¿Cómo es posible que aquí un chico de 13 años se haya lanzado a matar en su centro? ¿Es que ya somos como la sociedad norteamericana, donde acontecimientos como este son casi cotidianos? Tal vez sea que ni la enseñanza ni los profesores estén debidamente valorados en nuestro entorno. En 1990 el PSOE aprueba la LOGSE, que crea más institutos y garantizaba la educación hasta los 16 años. Para algunos docentes, lo estropeó todo porque devaluó la enseñanza, empezó a disminuir la autoridad del profesor y regaló aprobados aunque los alumnos no cumpliesen los mínimos exigibles. Los profesores se vieron desposeídos de credibilidad. Dejaron de valorarse el esfuerzo y la memoria y la sociedad estimó que los profesores tienen demasiadas vacaciones, son vagos e incompetentes. Con la euforia de la burbuja, los alumnos preferían irse a trabajar a la construcción en vez de seguir sus estudios. A los niños no se les puede contradecir, no se les puede exigir, no se les puede inculcar el sentido de disciplina, la paciencia, el estudio. A los alumnos no se les puede poner límites, no se les puede imponer normas. Los alumnos y sus padres entendieron que la democracia consiste en libertad y pasotismo, cada cual puede hacer lo que le venga en gana. Los docentes se vieron desbordados porque nadie les advirtió a los alumnos que los profesores deben ser respetados y a clase se viene a aprender asignaturas, lo cual exige dedicación. Los Consejos Escolares contribuyeron a la malcriadez, los profesores tenían que complacer a los alumnos y dar el aprobado al final del curso aunque apenas hayan leído un libro, aunque apenas hayan mostrado interés.
Entretanto, la sociedad ha construido sus iconos preferidos: elogio del consumo, cultivo de la codicia, el famoseo y el dinero por encima de todos los valores. Desparece lo colectivo y lo solidario, todo se privatiza, lo público se desmorona para facilitar el lucro de unas minorías, la enseñanza pública y la sanidad se devalúan. El viejo lema Libertad, Igualdad, Fraternidad es sustituido por la especulación financiera, la cultura de la corrupción. Todo vale, cada vez hay menos frenos morales. Los alumnos aspiran a ser celebridades, a tener una vida cómoda, a ser estrellas del fútbol o de la canción, a meterse en política. En los tiempos de la burbuja no era necesario tener estudios para conseguir buenos sueldos, para qué estudiar si un albañil ganaba dinerales. Una sociedad en la que la educación carece de importancia. En los conflictos entre profesores y alumnos, los padres suelen ponerse de parte de sus hijos sin valorar el esfuerzo de los enseñantes. Los padres nos hemos ido descolgando de los deberes de exigencia. Cuando se desintegró la burbuja inmobiliaria y el paro se disparó, nadie se dio cuenta de que el bajón en la enseñanza era una cuestión grave. Los informes PISA revelan la escasa comprensión lectora de los alumnos, el abultado fracaso escolar.
En el caso del niño que mató en un instituto ¿nadie pudo darse cuenta del peligro que conllevaba su afición a las armas, los DVDs y videojuegos violentos en su habitación, los croquis detallados del interior del instituto, con una rigurosa descripción de pasillos, aulas y salidas de emergencia? ¿Nadie hizo caso a las amenazas que profería cuando afirmaba que iba a hacer una matanza? En su cuarto la policía encontró ballestas, un cuchillo de grandes dimensiones, escopetas con balines. También dibujos que parecen reflejar personajes de series violentas de televisión, zombis y otros monstruos, lo que confirmaría las tesis de que es un aficionado a series de televisión americanas violentas y donde los personajes, como en Walking Dead, también utilizan armas. El menor entró en el instituto con una ballesta, un machete y un cóctel molotov que no pudo lanzar. En internet cualquiera puede enterarse de cómo fabricar un cóctel molotov, una ballesta, o explosivos. ¿Quién le proporcionó líquido inflamable para el cóctel molotov?
Quizá prefiramos todos lavarnos las manos, mirar hacia otra parte. Tal vez sea que la permisividad, la indiferencia moral, han erradicado el viejo concepto católico de la culpa, tal vez hemos pasado de sentir sobre nosotros la vieja amenaza del infierno a la sensación de que vivimos en una comunidad dedicada a los placeres del paraíso, todo vale con tal de disfrutar la vida ya que los culpables no somos nosotros sino los otros. La conciencia crítica ha muerto y se incrementa la agresividad, paso previo de la violencia.
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