Hay
cosas que se nos van de las manos por imprudencia, por imprevisión y hasta por
ignorancia. Recordemos el caso del Prestige y las toneladas de suciedad que
lanzó sobre las playas gallegas, portuguesas e incluso de Francia, en una de
las mayores catástrofes ambientales que se recuerdan. El ministro responsable,
señor Alvarez Cascos, se fue de cacería cuando urgía tomar determinaciones. Parece
que no somos un país muy eficiente si en el puerto grancanario un pesquero ruso
origina la misma secuencia de despropósitos, se incendia, ese fuego no llega a
ser controlado, retrasos en la actuación y negligencias son evidentes y al
final, después de varias disquisiciones, es alejado hacia alta mar por el
riesgo que entraña en el puerto, donde se almacena una gran cantidad de
combustible que podría ocasionar unas explosiones descomunales. El barco es
alejado, primero en una dirección, luego en otra diferente y al final se hunde,
con el riesgo manifiesto de ir expulsando su carga de fuel. Los protocolos de
actuación se han revelado anticuados y tercermundistas aunque las previsiones
de las autoridades eran de gran optimismo, no llegará a afectarnos, eso se dijo.
Está suficientemente lejos y tanto los vientos como las corrientes ayudan para
que la contaminación no toque en el archipiélago sino que camine hacia el
Caribe. Pero al cabo de los días, ni los vientos ni las corrientes son capaces
de mandar bien lejos la mancha de los vertidos, sino que –al contrario– el
Atlántico comienza a devolver hacia las costas más próximas importantes
volúmenes de hidrocarburos que los voluntarios se afanan en recolectar con
medios insuficientes mientras denuncian las incompetencias de las autoridades
que han puesto en riesgo una vez más los ecosistemas marinos.
¿Nos
gobierna la fatalidad, eso que los antiguos llamaban “el destino” o nos
gobierna la falta de conocimiento, la incompetencia? Tal vez las autoridades
portuarias deberían gobernar de otra forma estas crisis, que sin duda pueden
repetirse dado el gran volumen de barcos que acuden a nuestros puertos y que
circundan nuestras aguas. Deberían hacerse más ejercicios de prevención, toda
suerte de simulacros para que sepamos a qué atenernos. El puerto no tiene
servicio de bomberos, como sucede en otros puertos similares. Pero ciertamente,
en esto de las tragedias del mar hay casos que parecen cargados de una enorme dosis
de desgracia y hasta llegan a la categoría de enigmas. Existe un gran historial
en el mundo de naufragios y hasta de barcos fantasma, hay noticias que se
repiten una y otra vez para desconsuelo de los familiares. Así podemos definir
la desaparición del pesquero Fausto, perdido en el Atlántico en 1968 tras lo
que debía haber sido una sencilla travesía desde la isla de El Hierro al puerto
de Tazacorte, en La Palma. En aquella ocasión lo que sabemos es tan escaso, tan
sorprendente y contradictorio que nos aporta una gran carga de misterio. Cuatro
hombres dejaron su vida en un extraño suceso, que quizá nunca vaya a ser
aclarado.
Luis
Javier Velasco Quintana es grancanario y desde hace años investiga y divulga
hechos y fenómenos anómalos. Socio fundador de la Nueva Asociación Canaria para
la Edición (NACE), ha colaborado en Cuarto Milenio y otros programas
televisivos y radiofónicos. El Fausto. Historia
y misterio de una tragedia es el interesante libro que ha publicado recientemente, en
sus 356 páginas recoge una recreación de aquellos lejanos acontecimientos de
hace casi medio siglo años e intenta llegar al final de la historia, en la
medida de lo posible. Porque este caso está envuelto en muchas zonas de sombra.
De cualquier modo, entrevista a los familiares de los desaparecidos, rastrea
documentación, investiga en lo que dijeron los medios de comunicación en
Canarias y Venezuela, desvela información militar que estaba clasificada y, en
definitiva, nos ofrece un testimonio vivo y exhaustivo de aquella tragedia que
dejó penalidades económicas para las familias de los desaparecidos. Ya en
octubre del año 2000 había participado en una mesa redonda sobre la
desaparición del pesquero en el Club Prensa Canaria, y había publicado un
trabajo en la revista Enigmas del hombre y del universo.
Casi
cincuenta años después de la tragedia, todavía quedan muchas interrogantes en
el aire. El libro de Velasco nos habla del gran dispositivo aeronaval que se
empleó en aquella búsqueda infructuosa, la mayor operación de rescate de la
historia de Canarias. El barco transportaba plantones de platanera y cajas de
dinamita para atender a las nuevas plantaciones que agricultores palmeros
estaban haciendo en El Hierro. Así, el libro rescata a los protagonistas de la
historia, la primera desaparición, en la madrugada del sábado 20 al domingo 21
de julio de aquel lejano 1968, en una singladura que no debía exceder de las
ocho horas de navegación. Partió desde Frontera, en una madrugada de niebla y
nunca llegaron a su destino. Cuatro días después, a las 3 y media de la
madrugada del 25 de julio fueron localizados por un mercante inglés, el Duquesa,
bastante desviados, al oeste de la ruta que debían haber seguido. Les facilitaron
comida y combustible y les indicaron el rumbo correcto. De este modo, el Fausto
debía llegar a su destino a las pocas horas pero, a pesar del dispositivo de
búsqueda que se montó, no se produjo la buena nueva.
No
sería hasta muchas semanas después, el 9 de octubre, cuando el motopesquero fue
por fin hallado por un mercante italiano, el Anna Di Maio, cuyos tripulantes
encuentran solo un cadáver a bordo, sin rastro de los otros tres hombres. El
hallazgo se produjo casi a medio camino entre La Palma y Venezuela. Las especulaciones
fueron descomunales, y lo peor fue que el pesquero se hundió cuando iba siendo
remolcado hacia Puerto Cabello, en Venezuela, tal vez influyó en el hundimiento
la excesiva velocidad del mercante italiano. El único cadáver a bordo estaba
aferrado al transmisor de radio, desnudo. Por desgracia no aparecieron los
efectos personales de los cuatro hombres y –lo que es mucho más grave– alguien
destruyó el testimonio que el último en morir había dejado para explicar las
circunstancias de la tragedia. Tan solo se salvó la última hoja que escribió
Julio García Pino para su viuda, unas pocas líneas escritas a lápiz en la que
le da instrucciones y se despide con un terrible: “Adiós amor”. Casi 20
huérfanos quedaban desamparados.
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