Hace mucho que el fútbol ya no es un mero deporte sino que se ha convertido en un gigantesco negocio global, por algo los países árabes ricos compran equipos de fútbol, y hasta China hace sus intentonas. Ya Jorge Valdano lo señaló hace tiempo: ahora en el fútbol hay más dinero en circulación que talento. El jugador se ha convertido en un hombre de negocios, un empresario de sí mismo, y el juego no repara en cuestiones éticas.
Si
será importante el fútbol-espectáculo-negocio que hasta el rey de Marruecos
tiene un interés especial en que su país participe en la candidatura
España-Portugal para un próximo mundial, el de 2030. El monarca justifica su
aspiración afirmando que será la candidatura de la unión entre África y Europa,
el norte y el sur del Mediterráneo, y entre los mundos africano, árabe y
euro-mediterráneo. La petición tiene un significado político evidente, y es
consecuencia del nuevo rumbo de las relaciones bilaterales, que van a seguir
siendo incómodas, nunca estarán aseguradas. También será -dice el rey- una
candidatura que reunirá lo mejor de ambas partes y la demostración de una
alianza de genio, creatividad, experiencia y recursos.
El monarca afirma que
quiere hacer del fútbol en Marruecos una palanca de éxito y desarrollo humano
sostenible, porque, "además de ser una pasión y la expresión de un talento
creativo, el fútbol es una visión de futuro, un compromiso a largo plazo, una
gobernanza eficiente y una inversión en infraestructuras y en capital humano”.
Todo esto en teoría está muy bien, aunque se le podría argumentar que incluso sería
todavía más prioritario elevar el nivel de vida de sus súbditos más humildes, ofrecer
mejores perspectivas de empleo a los jóvenes, para que no tuvieran que jugarse
la vida en las pateras intentando llegar a Europa.
Mohamed VI recuerda en
su mensaje que el fútbol marroquí honró a África en el pasado Mundial de
Qatar 2022, donde la selección magrebí quedó cuarta, y exalta los valores de
juego solidario que entraña el deporte, además de utilizar sus éxitos como
respaldos patrióticos al papel de su gobierno.
Estamos en un momento
en que los valores han cambiado. Aquello de la honorabilidad, de la ética, del
esfuerzo colectivo y del juego limpio que mostraba el deporte en sus orígenes se
ha trocado en un exacerbado individualismo, combinado con el pragmatismo que
impone este mensaje: todo vale para lograr el triunfo, incluso vale utilizar
estrategias ilegales. El “fair play” se fue al baúl de los recuerdos desde hace
tiempo, y abundan las interferencias en busca de ventajas, lo cual incluye episodios
de compra de árbitros y amaño de partidos.
Tuve la suerte de ver a
aquellos héroes del fútbol canario, la Unión Deportiva de Tonono, Guedes,
Germán y un largo etcétera, en que la cantera exhibía sus virtudes, con la
incorporación después de figuras del fútbol suramericano, particularmente del
argentino, con el que teníamos la misma vocación del buen juego.
El Barcelona como ejemplo del juego combinativo y con vocación ofensiva, fue inspirador de la selección española. El Real Madrid siempre fue el equipo incapaz de darse por derrotado hasta el minuto 90, sus grandes recursos y sus éxitos quedan reflejados en sus 14 Copas de Europa. Ahora que las televisiones transmiten todas las ligas porque hay demanda de espectáculo, bueno sería recordar que a fin de cuentas se trata de un deporte y de un juego en el que interviene el azar, con aciertos y fallos humanos, también los postes y los largueros que evitan goles cantados. Y luego está la disparidad de criterios: en el fútbol inglés hay pocos jugadores expulsados, pero en el español se baten todos los records. ¿Por qué esos criterios tan diferentes?
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