a mano
con el príncipe Carlos, el heredero que tiene difícil heredar el trono. Que,
por cierto, en la última visita al regio palacio londinense también estaba
Mario dejándose ver con la diosa filipina. Y ya con el runrún a cuestas sobre
si había algo más que una vieja amistad.
Artur
Lundkvist, secretario que fue de la Academia que concede el Nobel, se divorció
ya octogenario, cosa que entonces nos llamó mucho la atención. Pero, a la vista
de lo sucedido, no hay que asombrarse de nada. Ya se sabe que nada es eterno y
hasta el amor puede cambiar de rumbo en plena marcha. En todo caso, y como se
suele decir: que sean felices y que coman perdices.
Lo triste es que nuestra vida privada, en general, se ha convertido en pública, parece que todo el mundo quiere formar parte del gran espectáculo aunque sea a costa de los sentimientos. Lo cierto es que al admirado Vargas LLosa nunca le ha disgustado estar en el centro del escenario.
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