miércoles, 31 de agosto de 2016

Argentina, patria del simulacro


Eduardo Sanguinetti, filósofo

“Era un hombre sin importancia colectiva, apenas un individuo”

Louis Ferdinand Céline

 Al modo rilkeano, intentaré en este editorial, meditar sobre mis huellas y construir una arqueología de la significación de mi paso en el acontecer de la cultura y la política de este tiempo. Unas huellas que, por su insistencia transmutan el recuerdo individual en social. Saber es acordarse, hacer no lo es menos.

Asimilado a una actitud y aptitud neoestoica, en mi vivir, no me canso de repetir, frente a la posibilidad de otra “sociedad posible” con un entusiasmo que no disimulo, desmintiendo y denunciando desde mi “locus solus”, a los embaucadores pseudotéoricos de la política y de la sociología neoliberal, que prevén una nivelación cada vez más deprimente del estándar cualitativo hacia planos cada vez más bajos, al alcance de los hombres del presente, gradualmente más condicionados e imbéciles.

Muchas son las dificultades a las que debo enfrentarme, cuando intento comunicar denuncias e inquietudes desde un medio abierto a otro enteramente parado. No ignoramos -basta mostrar un mínimo entusiasmo y participación frente a una Argentina que simuladamente lo está poniendo todo en discusión, para que nos caigan a los destructores de absolutos y dogmas- el accionar asesino de sicarios del poder de turno, de deprimentes militantes de la farsa y la estafa, sumadas a las constantes amenazas, censura total y absoluta impuesta por el régimen imperante, devenido en una democracia procedimental, que gobierna un Estado inexistente.

Hay demasiados muertos sin vigencia en una comunidad como la argentina, sentenciada por un sistema judicial y policial represivo, necrótico y disfuncional, que promueve sus héroes desde las pantallas y redes de la web, al servicio del simulacro.

Lo que llamamos vida, guiña su ojo económico y las renuncias necesarias de funcionarios incapaces nunca llegan.

Me refiero de manera puntual a los violentos acontecimientos que vienen sucediendo desde hace un tiempo en mi querida tierra, donde la justicia está de la mano de la desmesura y el anacronismo en acto.

Así pasan los días y las horas se convierten en asuntos negociables, todo tiene valor en moneda. El mercantilismo impuso su sustancia, ante el amparo de la ley, cual contragolpe constitutivo de discontinuidad al denominado orden vigente.

Vivimos en un estadio donde la democracia ha tomado perfiles muy difusos. Si por democracia entendemos el ejercicio efectivo del poder por parte de un pueblo, que no está dividido ni ordenado jerárquicamente en clases, es claro que estamos lejos de una democracia.

Me parece muy evidente que estamos viviendo bajo un régimen de dictadura de clase, de un poder de clase que se impone desde la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales.

En mi ensayo “El Pedestal Vacío” (1993, Ed. Catari) en el que amplío mis certezas acerca del simulacro y la mentira, convoco a la vez los fantasmas a los que se refirieron tantos notables intelectuales destructores de las evidencias simuladas, que instaló el poder a lo largo de la historia, y que hoy reaparecen por todas partes a modo de mentiras de ninguna verdad. El desarrollo de las tecnologías y las telecomunicaciones provoca la apertura a un espacio de una realidad fantasmal. No tengo dudas de que la tecnología de punta, en lugar de alejar fantasmas, abre el campo a una experiencia en la que la imagen no es ni visible ni invisible, ni perceptible ni imperceptible, simple y trágicamente un recuerdo escindido.

No dejo de insistir en el affaire de los medios y de la transformación del espacio público a través del universo de las corporaciones económicas de los medios de comunicación, y de las web conformadas por máquinas de producción de fantasmas. No hay sociedad que se pueda comprender hoy sin entender esa condición fantasmagórica de los medios y su relación con los muertos, las víctimas, los desaparecidos que forman parte del imaginario social. El demonismo convierte a esta suerte de nihilismo y escepticismo en fe, y puede definirse como la mentira de ninguna verdad convertida en la verdad de ninguna mentira.

No puedo dejar de mencionar los asilos, las cárceles y las neuralgias sociopolíticas, o algo sobre los empresarios, las “top” models, o quizás sobre genios desconocidos… sobre la irreflexión y la bajeza, algo sobre la moral o el rock and roll. No sé, sobre la vejez como horror ejemplar, sobre el suicidio de los pueblos. No hago más que arrojar algunas palabras: aislamiento, degeneración, vulgaridad, ignorancia, prostitución, mentira… hago hincapié en el envejecimiento.

La realidad se transformó en sujeto del destino, mientras el sujeto es apenas su objeto: absoluta crisis de lo absoluto. Paralizados en la anarquía de la página, el origen cierra sus puertas, y la tierra de nadie recoge el desperdicio de restos humanos, que respiraron la atmósfera podrida de este tercer milenio.

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