Ángel Sánchez es un tipo especial dentro
de los creadores canarios. Buen ensayista sobre nuestra realidad, sus opiniones
son aceradas, poco complacientes, repletas de lucidez. Irreverente y cáustico,
merece el Premio Canarias recién concedido. Opina el profesor, crítico y poeta
visual en su madurez próxima a cumplir 75 años que uno de nuestros mayores problemas es no asumir que somos un
pueblo mestizo, con el cruce de muchas sangres: bereberes, españoles,
normandos, portugueses, genoveses, flamencos, malteses, británicos. Europa,
Africa y la cercanía espiritual de América. Estudió en La Laguna y Salamanca,
es doctor por La Sorbona de París, profesor en Francia y Alemania, traductor de
Boris Vian y Georg Trakl entre otros. Su movilidad es reducida, pero su cabeza
no se rinde. Ensayos sobre cultura canaria (Edirca, 1983) fue un
libro de cabecera en el que decía verdades como puños. “Lo que hace nuestra
gloria es la fusión, la mezcla de gente tan diversa que ha llegado hasta aquí.
Lo triste es que nuestra identidad sigue obnubilada, calumniada incluso. La
peculiaridad de nuestra habla no es respetada, Pancho Guerra hizo mucho daño
porque atropelló el lenguaje en esquemas humorísticos degradantes.”
Lo explicó con detalle en el número 2 de Insularia, revista que fue de la
Asociación Canaria de Escritores. Ha trabajado sobre los iconos de la
arquitectura popular, los elementos decorativos, la ornamentación. Antropólogo,
poeta visual, cabeza inconformista. “No puede haber canariedad con base si no
hay educación. Porque lo nuestro debe estar parejito en los programas de enseñanza
con lo hispano y lo universal. “La literatura light ha eliminado el pensamiento
moral, la ética, el trabajo de percutir en la conciencia de los demás. Ignacio
Gaspar y Félix Hormiga son dos excepciones, ejemplos válidos de
tratamiento del lenguaje, de autenticidad.” Angel es un heterodoxo,
un radical. “El construccionismo avanza, terminaremos siendo Hong Kong. El
turismo ha destrozado las costas, y el dinero se lo quedan los del exterior. He
ido viendo el desgaste de identidad, pero en el campo todavía la gente se ayuda
a coger papas y va a los entierros aunque no conozcan al muerto.” Vive en
Valleseco, a 900 metros sobre el mar, en el reino de la niebla. Pero
en los inviernos suele plantarse en la playa de Salinetas. Se tiende a pensar
que los poetas han sido los constructores de un pensamiento canario, pero no es
del todo cierto. Sí que puede haber un pensamiento canario, dice. “Hay que
revolver las islas, quitar los isloteñismos, poner coto a los campos de golf,
la construcción salvaje, las autovías. Hay que mirar por el territorio, poner
coto a las camas turísticas, dar trabajo a los jóvenes, porque los veo con gran
desesperanza, tirando de la droga y el alcohol. Hay que recuperar lo salvaje y
auténtico de nuestra realidad.” El Ángel Sánchez disidente es un hombre lúcido,
un bregador que no se rinde en el terrero. Las tres grandes preocupaciones
que le asaltan: el paro galopante y el peligro especulativo que acecha al
patrimonio histórico, al agrícola y al medioambiental, y por último –aunque no
menos decisiva– la indefensión cultural, materia toda ella sensible para el
progreso de un modelo civilizado sostenible, que deberemos forzar más allá de
la utopía, según sus propias palabras.
Un senegalés que vivía de ser mantero en Madrid murió hace días tras
una persecución policial. Ello ha producido algunos disturbios, movilizaciones,
y llamadas de atención acerca de las dificultades que plantea la convivencia
con los inmigrantes africanos, una buena parte de los cuales consiguieron
llegar en aquellas oleadas de pateras que recibió Canarias. Un choque de
culturas, una existencia precaria, y la mayor o menor tolerancia hacia la venta
callejera de cientos, miles de personas que viven entre nosotros aunque carecen
de documentación. Nicolás Melini (Santa Cruz de La Palma, 1969), es escritor y
cineasta. Autor de El futbolista asesino y
de varios libros de relatos, ha sido director y guionista de varios
documentales y cortometrajes. Ha publicado Africanos
en Madrid, Reino de Cordelia, 2017, presentado en Casa África por Santiago
Gil y Jerónimo Saavedra, un libro escrito con afán objetivo y desgarro, con la
cercanía que le otorgó su vida en pareja con una senegalesa, el ser padre de
una niña hispano-senegalesa, y el haber convivido estrechamente. Melini ha
compartido sus comidas, sus ideas, sus razonamientos en las difíciles
circunstancias que les toca vivir a la mayoría de estas personas. El suyo ha
sido y es un compromiso personal irrefutable, y afirma que escribió el libro
para romper la comodidad en la que vivimos, porque el desconocimiento es muy
cómodo; vivimos en la cultura occidental, que ha perdido la lealtad, los
valores, la familia y elementos muy importantes en la cultura africana. Lo dijo
en el periódico digital La Palma Ahora.
El libro se compone de relatos sobre la vida cotidiana de los
inmigrantes, escenas de la cotidianeidad, las comidas en grupo, las carreras
delante de los guardias, las discriminaciones de todo tipo, y, como epílogo,
recoge un trabajo sobre aquel amigo de primera fila, Amadou Ndoye, que tanto
amó nuestra literatura y que tan generoso fue. Amadou se convirtió en un
apóstol de la enseñanza del español en su país, pero no solo hizo eso sino que
estudió y divulgó las letras canarias, particularmente estudió la generación de
los 70. Cuando falleció todavía no se había jubilado de la universidad Cheik
Anta Diop de Dákar, a los 65 años. Esta universidad fue una punta de lanza de
la cultura hispana pues en los años 1966 y 1967 tuvo un activo lector canario,
Juan Manuel González, quien impulsó la traducción al francés de poetas como
Pedro Perdomo Acedo, Pedro García Cabrera y Pedro Lezcano. Melini señala que los
africanos se enfrentan a la explotación liberal, y califica de terrible el
hecho de que en comunidades como Madrid la educación pública se haya convertido
en un gueto donde solo estudian los hijos de los inmigrantes, y si hay algún
blanco es rumano; en cambio los colegios privados están absolutamente
blanqueados. “Estamos utilizando la educación pública como un gueto”. Sin
embargo, cree que España es buen país para los inmigrantes, hay libertades y
gente bastante tolerante. Se les dan oportunidades, afirmó. La cultura africana
resalta la hospitalidad, y uno de los valores que resaltan en ella es el hecho
de no ser una sociedad de consumo. Para el autor, la integración arrancaría de
la amabilidad, ser educado con el otro. De este modo, los africanos penetran en
la sociedad española, y viceversa.
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