La presente pandemia ha
destapado las
enormes carencias de los sistemas políticos actuales, su
generalizada incapacidad para tomar decisiones sensatas. Los conocimientos
avanzan, la información fluye a una velocidad de vértigo pero las sociedades se
muestran aterradas, paralizadas, desorientadas ante fenómenos que, lejos de ser
novedosos, suceden de forma recurrente. Hemos contemplado una clase política
demasiado pendiente de su imagen, una población extremadamente asustadiza,
alarmada por los medios de comunicación; muchas respuestas improvisadas y pocas
estrategias coherentes. Abundaron las medidas que aparentan seguridad, más
dirigidas a tranquilizar momentáneamente al público que a aportar soluciones
permanentes. Y escasearon otras más eficaces, pero que requieren ciertas dosis
de sinceridad, visión de largo plazo, valentía y generosidad.
Como excepciones
pueden citarse dos estrategias, ambas coherentes, pero completamente opuestas.
La primera, ejemplificada por Corea
del Sur, empeñada en suprimir la enfermedad utilizando medios
tecnológicos avanzados. La segunda, abanderada por Suecia, dirigida a
mitigar y, sobre todo, a reconducir los contagios, buscando la inmunidad
colectiva con el menor número posible de fallecidos. Las dos vías son dispares
en planteamiento, método y objetivos, con distintas fortalezas y riesgos. Pero
coinciden en algo fundamental: ambas
descartaron el confinamiento generalizado de la población
y el cierre de la actividad económica.
(Juan
M. Blanco en www.vozpopuli.com)
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