La burguesía catalana siempre fue
pactista, a lo largo de la historia quedó demostrada su inclinación a pedir
compensaciones económicas a cambio de tranquilizar algunos anhelos
soberanistas. Todo este embrollo comenzó con la reclamación de que Cataluña
tenga el mismo privilegio fiscal del País Vasco, y se fue agrandando gracias a
la pasividad de nuestro presidente autista, el señor Rajoy. Es evidente también
que una parte de la burguesía catalana no es nacionalista porque España es el
gran mercado de sus productos. Sin embargo ni siquiera el PP, el PSC y
Ciudadanos juntos han logrado una mayoría social que respalde sus planteamientos
en el territorio. Populares y socialistas se encuentran ante el desafío de ser
ninguneados por el electorado en las previstas elecciones del 27 de septiembre.
Por otra parte, la opción que preconiza la Sociedad Civil Catalana se presenta
como tal, incluyendo, junto a empresarios y abogados, a exponentes del mundo
académico y representantes históricos de la lucha contra el nacionalismo en
posiciones que comprenden desde la derecha hasta el socialismo moderado. Aun
respetando, muy sinceramente, esta opción y a sus promotores y seguidores, no
cabe evitar la crítica a un alineamiento pretendidamente “transversal” que
soslaya un problema de base: la crisis económica, los recortes, la pérdida de
calidad en la educación pública, etcétera.
El primer
ministro francés, Manuel Valls, es de origen catalán y manifiesta una y otra vez su desagrado ante
la opción de Artur Mas. Valls se declara patriota y partidario de los
Estados-nación. También sostiene que los países de la UE no deben dividirse, es
conocido su posicionamiento sobre la cuestión catalana. Su caso y posición son
el gran antídoto internacional frente a la propaganda de la Generalitat. A la
pregunta directa sobre el caso responde Valls: "¿Cataluña? Creo que las
naciones en Europa no tienen que dividirse más, no tienen que perder fuerza. No
podemos permitirnos debilitarnos con divisiones". También dice que no
conoce de nada a Artur Mas. Ante tanta claridad, se comprende la inquina del
nacionalismo contra Valls y la estupefacción que su figura provoca en algunos
socialistas de allí.
Ahora los comentaristas políticos
piensan que no la independencia, pero sí su anhelo, se ha convertido para Mas
en un estadio transitorio de levitación mística que no necesita culminarse. Una
especie de utopía a la que retornar una y otra vez, la inercia de un tema
repetitivo que siempre será enarbolado por Convergencia i Unió, aunque los
apoyos visibles al soberanismo vayan dejando de ser los prioritarios de la
sociedad catalana. Artur Mas se aferra a esa palanca emocional, aun consciente
de que no será viable. Claro que las
cosas se complican cuando una parte minoritaria –pero muy activa y vociferante
como en su día fue el PNV, ahora instalado en una dulce paz– insta a la desobediencia
a las leyes, tratando de que sus futuros cargos municipales se desliguen de la
obediencia al Gobierno central y a las Cortes, e incluso a los tribunales de
Justicia 'españoles'.
Es posible que
Rajoy tenga anotada en rojo la fecha del 27 de septiembre, que es cuando el
president de la Generalitat y sus aliados pretenden celebrar esas elecciones
autonómicas anticipadas que serían, según ellos, el pórtico del camino hacia la
independencia no más allá de 2017. El jefe del Gobierno central no cree, aparentemente,
que esas elecciones vayan a tener lugar en la fecha, tan cercana a la Diada, en
la que Mas las ha convocado, con meses de antelación. Quién sabe lo que en la 'hoja de ruta' de
Rajoy está anotado para hacer frente a esos proyectos que están horadando mucho
más de lo que podría parecer a primera vista la estabilidad del Estado. Es
posible también que el presidente del Ejecutivo pretenda una 'cumbre', o
varias, con líderes europeos, especialmente con los franceses, para que, antes
del verano, o inmediatamente a su vuelta, dejen muy claro lo que piensan del
proceso catalán: todos los países importantes de la UE lo repudian, pero eso
¿bastaría para frenar unas tentaciones independentistas que se manifiestan
contra todas las advertencias? ¿O habría que hacer algo más desde Madrid?
El anuncio de
que el proceso independentista tendrá resultados en 2017, siempre y cuando las
elecciones autonómicas del 27-S sea favorable a las fuerzas soberanistas,
constituye una nueva entrega de la patología ya conocida. Sin embargo el
proceso ya ha generado defensas frente a una propuesta tan desafiante y tan
disparatada. La reacción de la sociedad civil frente al aventurerismo
separatista, la corrupción en el nicho fundacional del vigente nacionalismo
(caso Pujol), la irrupción de Podemos, etc, son otros elementos que juegan a la
contra de los planes de Mas. Así lo deben haber entendido las fuerzas políticas
que se han descolgado de la nueva hoja de ruta. Seguramente están hartos de la
levitación mística que propugna el honorable Artur.
Lo mejor es ignorarlo, así se le apaga el ego vanidoso.
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