Como vivimos
sometidos a tantos estímulos inmediatos, de las televisiones, de las radios, de
las redes sociales, etcétera, muchas veces nos puede dar la sensación de que vivimos
dentro de una burbuja que crea su propia realidad. Ya lo advirtió el sabio
Bauman, que la modernidad líquida y consumista impone que todo sea flexible,
los individuos nos adaptamos rápido al molde político y social que ya no tiene
valores ni dogmas sólidos, sino que todo es evanescente, paradójico y variable.
Nada es permanente ni fijo, ni el amor. Ni por supuesto la política, así los
líderes van y vienen, los partidos crecen o son borrados de un plumazo, el
éxito y el descalabro electoral son dos caras de una misma moneda. Las andaluzas
han constituido un aviso, y han puesto el dedo en la llaga sobre la caída de
las estrategias, en evidencia la manipulación de las encuestas en los días
previos a la convocatoria, pues las previsiones oficiales venían filtradas de
manera sibilina. Cada día nos han estado ofreciendo predicciones sobre esta
convocatoria electoral y las que vendrán a continuación, y de hacer caso nos
volveríamos majaderos, porque todo es mutable e imprevisible. También aquí en las
islas hay una reforma electoral pendiente, que pudiera hacer variar bastantes
cosas en la forma de gobernar si es que esa reforma llega a aplicarse, que
algunos no están por la labor. El choque con la realidad también le ha llegado al
independentismo, que después de tantos años de empeñarse en gastar en embajadas
y en otras sobreactuaciones se ha visto sobrepasado por la algarabía
reivindicativa en las calles, dado el mal gobierno y con el mantenimiento de
los recortes sociales han salido a protestar los médicos, los bomberos, los
profesores y los estudiantes, todos los cuales les comunican a los políticos su
descontento, la imagen real de los conflictos que los líderes del “procés” no
tienen la menor intención de poner en primer plano. Y tras la irrupción de Vox
en el Parlamento andaluz, el resto de los partidos deberían tomar nota, los
augurios no son muy buenos.
Cada cual se cocina
sus predicciones, para darse moral. También cada día se nos ofrecen pronósticos
variados sobre cómo va a ser la vida dentro de 20 o 40 años, que si la
robótica, que si la inteligencia artificial, que si los coches que ya no van a
contaminar, que si la conquista de Marte, que si el exceso de población, que si
la falta de agua potable, que si el apocalipsis del cambio climático, etcétera.
Algunos agoreros llegan a señalar que los humanos van a desaparecer aunque
algunos se empeñan en afirmar que vamos a poder domesticar la muerte, que dentro
de unos siglos o acaso unas décadas vamos a llegar a ser inmortales. Qué cosas.
Las fake news o noticias perversas han
existido siempre, ya que hay mucha gente aficionada a sembrar rumores. Se trata
de una práctica tan antigua como la humanidad, aunque ahora se encuentra en su
plenitud, dada la enorme cantidad de transmisores. Parece que hasta las elecciones
están trucadas, y los servicios secretos rusos son el nuevo diablo que se
infiltra en todas partes, una nueva versión de la guerra fría. Es aquello de
los programas de los distintos partidos políticos, no es lo mismo leer lo que
nos prometen antes de las urnas que leer el informe de lo que se ha hecho
cuando llegan a disfrutar el poder. Por ejemplo, con el asunto del Brexit hemos
contemplado versiones múltiples sobre cómo va a quedar la relación con
Gibraltar, si habrá cosoberanía, si se recortará el contrabando de tabaco, si
ya no va a ser un paraíso fiscal para tantas empresas, etcétera. Las
previsiones de Sánchez se alejan de la realidad posible, pues solo alcanzó un
pacto de buenas intenciones y aquello del Gibraltar español conviene olvidarlo
como vieja tarjeta del patrioterismo hispano. Los taimados británicos tienen prestigio
y mayor capacidad de movimientos, aunque no estén en la Unión van a seguir
impulsando muchas cuestiones, y una de ellas es esta. Un asunto viejísimo que,
por más que la ONU lo diga, no va a ser descolonizado jamás. También deberíamos
analizar en qué situación quedarían Ceuta y Melilla.
La distancia entre
lo prometido y lo confirmado hace que la sociedad se distancie de los
políticos, y la decepción se extiende a otros segmentos del poder: los jueces,
los tribunales, los sindicatos, los bancos, etcétera. Se tiene la impresión de
que estamos sometidos a burbujas inmobiliarias, a la marcha del turismo, a burbujas
nacionalistas-independentistas, a contingencias previsibles que inciden mucho
en la marcha de la economía como la subida del precio de la gasolina, la
realidad del paro y las cifras maquilladas de los parados en nuestro país, la
economía real frente a las previsiones halagüeñas, etcétera. No vivimos en la
Arcadia feliz que nos dibujan, ni el futuro ha de ser tan negro como señalan
las predicciones apocalípticas. Constatamos también la decepción respecto a la
clase política, tan repleta de mediocres y trepadores, el funcionariado poco
eficiente, un sistema público ruinoso, una Justicia que funciona con lentitud y
que es poco justa, así como un largo capítulo de corrupciones e ineficacias que
se han ido asentando para no marcharse. A nuestros políticos les cuesta mucho
dimitir si los resultados no acompañan, también en eso somos diferentes. Y cada
vez nos pareceremos más a Italia, con lo cual va a ser difícil conseguir
gobiernos estables, que disminuyen las discriminaciones sociales, que se
asegure el sistema de pensiones, que se corrija la falta de natalidad… Tantas
cosas.
Lo malo de esta
situación de desencanto es que tomemos por el camino equivocado, el de fomentar
los extremismos. La irrupción de Vox ha provocado un vuelco importante. Precisamente
aquí no ha habido hasta ahora una opción política que se manifieste por su
oposición a las autonomías y a los inmigrantes, pero parece que ese sentimiento
ha brotado con tal fuerza que no va a diluirse fácilmente, una consecuencia más
de la crisis económica, no totalmente superada sino más bien aletargada. Algunos
amigos y conocidos se muestran predispuestos a votar de manera visceral el año
que viene, aceptan el guiño de la extrema derecha. Ahora ha se puede decir que
somos iguales a buena parte de los países europeos, donde esa fuerza está
asentada e incluso forma parte de coaliciones de gobierno. No solo es la crisis
de la sociedad de confort que hemos conocido, sino que ahora todo queda patas
arriba. Nada es creíble, todo es líquido.
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