Desde antiguo, Noviembre
era el mes de los difuntos, y aunque la Noche de Finados haya sido
estrechamente combatida por la americanada del Halloween, todavía permanece ese
sentimiento reverencial a quienes han partido de este mundo. Pero en nuestra
sociedad occidental la muerte es el último tabú, algo que se ha de ocultar.
Nuestra cultura está pensada para los jóvenes, para los que compran y consumen
toda la parafernalia que le bindamos a la gente. Mucha gente visita todavía los
cementerios, limpia las lápidas de los nichos de sus allegados, deja unas
flores para el recuerdo, incluso se encargan misas de aniversario. Entonces, más
allá de las calabazas y los disfraces presuntamente horripilantes, más allá de
las películas de terror que nos ofrecen la TV en noviembre, más allá del truco
o trato, recordamos las visitas a los cementerios. Por suerte, muchos
municipios han preparado una alternativa y potencian la Noche de Finados con el
folklore de las islas, las castañas asadas y una copita de licor. Lo cierto es
que al final de cada año hacemos recuento de los amigos y conocidos que ya han
partido, y nos queda un deje de melancolía, tantas voces que ya no
escucharemos, tantas manos que ya no podremos estrechar, tantos diálogos
perdidos. Parientes cercanos, amigos, conocidos que ya han emprendido el camino
que no tiene retorno. En la lejana infancia era costumbre del día de difuntos
dejar platos vacíos en la mesa, que correspondían a los muertos recientes de la
familia. La longevidad se ha alargado en nuestro país, y también en Canarias
son relativamente frecuentes ya las personas que llegan e incluso superan el
siglo de vida. Parece que Japón es donde hay más centenarios, aunque también es
una tendencia creciente aquí, debido a los progresos en la medicina y en la
alimentación la vida se está alargando. Pero la muerte siempre genera un
impacto, aunque sea entre personas de mucha edad. Hay otras culturas en las que
se potencia e incluso se reverencia el recuerdo a los antepasados, lo vemos en
comunidades de África y en pueblos indígenas de América. En el budismo también
es muy apreciada la memoria de los antepasados.
Un estudio publicado
en una revista científica demostraba que las personas fallecidas son puntuadas
con mayor nota en los parámetros de extroversión y simpatía que las vivas
equivalentes. Por decirlo con un ejemplo fácil: si uno dos tiene dos tías por las
que siente cierto cariño, y se les pide que las defina, lo hará de forma
distinta si las dos viven o si una de ellas ha fallecido. En este último caso, la
muerta le parecerá de repente más simpática y agradable que la que sigue a su
lado. Y mucho más sociable, hay mayor empatía con los seres que nos han dejado.
Debe formar parte también del temor reverencial que le tenemos al más allá, la
muerte es el último tabú que nos queda. Así lo han demostrado las
investigadoras de universidades
asiáticas, una de Filipinas y otra de Singapur, que comparten un estudio
titulado Sesgos sistemáticos en atribuciones de rasgos a amigos y parientes fallecidos,
un trabajo que sin embargo ha sido muy cuestionado por los psicólogos
españoles. Estos opinan que el elogio de las personas fallecidas no significa
necesariamente que pensemos bien de quienes se han ido, y que en cambio ese
estado de opinión puede responder a distintas motivaciones, desde querer dar
una imagen de mucha sensibilidad hasta mostrar un sentimiento de impacto por la
noticia de la muerte.
Otros expertos
estiman que existe una presión cultural muy fuerte para evitar hablar mal de
los muertos pero, al mismo tiempo, el cariño que se siente normalmente por
amigos y parientes se ve impulsado por la pena: estar muertos hace que las
personas que conocimos un día se nos presenten con atributos que quizá no
poseían. La melancolía es un estado de tristeza dulce que a veces empaña
nuestro juicio. Mejoramos la percepción que teníamos de ellos, nos olvidamos de
sus defectos y en cambio potenciamos sus cualidades. Los vemos de otra manera,
los perdonamos de toda culpa y disculpamos sus errores. Aunque la existencia
del cielo y del infierno es puesta en cuestión por mucha gente, siempre
pensamos que los muertos pueden hallarse en otra realidad que desconocemos.
Se ha elaborado
recientemente una encuesta a más de cien estudiantes universitarios que debían
evaluar cinco rasgos de dos adultos conocidos por ellos, uno de los cuales no
estuviera vivo. De este modo se constató que se considera que los fallecidos
son más simpáticos, incluso se les contempla como seres más sociales, más
caritativos y casi mejores personas que los vivos. Como decíamos antes, hay un
respeto por el más allá, tenemos un temor reverencial hacia la muerte, porque
antes teníamos dos tabús sociales: el sexo y la muerte. Y ahora solo queda la
muerte. Existe una presión cultural fuerte que evita hablar mal de los muertos,
y además se piensa que el afecto por parientes y amigos ya fallecidos se ve
impulsado por la sensación de pena, la melancolía, el saber que ya no vamos a
compartir su presencia. De este modo, los absolvemos de toda culpa y
enaltecemos su memoria, los homenajeamos.
Para la cultura
occidental es complicado este asunto, genera temor. No nos han preparado
desde niños para asimilarlo. Al contrario: se nos educa en la cultura del
apego, y se considera la muerte como algo tabú, se habla poco, se evita, está
rodeada de miedo. En otras culturas el tema está tan presente en los ritos que
forma parte de la vida y está bien integrada, pues nacemos, crecemos y morimos
de forma natural y lógica. En México el día de los difuntos es fiesta nacional,
con ofrendas, altares, dulces y fiestas en los cementerios. En el animismo
africano los muertos siguen presentes en la tribu, se les honra y se les ofrece
lo que les gustaba. En el budismo la vida no acaba con el fallecimiento. La persona
se reencarna y debe aprender para ir mejorando hasta llegar a ser un ser
totalmente espiritual, que se ha ido perfeccionando a través diferentes vidas.
Para el hinduismo
la muerte no es el final porque cada humano va a renacer en otro lugar y lo
importante es que no se interrumpa la cadena de perfección. En occidente
deberíamos estar mejor preparados para entender y asimilar la muerte, pero
tenemos un modo de vida basado en la posesión, el disfrute de los bienes
materiales, el consumo generado por el bombardeo de la publicidad, las compras
compulsivas del Viernes Negro, de la Navidad, de las rebajas. Entre nosotros,
qué duda cabe, el mundo espiritual ha sido sustituido por la idea del disfrute
terrenal, aquí y ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario