He
aquí el tabú que nos queda: asumir nuestra condición de seres efímeros. A los
emperadores romanos, endiosados cuando hacían el paseo triunfal después de una
batalla, un siervo les recordaba que no debían envanecerse puesto que estaban
marcados por su condición mortal. Hemos superado gran parte de las
enfermedades, incluso epidemias exterminadoras; claro que no conseguimos
erradicar el hambre, la violencia ni la guerra. La moral evoluciona, hubo un
tiempo en que incluso la Iglesia aceptó la esclavitud y justificó la guerra,
ahora nos hemos hecho liberales en los usos sexuales, el sexo como tabú dejó de
existir, queda el de la muerte. Judíos, budistas, cristianos y musulmanes, las
grandes religiones hablan del más allá, la resurrección, la reencarnación, un
cielo gratificador, pero el científico Stephen Hawking primero dijo que la idea
de Dios era necesaria para explicar el cosmos, aunque en 2010 se desdijo: Dios
no es necesario para explicar el origen del universo. La creación espontánea en
el Big Bang es la razón por la que hay
algo en vez de nada, por la que existe el universo, por la que existimos los
humanos. Me considero ateo porque no hay ningún Dios, y el milagro no es
compatible con la ciencia. No hay nada después de la muerte; el cielo es un
cuento para las personas que tienen miedo a la oscuridad. Por eso, para él
el sentido de la existencia solo podía derivarse del valor de nuestras acciones
en este mundo. Para Hawking el universo sería producido por meros procesos de
la física y de la química, y creía en la posibilidad de ganar científicamente la
batalla por la eternidad. Además, los
humanos desean estabilidad pero el mundo actual, tan acelerado, es profundamente
inestable. Todo es caduco y al morir no dejamos nada, solo un rastro de olvido.
Lo que nos rodea se mantiene con alfileres, y caemos en la Nada.
También
tenemos dudas sobre si estamos solos en el universo, si todo desaparece con el
final o existe algún tipo de esperanza. Seamos religiosos o no, nos
manifestemos como ateos, agnósticos o cristianos practicantes, es un tema recurrente.
Más de una vez, contemplando la agonía de seres queridos entendemos la muerte
como una liberación más allá del dolor y de los cuidados paliativos, que en
nuestro entorno están poco o mal administrados. Ello nos lleva a la pregunta de
si algún día los humanos serán dueños de su propio final.
¿Existe
algo más o todo desaparece? El cristianismo ofrece la resurrección para
convencernos de que hay vida eterna, un Dios hecho hombre que, como caso
excepcional en las religiones, triunfa sobre la muerte. ¿Es cierto que el alma
pesa 21 gramos, ya que los científicos han hecho experimentos con enfermos
terminales y han observado que tras el fallecimiento el cuerpo pesa 21 gramos
menos? Algunos gurús dicen que con los progresos de la medicina, los
trasplantes, la actividad de las células-madre para regenerar órganos enfermos,
etc. dentro de unas décadas seremos casi inmortales, vencer a la extinción es
la última utopía. En la cultura rural no había alumbrado y algunos afirmaban
haber visto a fallecidos en los caminos, en los barrancos; historias de brujas
y de fantasmas. Las leyendas y los mitos.
Nietzsche
pretendía hacer de la vida lo Absoluto más allá de las creencias. Algunos piensan
que la muerte es una transición, morimos en una dimensión para pasar a otras
dimensiones. Suele decirse que las visiones de las personas en la muerte clínica
son producto de la falta de oxígeno en el cerebro. Esas experiencias
coincidirían con relatos de la mística y las visiones de profetas, gurús y
santo; la Biblia está llena de terribles profecías, también está sembrada de
episodios de incesto, sexo y crímenes, y el Apocalipsis de San Juan es un
relato escalofriante que no podemos considerar al pie de la letra. Los niños
hablan de que han visto ángeles, los ateos hablan de energía y los creyentes
citan a Dios. Raymond Moody ya señaló que en el tránsito hay percepción de sonidos
audibles; existe una sensación de paz, sin dolor; también la sensación de salir
fuera del cuerpo. Asimismo, existe la impresión de estar viajando por un túnel;
hay una ascensión; se ven personas ya desaparecidas; se contempla una revisión
de la vida.
El ser
humano, que domina tanta tecnología, se sigue negando a que el final suponga la
total extinción. Se afirma que la conciencia persiste, ajena al cuerpo y al
cerebro; la experiencia es tan profunda que algunas personas en la muerte
clínica han cambiado sus valores cuando han regresado a la vida. Con los
avances de la medicina, la lucha contra la enfermedad ha rayado en una búsqueda
incesante de alargar la vida, pero se han desdibujado los límites. Una persona
puede estar muerta, sin latido cardíaco, con electroencefalograma plano y, sin
embargo, puede volver a este mundo. Clínicamente, la muerte es un proceso que,
según algunos, podría no ser irreversible.
Como
dice Rafael Chirbes en Crematorio, el
miedo es la visión del futuro y nadie más piensa en el futuro, sólo el hombre,
el miedo al futuro es la raíz de todo sufrimiento (página 74). Enfermos en su
lecho de muerte o durante experiencias cercanas suelen hablar de una luz al
final de un túnel, una sensación placentera, como si el hecho de partir de este mundo no fuera tan
duro como pensamos cuando contemplamos el sufrimiento de enfermos terminales. Tenemos
los últimos ardides de la ciencia para postergar la defunción: clonación,
modificación genética y otros artificios para reparar los estragos de la edad y
mantener activo el cerebro copiándolo primero vía informática y almacenándolo
después, al duplicarnos no moriríamos del todo. Todo lo que ocurre en nuestro
universo está sucediendo también en el multiverso, por lo que la vida nunca
dejaría de existir. Cuando el cuerpo desaparece, nuestra energía se transforma.
Entramos
en una nueva edad, la de quienes vivirán más años y con más capacidades. Hay
propuestas que parecen ciencia ficción. Cuando voy por la calle yo, como
cualquier hijo de vecino, veo a septuagenarios y octogenarios, mujeres y
hombres en silla de ruedas, muy disminuidos físicamente, con una cuidadora
suramericana. ¿Cómo vencer de veras el alzhéimer, el cáncer, el párkinson, la
dependencia? Entonces te preguntas si vale la pena alargar tanto la vida,
perdiendo en el camino tanta calidad de vida. Nos dicen que dentro de veinte,
treinta años, nos gobernarán los robots y habremos alcanzado la sociedad
posthumana. Pero ¿a qué precio?
(Publicado en La Provincia, lunes 23 abril 2018)
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