lunes, 3 de diciembre de 2018

Todos queremos a los muertos


Desde antiguo, Noviembre era el mes de los difuntos, y aunque la Noche de Finados haya sido estrechamente combatida por la americanada del Halloween, todavía permanece ese sentimiento reverencial a quienes han partido de este mundo. Pero en nuestra sociedad occidental la muerte es el último tabú, algo que se ha de ocultar. Nuestra cultura está pensada para los jóvenes, para los que compran y consumen toda la parafernalia que le bindamos a la gente. Mucha gente visita todavía los cementerios, limpia las lápidas de los nichos de sus allegados, deja unas flores para el recuerdo, incluso se encargan misas de aniversario. Entonces, más allá de las calabazas y los disfraces presuntamente horripilantes, más allá de las películas de terror que nos ofrecen la TV en noviembre, más allá del truco o trato, recordamos las visitas a los cementerios. Por suerte, muchos municipios han preparado una alternativa y potencian la Noche de Finados con el folklore de las islas, las castañas asadas y una copita de licor. Lo cierto es que al final de cada año hacemos recuento de los amigos y conocidos que ya han partido, y nos queda un deje de melancolía, tantas voces que ya no escucharemos, tantas manos que ya no podremos estrechar, tantos diálogos perdidos. Parientes cercanos, amigos, conocidos que ya han emprendido el camino que no tiene retorno. En la lejana infancia era costumbre del día de difuntos dejar platos vacíos en la mesa, que correspondían a los muertos recientes de la familia. La longevidad se ha alargado en nuestro país, y también en Canarias son relativamente frecuentes ya las personas que llegan e incluso superan el siglo de vida. Parece que Japón es donde hay más centenarios, aunque también es una tendencia creciente aquí, debido a los progresos en la medicina y en la alimentación la vida se está alargando. Pero la muerte siempre genera un impacto, aunque sea entre personas de mucha edad. Hay otras culturas en las que se potencia e incluso se reverencia el recuerdo a los antepasados, lo vemos en comunidades de África y en pueblos indígenas de América. En el budismo también es muy apreciada la memoria de los antepasados.
Un estudio publicado en una revista científica demostraba que las personas fallecidas son puntuadas con mayor nota en los parámetros de extroversión y simpatía que las vivas equivalentes. Por decirlo con un ejemplo fácil: si uno dos tiene dos tías por las que siente cierto cariño, y se les pide que las defina, lo hará de forma distinta si las dos viven o si una de ellas ha fallecido. En este último caso, la muerta le parecerá de repente más simpática y agradable que la que sigue a su lado. Y mucho más sociable, hay mayor empatía con los seres que nos han dejado. Debe formar parte también del temor reverencial que le tenemos al más allá, la muerte es el último tabú que nos queda. Así lo han demostrado las investigadoras de  universidades asiáticas, una de Filipinas y otra de Singapur, que comparten un estudio titulado Sesgos sistemáticos en atribuciones de rasgos a amigos y parientes fallecidos, un trabajo que sin embargo ha sido muy cuestionado por los psicólogos españoles. Estos opinan que el elogio de las personas fallecidas no significa necesariamente que pensemos bien de quienes se han ido, y que en cambio ese estado de opinión puede responder a distintas motivaciones, desde querer dar una imagen de mucha sensibilidad hasta mostrar un sentimiento de impacto por la noticia de la muerte.
Otros expertos estiman que existe una presión cultural muy fuerte para evitar hablar mal de los muertos pero, al mismo tiempo, el cariño que se siente normalmente por amigos y parientes se ve impulsado por la pena: estar muertos hace que las personas que conocimos un día se nos presenten con atributos que quizá no poseían. La melancolía es un estado de tristeza dulce que a veces empaña nuestro juicio. Mejoramos la percepción que teníamos de ellos, nos olvidamos de sus defectos y en cambio potenciamos sus cualidades. Los vemos de otra manera, los perdonamos de toda culpa y disculpamos sus errores. Aunque la existencia del cielo y del infierno es puesta en cuestión por mucha gente, siempre pensamos que los muertos pueden hallarse en otra realidad que desconocemos.
Se ha elaborado recientemente una encuesta a más de cien estudiantes universitarios que debían evaluar cinco rasgos de dos adultos conocidos por ellos, uno de los cuales no estuviera vivo. De este modo se constató que se considera que los fallecidos son más simpáticos, incluso se les contempla como seres más sociales, más caritativos y casi mejores personas que los vivos. Como decíamos antes, hay un respeto por el más allá, tenemos un temor reverencial hacia la muerte, porque antes teníamos dos tabús sociales: el sexo y la muerte. Y ahora solo queda la muerte. Existe una presión cultural fuerte que evita hablar mal de los muertos, y además se piensa que el afecto por parientes y amigos ya fallecidos se ve impulsado por la sensación de pena, la melancolía, el saber que ya no vamos a compartir su presencia. De este modo, los absolvemos de toda culpa y enaltecemos su memoria, los homenajeamos.
Para la cultura occidental es complicado este asunto, genera temor. No nos han preparado desde niños para asimilarlo. Al contrario: se nos educa en la cultura del apego, y se considera la muerte como algo tabú, se habla poco, se evita, está rodeada de miedo. En otras culturas el tema está tan presente en los ritos que forma parte de la vida y está bien integrada, pues nacemos, crecemos y morimos de forma natural y lógica. En México el día de los difuntos es fiesta nacional, con ofrendas, altares, dulces y fiestas en los cementerios. En el animismo africano los muertos siguen presentes en la tribu, se les honra y se les ofrece lo que les gustaba. En el budismo la vida no acaba con el fallecimiento. La persona se reencarna y debe aprender para ir mejorando hasta llegar a ser un ser totalmente espiritual, que se ha ido perfeccionando a través diferentes vidas. Para el hinduismo la muerte no es el final porque cada humano va a renacer en otro lugar y lo importante es que no se interrumpa la cadena de perfección. En occidente deberíamos estar mejor preparados para entender y asimilar la muerte, pero tenemos un modo de vida basado en la posesión, el disfrute de los bienes materiales, el consumo generado por el bombardeo de la publicidad, las compras compulsivas del Viernes Negro, de la Navidad, de las rebajas. Entre nosotros, qué duda cabe, el mundo espiritual ha sido sustituido por la idea del disfrute terrenal, aquí y ahora.

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