Un
copiloto alemán se lleva por delante a otros 149 compañeros de vuelo porque
estaba deprimido, y por ello decidió convertirse en un hombre-bomba. En
Afganistán o Irán o cualquier otro lugar de Oriente un niño o una joven se
pertrechan también de explosivos y convocan una catástrofe. Vivimos al borde de
la catástrofe pero hay que saber administrar el pánico. También hemos
conmemorado otro aniversario de la trágica fecha del 11-M, el mayor atentado
terrorista de Europa que se llevó por delante casi 200 víctimas en la
sangrienta jornada de los trenes de Madrid. Por desgracia, aquella terrible
fecha no sirvió para encontrar recursos unitarios contra esta moderna plaga del
ejercicio del terror, al contrario: envenenó en gran medida la situación la
tensa campaña de una parte de la prensa y una parte de las fuerzas políticas
que pretendieron echar basura y sembrar infundios sobre la autoría de los
hechos. Hasta tal punto ha degenerado la cosa que hay varias asociaciones de
víctimas de aquellos atentados, radicalmente enfrentadas entre sí. Y, con ese
panorama de fondo, y tras el aparente fracaso de la Primavera Árabe, que
pretendía instaurar gobiernos más democráticos en los países norteafricanos, asistimos
impávidos a la creciente movilización del terrorismo del autodenominado Estado
Islámico o Califato, que ejercita la barbarie en ejecuciones grabadas con todo
lujo de detalles en espeluznantes vídeos. Paralelamente, no debemos olvidar las
acciones de Boko Haram que secuestra adolescentes, incendia iglesias, asesina
aquí y allá en África sin que las fuerzas de seguridad de los países
respectivos consigan frenarlos. Pero lo más preocupante es el éxodo constante
de jóvenes de religión musulmana que han nacido y han sido educados en Europa y
que están siendo llamados por el yihadismo para integrarse en sus filas en los
territorios que el Estado Islámico va haciendo suyos. Marchan hacia el paraíso
totalitario.
En
efecto, tenemos un problema. Estamos en el punto de mira, como demuestran las
últimas acciones policiales. Las ciudades de Ceuta y Melilla, donde la
infiltración de ciudadanos de origen marroquí es constante y constituye ya la
mayoría de la población, son objeto de especial vigilancia por las fuerzas de
seguridad. Los yihadistas argumentan que
España tiene que a volver a ser Al-Ándalus y que el castigo que los cruzados
hicieron a Oriente durante varios siglos va a ser vengado con sus acciones.
“Las sociedades occidentales son hostiles al islam, y vais a pagar por ello.” ¿Cómo
contener a estos dictadores que desprecian de tal manera la vida y la dignidad
de las personas? Los principios de todas estas doctrinas extremistas consisten
en restaurar la grandeza del Islam, reislamizar a las sociedades musulmanas
desde la más estricta ortodoxia y la aspiración de crear estructuras políticas
que velen y promuevan la realización de dichos principios. Se proponen lograr
la unión de todos los musulmanes, y la voluntad de extender el Islam por todo
el planeta. Pretenden derrocar a los gobiernos liderados por musulmanes moderados
que ellos consideran apóstatas, impíos y corruptos, por ser tibios e hipócritas
y ser aliados de occidente. Son la mayoría de los países musulmanes, incluida
Arabia Saudita, país que en numerosas ocasiones ha sido puesto en el punto de
mira de los yihadistas con el fin de derrocar a la monarquía. Con ello buscan
consolidar estados afines desde donde iniciar su expansión, con pretensiones a
recuperar los territorios islámicos “ilegítimamente usurpados” y recrear el
califato de corte islamista radical a nivel mundial. En ciertas mezquitas y
centros de estudio del islam se está sembrando esta semilla de una guerra sin
cuartel contra occidente, la predicación y el proselitismo están captando a
cientos, tal vez miles de jóvenes y adultos dispuestos a partir hacia Siria,
Irak y otras zonas que van siendo “conquistadas” por estos extremistas. Entre
ellas países del norte de África, no tan lejanos a nosotros. Como Libia, donde
tras la muerte de Gadaffi las cosas han ido
de mal en peor. ¿Acaso la única forma de rehabilitar a los que discrepan es
asesinarlos en número suficiente para que su conversión y sumisión sea
verdadera y humilde? En pleno siglo XXI es lamentable que las guerras de
religiones retornen con tal virulencia.
Una
reciente película mauritana, Timbuktu, que fue candidata al Oscar a la mejor
película extranjera en lengua no inglesa, narra un suceso real sucedido en un
país vecino cuando, durante unos días, unos comandos islamitas ocuparon una
ciudad e impusieron la prohibición de la música y la televisión, de jugar al
fútbol, de fumar. Las puertas estaban cerradas y las calles desiertas. Nadie
ríe, las mujeres son sombras y los extremistas han sembrado el terror. La pena
de muerte se ejercita en medio de la calle, la lapidación o el degüello vuelven
a ser habituales igual que en los tiempos de la Edad Media. El islam, que en
realidad es una religión que desea impulsar la piedad y la caridad, se
convierte en un motor asesino, pues los yihadistas quieren acabar con los que
hacen mal en el mundo: los pedófilos, los ladrones, los corruptos y también los
homosexuales. Creen que Alá promete bienaventuranzas para todos los que
combaten en la senda de Dios, y en especial para los que mueren en el combate
(de ahí los suicidas). Consideran que la música y la televisión son
herramientas para propagar inmoralidades y alejan al ser humano del camino de
Dios.
Bin
Laden fue abatido pero sus sucesores están vivitos y coleando. Dominan la zona
oriental del Mediterráneo y pretenden internacionalizar el Califato. El Estado
Islámico intenta apoderarse del mundo, que todos nos convirtamos a su fe. Los
recientes atentados serían tan solo un toque de advertencia, por supuesto que
sus partidarios quieren aplicar la “Sharía”, volver a las lapidaciones y a los
degüellos hasta por un simple adulterio. Según los expertos, los “lobos
solitarios” y los “durmientes” son el mayor riesgo, significan el auge de
individuos que sin formar parte de ninguna célula inician en suelo europeo la
preparación de atentados, la difusión de ideales fundamentalistas o reclutan a
futuros terroristas para su entrenamiento militar. En la Comunidad Valenciana,
Ceuta y Melilla, Cataluña y Andalucía está comprobado el fenómeno, y la aparición
de nuevos activistas estaría ligada a la evolución de los acontecimientos en
Palestina, Siria, Pakistán, Egipto, Yemen, Argelia, Malí, Irak y Libia. Casi
nada.
(Ilustraciones: Bin Laden. Foto del accidente de los Alpes, tomada de El País)
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