jueves, 23 de febrero de 2012

La alumna que quería ser una Lolita


Cuando en medio del aula me doy cuenta de la dificultad con que los chicos siguen una explicación cualquiera, por ejemplo la poesía del Marqués de Santillana, me entra el pánico de que también ellos están perdiendo las voces del pensamiento, la ortografía y el lenguaje, que ya sólo se reconocen en sus envíos SMS, con doscientas palabras expresan cuanto necesitan y sus criterios son cada vez menos razonados, se agotan por falta de carga. Pero bueno ¿es que acaso poseen criterios? Cuestiones demasiado elevadas para plantearlas en medio de la autopista que atraviesa la llanura. Acaso mañana haya pasado todo, y yo explicando temas del programa a las paredes.
En la infancia el mundo nos parecía sencillo. Crecimos y el universo era aún estable y lento, lo cual nos daba cierto margen para buscar soluciones. Pero los cambios se precipitan generándonos la angustia de que todo se escapa sin que consigamos apresarlo; el presente enseguida se hace ayer, el vértigo nos aniquila sin rebelión posible. Hemos eliminado cualquier atisbo de debate, sólo interesa la excitación de lo efímero. ¿Qué cuestiones serias podemos acometer en la vorágine? Ufanos de ser nuestra propia sociedad anónima no rescataremos la ocasión para tratar de ser nosotros mismos, y entiendo a mi mujer cuando aspira a autoengañarse. Pero en realidad –mientras los científicos nos prometen que en pocas generaciones los humanos llegaremos a cumplir los ciento veinte años- nos desmorona el impetuoso alud.
Hace días que noto la mirada de Elena, la insolente y procaz de los últimos pupitres. En los cursos avanzados son atrevidos, sobre todo los repetidores se sienten tan seguros de sí mismos que provocan fácilmente.
-Muy interesante la clase de hoy –me dice como saludo-. Es que lo bordas.
-Le recuerdo que en esta asignatura el tuteo no está permitido –pretendo domeñar el torbellino.
Cada mañana supone un tormento entrar en la casa de las fieras para hablarles de cosas menos interesantes que la floricultura de Pakistán. Después de tantos años, da igual comentarles sobre Lope, Rubén Darío, Valle Inclán o Neruda. Contemplo su tedio mientras explico la odiosa asignatura en trance de extinción, igual que se fueron los dinosaurios se irán las humanidades juntas por el pozo de la inutilidad. Eso deben pensar, y me lo transmiten con sus gestos.
Qué aventura cuando les marco el trabajo sobre García Lorca y ninguno pasa de las veinte líneas.
El objetivo de Lengua y Literatura consiste en el dominio del idioma con precisión y riqueza en su uso oral. Desarrollaremos la capacidad del lenguaje como instrumento de representación y conocimiento, con manejo de la relación entre sonidos, fonemas y grafías. La lengua escrita permitirá al alumno descubrir la lectura y la escritura como fuentes de saber pues los textos ofrecen disfrute y goce; por ello explorará sus propias posibilidades de expresión.
Ni más ni menos.
Ojos en el vacío, miradas desdeñosas, murmuraciones y notitas de mesa en mesa. Accederán a un título leyendo las solapas. Soy tan prehistórico como Marlon Brando en blanco y negro.
Pero ella intenta hacerse notar. La única que pregunta algo.
-¿Por qué no me das clases particulares?
Ahí el envite. Y yo tan serio explicándole la necesidad de hincar los codos de vez en cuando.
-Todo el mundo te encuentra distraído y lunático. El Poeta de Arganzuela te llaman. Pero a mí me encantas.
Lo que hay que oír.
-Si aparentas cabrearte resultas divino –y cuando me lo dice su mano de uñas verdes se introduce en el bolsillo inferior de mi chaqueta.
-Disculpe, llevo prisa –y salgo a cien.
Claro que mi curiosidad puede más que mi contención. En el aparcamiento saco la hojita doblada con un número de móvil y un corazón en rojo intenso. “Atrévete”.
Lo he roto, pero en la letra E de la agenda he copiado el número a lápiz y se lo adjudico a Emilio.
No hago llamada alguna, tres veces llego a marcar su número sin completarlo. Arde mi dedo índice cuando lo intento y desisto una vez más. Debe haberlo adivinado pues al poco recibo mensajes.
Las cosas van demasiado lejos. Una colección de iconos: corazoncitos y sonrisas que parpadean.
Sólo me falta que el consejo escolar tome nota, y me denuncien por acoso sexual.
Al día siguiente en clase recité el final de un poema: Me gustas cuando callas porque estás como ausente. / Distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces, una sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. Interrumpiendo las miradas desdeñosas esperé reacciones. Callados todos, clavados en los asientos, los creí de mi parte. Que estaban en el bote, al menos respetaban la voz de los grandes.
-¿Lo escribiste tú? –se levantó una voz al fondo.
Tenía que ser, era efectivamente ella quien hizo estallar las carcajadas.
Menos mal que acudió el timbre de la hora en mi rescate, y fui saliendo despacio tal si echase una arenga a la desidia. Camino a la dirección me entero de que tenemos una nueva banda pandillera. Chicos con navajas que desde el Bronx aterrizan en la secundaria de medio mundo con sus camisetas negras, su vocación de camellos en pequeña escala y sus ganas de camorra. Los inmigrantes han de mantener el sistema: hacen los trabajos más duros y traen los hijos que nadie desea a fin de que muchos como yo lleguemos a cobrar la anhelada pensión.
Me sentí feliz cuando la vi colgada del brazo de uno de esos musculosos latinos, pero me quedó la pena de no haber tenido una Lolita en mi vida. Cochino viejo verde.
(De "¡Mamá, yo quiero un piercing!", relatos)

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