Eduardo Sanguinetti,
filósofo
“Era
un hombre sin importancia colectiva, apenas un individuo”
Louis Ferdinand Céline
Asimilado
a una actitud y aptitud neoestoica, en mi vivir, no me canso de repetir, frente
a la posibilidad de otra “sociedad posible” con un entusiasmo que no disimulo,
desmintiendo y denunciando desde mi “locus solus”, a los embaucadores
pseudotéoricos de la política y de la sociología neoliberal, que prevén una
nivelación cada vez más deprimente del estándar cualitativo hacia planos cada
vez más bajos, al alcance de los hombres del presente, gradualmente más
condicionados e imbéciles.
Muchas
son las dificultades a las que debo enfrentarme, cuando intento comunicar
denuncias e inquietudes desde un medio abierto a otro enteramente parado. No
ignoramos -basta mostrar un mínimo entusiasmo y participación frente a una
Argentina que simuladamente lo está poniendo todo en discusión, para que nos
caigan a los destructores de absolutos y dogmas- el accionar asesino de
sicarios del poder de turno, de deprimentes militantes de la farsa y la estafa,
sumadas a las constantes amenazas, censura total y absoluta impuesta por el
régimen imperante, devenido en una democracia procedimental, que gobierna un
Estado inexistente.
Hay
demasiados muertos sin vigencia en una comunidad como la argentina, sentenciada
por un sistema judicial y policial represivo, necrótico y disfuncional, que
promueve sus héroes desde las pantallas y redes de la web, al servicio del
simulacro.
Lo
que llamamos vida, guiña su ojo económico y las renuncias necesarias de
funcionarios incapaces nunca llegan.
Me
refiero de manera puntual a los violentos acontecimientos que vienen sucediendo
desde hace un tiempo en mi querida tierra, donde la justicia está de la mano de
la desmesura y el anacronismo en acto.
Así
pasan los días y las horas se convierten en asuntos negociables, todo tiene
valor en moneda. El mercantilismo impuso su sustancia, ante el amparo de la
ley, cual contragolpe constitutivo de discontinuidad al denominado orden
vigente.
Vivimos
en un estadio donde la democracia ha tomado perfiles muy difusos. Si por
democracia entendemos el ejercicio efectivo del poder por parte de un pueblo,
que no está dividido ni ordenado jerárquicamente en clases, es claro que
estamos lejos de una democracia.
Me
parece muy evidente que estamos viviendo bajo un régimen de dictadura de clase,
de un poder de clase que se impone desde la violencia, incluso cuando los
instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales.
En
mi ensayo “El Pedestal Vacío” (1993, Ed. Catari) en el que amplío mis certezas acerca
del simulacro y la mentira, convoco a la vez los fantasmas a los que se
refirieron tantos notables intelectuales destructores de las evidencias
simuladas, que instaló el poder a lo largo de la historia, y que hoy reaparecen
por todas partes a modo de mentiras de ninguna verdad. El desarrollo de las
tecnologías y las telecomunicaciones provoca la apertura a un espacio de una
realidad fantasmal. No tengo dudas de que la tecnología de punta, en lugar de
alejar fantasmas, abre el campo a una experiencia en la que la imagen no es ni
visible ni invisible, ni perceptible ni imperceptible, simple y trágicamente un
recuerdo escindido.
No
dejo de insistir en el affaire de los medios y de la transformación del espacio
público a través del universo de las corporaciones económicas de los medios de
comunicación, y de las web conformadas por máquinas de producción de fantasmas.
No hay sociedad que se pueda comprender hoy sin entender esa condición
fantasmagórica de los medios y su relación con los muertos, las víctimas, los
desaparecidos que forman parte del imaginario social. El demonismo convierte a
esta suerte de nihilismo y escepticismo en fe, y puede definirse como la
mentira de ninguna verdad convertida en la verdad de ninguna mentira.
No
puedo dejar de mencionar los asilos, las cárceles y las neuralgias
sociopolíticas, o algo sobre los empresarios, las “top” models, o quizás sobre
genios desconocidos… sobre la irreflexión y la bajeza, algo sobre la moral o el
rock and roll. No sé, sobre la vejez como horror ejemplar, sobre el suicidio de
los pueblos. No hago más que arrojar algunas palabras: aislamiento,
degeneración, vulgaridad, ignorancia, prostitución, mentira… hago hincapié en
el envejecimiento.
La
realidad se transformó en sujeto del destino, mientras el sujeto es apenas su
objeto: absoluta crisis de lo absoluto. Paralizados en la anarquía de la
página, el origen cierra sus puertas, y la tierra de nadie recoge el
desperdicio de restos humanos, que respiraron la atmósfera podrida de este
tercer milenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario