jueves, 21 de enero de 2021

Pata de gallo (cuento de Alberto Omar)

 

No le gustó verse aquellas diminutas arrugas en el borde de los párpados. Temía, desde hacía años, ese momento en que los hijos están ya crecidos y el amor se convierte en tedio.

Ella quería que todo fuera otra vez como antes. Por eso se empeñó en imitarse a sí misma, recordando cómo se peinaba haciéndose una pequeña coleta en la nuca, y se ponía aquel carmín brillante que le hacía los labios sensuales, apetecibles.

Recordó la receta de los canelones que le diera la abuela italiana, también cómo se hacían las truchas rellenas de cabello de ángel, y la salsa delicadísima de papaya que inventara la Tata cuando él, aún de novios, estuvo por primera vez cenando con su padre.

Quiso traer al presente sus épocas de estudiante progresista antes de que todo se le fuera a caer en el olvido, y rebuscó los libros de Marcuse, Hegel, Otero; los apuntes de Aranguren, los panfletos callejeros, amarillos y también perdidos como ella en el tiempo. Se recompuso como se le arreglan el cartón y los trapos a una muñeca vieja.

Él la miró, pero con pena y reproches a sí mismo, y descubrió que la quería caduca, seca, aunque ya no la amara. Mas a ella se le había plantado una nueva ilusión entre las flores de su vestido nuevo, y no había quién la convenciera o que le dijera que solo era una mujer marchita, a punto de ser abuela. Le pareció que la miraban quienes antes dudaban de su existencia pues en los ojos de los otros se halló nueva.

Aunque en la experiencia comprobaba que el amor guarda para los seres multitud de esquinas de convivencia, aceptó que todo había cambiado, que él era ya un extraño entre los extraños, y que su silencio o sus gritos apenas le hacían mella o no le quebraban ya la sonrisa en llanto, o las súplicas de él, ni sus borracheras, la sumían en el temor de sentirse abandonada.

Abrió las ventanas de par en par, dejó que saliera todo su pasado. Tomó la agenda. Marcó un número. Oyó la nueva voz de hombre. Habló y habló mientras sentía sus carnes renacer al tiempo que la otra voz le arañaba la piel golosamente, y la humedad le partía el cuerpo en dos partes.

Supo también que todo es posible. Irse o quedarse. Sentir la vida como un regalo o como una maldición.. Conocer, amar el miedo o temerlo.

Sabiéndolo, plantó una nueva sonrisa entre los labios, recogió una renovada ilusión que metió en su cuerpo, movió la cabeza para tirar afuera los pensamientos viejos, taconeó al andar, pegó un portazo al salir, y voló adónde el deseo.

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