viernes, 3 de febrero de 2012

¡Mamá, yo quiero un piercing!

Mi hija se puso tan insoportable que no hubo más remedio que hacerle caso. Yo se lo decía a Paco: déjala, lo importante es que estudie. Pues si la hemos tenido que cambiar de colegio por no soportar a las monjas ni un día más, que demuestre ahora su empeño. Tras el soponcio de las notas del primer trimestre, y amenazando un nuevo descalabro, con muchas influencias conseguimos apuntarla en un colegio privado de las afueras. Una maravilla con piscinas y jardines, con canchas de tenis y profesores nativos. Sale por un ojo de la cara, pero todo sea por los hijos.
Un milagro, pues de golpe y porrazo desapareció aquella abulia que me contrariaba. Además de oír a Enrique Iglesias a toda hora y de ensayar las coreografías de los últimos éxitos, se ponía a estudiar. Me tenía tan asombrada que cuando lo soltó me atasqué.
-¡Mamá: yo quiero un piercing!
Ese fue su grito de guerra en cuanto la tutora nos comentó que progresaba adecuadamente. No sólo iba a recuperar las dos que tenía del curso anterior sino que tercero lo iba a sacar completito. Y en la segunda evaluación hasta llegarían notables y sobresalientes. Vamos, lo nunca visto.
-Ya hablaremos de eso.
-No, mamá. No me vengas a comer la bola. He cumplido mi parte: estudio y saco buenas notas. ¡Así que yo quiero un piercing!
Le aclaré que tendríamos que esperar acontecimientos, primero necesitaba verlo por escrito. Pero conociéndola como la conozco, sabiendo que es impulsiva e intransigente, nada iba a detenerla.
Así que empezó a averiguar todos los detalles del caso. Pude visitar las páginas en que había entrado. Me horroricé con el mensajito a su amiga Bea y la respuesta recibida:

Hola, nena, si k me dolio ls primers días, pero ya se ha pasao supongo k x los mdicaments,
y ahora tng inflamacion. Si vieras lo k mola! Pos cnd se me pase la hinchazon me ponen l parcing corto k s + comodo. Oye te lo vas a hacer? Tu madr ya lo sb? Cntstam, xfa. Bss.

Menudos consejos. Con una amiga así la batalla perdida. A los catorce, Miriam va tan adelantada que me da miedo. ¿Qué será lo siguiente? Eso me agobia, por muy madre moderna que sea cuesta aceptarlo todo.
Me puse como una loca a buscar información. Esto de navegar se me da fatal, se me va el programa, me da error o se me queda colgado el ratón. Dicen que nuestra cabeza es más rápida y segura que el mejor PC, pero habría que preguntarse si no tiene la misma tendencia a descabalgarse. Bien: me enteré de que incrustarse esos adornos metálicos puede llegar a provocar hepatitis, infección por pseudomonas, virus, candidiasis. Etcétera. Anillos de metal en el lóbulo de la oreja, en la ceja, en el ombligo, el p0ezón, el labio, en el interior de la nariz, y otros sitios que ni me atrevo a nombrar. Y, por si fuera poco, las perforaciones: arrancan un trozo de carne de la oreja, ponen un aro pequeño en el agujero y luego lo agrandan hasta que un dedo pueda pasar dentro del aro. Santo Dios.
-Es la cultura de la provocación –dijo Paco.
-¿Tú crees que eso es cultura? –le respondí-. El problema es que esta generación tiene demasiado, añadió. Excesivos caprichos hacen que las cosas dejen de valorarse. Se quiere disfrutar el instante, y nadie habla del esfuerzo continuado.
Se ve que nosotros nos aparcamos en el 68, y de ahí en adelante no hemos entendido ni una jota. Se cayó el Muro de Berlín y todo se lió mucho más. El mundo a punto de arreglarse o de torcerse para toda la eternidad. A veces él se afana con tanto berrinche que avisa de una nueva Edad Media. Que no vamos a soportar a los Bin Laden mucho más tiempo. Que nos hemos fabricado nuestra propia tumba alimentando cuanto nos rodea. Que por ese eterno deseo de estropear el planeta tenemos bien merecida la dosis extra de violencia. Que estamos explotando un sistema inconsciente, devastador, capaz de producir dinero del vacío, como si la nada pudiese generar riqueza. Todos ansiamos ser ricos pero cuando alguien da un pelotazo, lo pagan en Burkina-Fasso y en Nepal.
-¿Y dónde colocas la éti8ca si no paras de importar tu carne congelada: pollos medio podridos y solomillos inyectados para aumentar su peso? Con esas ideas más bien te veo de misionero en la India.
-Sí, pero hay gente que pide a gritos alimentarse sin pagar mucho. Además, no olvides que de eso comemos.
Claro. Al menos yo soy funcionaria del Estado, y con oposición incluida; no tengo que engañar a todo dios, no necesito sacar el cuchillo a diestro y siniestro. Un puestito cómodo y paa toda la vida, eso me propuse y vaya si lo conseguí. La número dos de mi oposición, no fui la primera por lo que todos sabemos. Me cansa seguir al tanto de los argumentos de mi marido: que si las comisiones, que si el mercado en baja, que si con la moneda única los alemanes venden sus casas de Mallorca porque prefieren pasar sus vacaciones en Túnez o Turquía, que si ya nadie se arriesga, que si la hipoteca fija. ¿Y cuando le da por ubicarse en el eterno argumento? No soporto su sonsonete continuo sobre la agresividad y el fraude, que si exprimimos demasiado la manzana, el final de la Historia y la crisis permanente. Si practicáramos con el ejemplo, blablablabla.
No.
-Si apruebo todo, ¿dejarás que me lo ponga? ¿No me oyes, ma?
En fin, qué podía hacer yo. Paco huye de la guerra, y como vienen los mundiales venga todo el día pegado a la pantalla. Un teleadicto de impresión, meses sin leer un solo libro. Me abandona con las cuestiones más conflictivas, y la verdad es que estoy harta. Cualquier día me voy al aeropuerto y que me busquen en Copacabana, con un buen negro que no pare de abanicarme. Esta idea del moreno no me disgusta, no. Sobre todo cuando veo que algunas de mis amigas jubiladas se están trayendo chicos monísimos. Varadero es una gozada, y los hay a montones. Esa fantasía la tengo desde hace mucho tiempo. Por algo será. En medio de una juerga se lo conté a Paco y él me confesó que en realidad yo quería ser Caperucita mordida por el lobo.
-Cariño mío, lo tuyo es de psicoanálisis.
Eso dijo. Estos hombres son lo que no hay.
-¡Mamá, contéstame ahora!
Miriam es así, un torbellino. Quiere comerse el mundo en un instante, y menuda es ella: chatea como una loca con todos los pibes, empieza a salir con uno, le hace morder el anzuelo y lo deja tan trabado que ni come ni duerme, si era estudioso se convierte en un desastre. En cuanto los conquista los va soltando como si le estuvieran sobrando. A las pocas semanas se aburre de ellos y sólo quiere tiempo para estuchar música a todo volumen y ensayar sus coreografías. A fin de cuentas, las niñas son mujeres de reducidas dimensiones. Pero mujeres.
Después de mucha bulla, luego de tan machacona insistencia, como ya no tenía respuestas ni ganas de darlas, le puse el dinero en la mano y salió a toda pastilla. No existía alternativa sino consentir que le perforasen la lengua con aquella horrible barra y una inflamación para dos semanas. Pero había insistido de tal manera que no hubo otra solución mejor.
Vino hecha un cristo, pero no dio su brazo a torcer. No podía hablar, ni comer sólido. Así que batiditos, yogur y petitsuisse, como si fuera un bebé.
Se pasaba las horas mirándose al espejo, observaba la herida, se aplicaba betadine. Le habían recomendado enjuagues con agua de mar, y tenía a mano su botellita. No le vendría mal aprender la lección. En la vida nada es gratis, y tras el placer viene el dolor.
-Mamá, ya no quiero el piercing.
Eso afirmó a las tres semanas de habérselo colocado. Cuando ya le habían puesto la pieza definitiva, un corazoncito rosa que era un primor; en un momento en que ya lo tenía todo cicatrizado, y comía cuanto le apetecía. Me lo soltó según le vino, y yo pensé que nuestro ánimo es tan advenedizo y volátil como el de cualquier adolescente. Y, ni corta ni perezosa, fui y me coloqué uno en el ombligo. El chico se quedó extrañado, pero al ver mi determinación me echó una sonrisa maliciosa. Era argentino y simnpático de lo más, y me acopló una estrellita celeste que es un primor, cambia de color a medida que la vas mirando.
Se llamaba Marlon. Igual que Brando, le dije. Sí, cosas dela vieja. Ella estaba entusiasmada con aquel genio de la pantalla. ¿Conocés Un Tranvía llamado deseo? Claro, le respondía. ¿Y la escena de aquel pibe reventón con la camiseta sudada? Naturalmente. Pues ese mismo sería yo.
Un tipo con mucha cháchara, simpatiquísimo a más no poder. Hasta me dejó la tarjeta con el móvil, por si me producía alguna reacción, eso podía ocurrir, así me lo advirtió. Que no dudara en llamarlo, estaría disponible en cualquier momento, insistió. Claro que yo tenía un cuerpo perfecto para mi edad, y no había cuidado: me quedaba divinamente. Pero Marlon pretendía ligarme, eso se veía a la legua. Aunque no sea quinceañera, me luce de lo mejor. Qué guapa, ma –me dice la niña. Es verdad que me está guay. Qué atrevimiento, opinarán las madres de sus novietes; vaya escándalo de futura suegra. Pero yo a lo mío: no paro de ensayar la coreografía de los temitas de moda, desde que tengo uso de razón no se me han resistido las canciones del verano, me las sé todas. Y Paco histérico, amenazando con la separación, aunque ya lo tengo convencido para que se engarce uno en la ceja, como los raperos amigos de nuestro hijo varón. Quien lo diría: Miriam va a ser la única en quedarse al margen.
Mira que es difícil entender a estas hijas, y eso que pongo todo el interés del mundo.

(Del libro de relatos “¡Mamá, yo quiero un piercing!”, Anroart, Ediciones Idea)

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