Ella y el doctor Corchero hacen buenas migas. Hasta el punto de que le ha
pedido formalmente ser amigos, salir a dar una vuelta, tomar una copa, ir a la
discoteca de moda. Pero ella tiene veintisiete y ya no se fía de los hombres
separados: teme sus traumas, los trabes de sus parejas rotas, la obsesión
enfermiza por sus hijos y el anhelo de protección que suelen mostrar, como si
fueran niños desvalidos a los que de pronto hubiese abandonado su mamá.
Doble guante para las exploraciones vaginales; abundan los picores, los
herpes, los hongos y cuantos padecimientos manda la diosa del amor. Con tanto
riesgo, cada dos meses se hace la prueba de los anticuerpos mientras sueña con
encontrar un hombre que de verdad valga la pena, alguien que le brinde
seguridad y garantía de futuro. Un hombre mejor que Norberto –tan pobrediablo
con sus complejos y sus dependencias- y que carezca de los prejuicios del
doctor Corchero, un asturiano que a veces tiene unos bajones insólitos en un
profesional de cuarenta y dos años, con su situación y su carrera, con su
jefatura de servicio y sus retribuciones. En
la barahúnda llegan falsas violadas, embarazadas de catorce años con señal de
aborto porque alguien lía chapuzas por esos barrios, o una comadre aconseja las
siete yerbas milagrosas para bajar la barriga. Hay quienes se presentan
sangrando, y quienes lloran por su repentina conciencia. Las relaciones de
sábado pueden originar cierto aspaviento, pues el sexo se ha socializado para
que todos gocen su trocito de gloria. Se divierten y quieren darle un aire de
misterio, a su manera huyen de este mundo insatisfecho. ¿Qué decir de las
chicas a las que su pareja, jugando, les introduce toda clase de artilugios en
la vagina?
Pero hoy es un día fácil. Al menos por el momento. Estaba leyendo el
cuestionario del periódico: ¿Estás satisfecho-a con tu pareja? Al primer
intento había obtenido 84 puntos de un máximo de 190, y por lo tanto se sentía
mal. En una segunda tentativa volvió a leer las preguntas, y trató de matizar
las respuestas; hizo algunas trampillas y le salieron 92. No tenía arreglo,
apenas había soluciones con Norberto.
La tarde es pálida: un amasijo de nublados sobre la playa, una de esas
lloviznas inconsistentes. Y él sin llamar. ¿Dónde estará ese cabecita loca?
Detrás de alguna escoba con falda, como si lo viese. Y más siendo semana santa.
Dentro de unas horas las caravanas de coches se pondrán en marcha desde los
apartamentos del sur. El doctor Corchero anda serio, aunque me ha prometido
comer juntos mañana. Eso siempre que no esté cansado, ya veremos.
Desengáñate, chica. Al hombre no le
gusta encontrar abiertas todas las puertas. Si ni siquiera ha de empujar esas
resistencias naturales que cabe suponer en una dama, cae en la decepción. Por
eso, si no escucho algo consistente, cerraré el saloncito a cal y canto. Este
doctor Corchero tiene tres hijos. Y se los quiere quedar él. Qué ingenuo: con
lo difícil que debe ser criarlos, compartir sus juegos, entender sus crisis y
sobre todo darles carreras. Mira que si se fijara en mí, si me viera como una mujer
para acompañarlo en la vida, que está a su altura y puede ser su complemento.
En fin, nunca se sabe con estos hombres recién salidos de una ruptura. Cuántas
dificultades para ser feliz del todo, pero una mujer que se precie siempre
aspira a que la bendigan ante un altar cuajado de flores. Y el Norberto no
tiene arreglo. Es como un barco sin timón, va donde lo lleve el viento. ¿Para
qué le sirve su licenciatura si no se espabila? Se lo dije en cuanto me enteré:
se ha publicado una nueva escala para la administración local. ¿Por qué no te
presentas? Pero él nada, no quiere enterarse. Ni siquiera lo hace por mí, y
mira que se lo estuve rogando día tras día. Al menos, complace a tu madre. Pero
nada, erre que erre, prefiere perder su tiempo detrás de las guiris. Para
practicar su alemán, dice. Habráse visto qué frescura. Se ha hecho con los
temarios de notarías, de judicatura, registro de la propiedad, abogados del
Estado y de fiscalía incluso. Total, será para impresionar. Si no se aclara,
nunca me casaré con él; mucho menos voy a ser la madre de sus hijos. Con todos
los desastres que veo, ni criaré a los tres niños ni llegaré a quedarme
embarazada, adoptaré un tití y le reiré las gracias.
(Del libro de relatos ¡Mamá, yo quiero un piercing!)
Una reflexión divertida de "amores" urgentes y de juegos sexuales.
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