martes, 20 de noviembre de 2018

Tarajano y una exposición de Osvaldo Cipriani


Habíamos compartido la reciente convocatoria del memorial Pedro Lezcano, en el patio del Cabildo. Lo vimos fatigado, le costaba hablar. Francisco Tarajano tenía 94 años, pero una buena memoria. Así, recordó la ocasión, comienzos de los años 80, en que llevé al instituto de Tafira a los tres poetas sociales que tenían mayor capacidad de convocatoria: Agustín Millares Sall, Pedro Lezcano y Tarajano. Fue una sesión que agradó al alumnado, porque los tres eran poetas vibrantes. Él recordó aquel recital poético, aunque tenía dificultades para expresarse. En el acto del Cabildo estábamos en primera fila, con Luis Pulido, su leal amigo. En el tanatorio coincidimos Rosario y yo con sus hermanas, su hija, por supuesto que el omnipresente Luis Pulido, la poeta Margarita Ojeda y el siempre activo Rafael Franquelo, que ahora vive en El Madroñal, a caballo entre San Mateo y Santa Brígida. Los sábados, ya se sabe, no es fácil que la gente acuda a actos funerarios. Pero allí estábamos, el féretro cubierto con la bandera de las siete estrellas verdes. Porque fue un hombre del pueblo llano que hizo una labor poética y etnográfica, que ponía el dedo en la llaga, que recuperó tradiciones, que ideó adivinas, que puntualmente nos mandaba sus versos de Navidad. Era habitual del Club Prensa Canaria, ahora Club La Provincia, donde intervino en numerosas actividades.
Fue fiel a sus ideales, y, amante de la literatura popular, fue más que un poeta mitinero.  Colaboró en el romancero La Flor de la Marañuela, dirigido por el doctor Diego Catalá Menéndez Pidal, catedrático de la Universidad de La Laguna. Durante su estancia en Venezuela escribió siete libros didácticos y una vez retornado se inicia su etapa más fecunda, compaginando sus libros con su labor de recopilador de la sabiduría popular y la de cronista oficial de Agüimes. Lo explicaba: ”Soy un poeta canario, hablo desde mi tierra, su fauna, su flora, el sentir y decir de mi gente porque el habla es la morada del ser. Sin el habla popular y peculiar de esta tierra, el canario pierde su savia y su autenticidad y para ser auténtico el canario tiene que ser autor y actor de su historia. Por eso con mis versos pretendo forjar conciencia.”
Hijo de labradores, desde muy pequeño se crió en Agüimes y luego ingresó como  interno en el colegio Salesianos de la capital. Desde los veinte años imparte clases, primero en Gran Canaria, y luego en Tenerife, donde ejercerá como profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de La Laguna, 1955. Al año siguiente emigró a Venezuela ejerciendo la docencia dieciséis años. En 1972 regresa continuando con su labor como profesor en el colegio María Auxiliadora y en los institutos Isabel de España y el Pérez Galdós, donde se jubila. Fue un hombre que hizo mucho por el saber popular, por las tradiciones, y mantuvo íntegra su conciencia. Pensó Canarias desde la rebeldía poética, desde la disidencia.
Osvaldo Cipriani es fotógrafo artístico y creativo, pero antes fue actor y director teatral, y también cantó en coros. Expone en La Otilia, Plaza San Antonio Abad, una vieja casona de Vegueta algunas de sus últimas creaciones, junto con la también fotógrafa Nereida Castro, la propuesta de esta se titula Espejos y es la quinta de una serie de 14 proyectos. Además colabora la pintora Luz Sosa, con quien expuso recientemente en Polonia. En la muestra, que incorpora dos tratamientos diferentes, se plantea la identidad de género, la ambivalencia hombre-mujer, con materiales reciclados. El trabajo tiene algo de artesano, producido en un taller artístico. Hay fotos con espejos rotos y se incorporan fondos de espejos plásticos ondulados, flashes, una cuidada iluminación, y se integran manualidades en la fotografía. Hizo una exposición en el centro comercial El Muelle, presentada por Rosario Valcárcel, quien comentó su potencia creadora, su manejo de mitos clásicos con originalidad y fuerza. Se proponía constatar los grandes cambios: la aparición del fuego, la industria, el papel de las religiones y los mitos antiguos. Combinando desnudos obtenía una imagen con la estética de El Jardín de las Delicias de El Bosco, el sometimiento de la humanidad al mando del televisor constituía una propuesta satírica. Su obra siempre está en los límites de la fotografía tradicional, por ello investiga las posibilidades de las técnicas de 3 D, hace un ejercicio de búsqueda, y consigue efectos expresionistas.      
Ahora vive en la isla porque sus pulmones no soportaban la contaminación de Torrejón de Ardoz con su mujer Pilar, docente en un instituto. Nace en Bahía Blanca, República Argentina, 1942. Pronto se inicia en la fotografía y trabaja como fotógrafo de escena en conciertos, ópera y teatro, sus trabajos se publican en periódicos. En 1964 se traslada a Buenos Aires, como actor en el Teatro Lasalle y como fotógrafo hace reportajes a Atahualpa Yupanqui, Jorge Luis Borges, Vittorio Gassman, etc. Regresa a Bahía Blanca, filma dos cortometrajes y comienza a fotografiar y rodar para una agencia publicitaria. Además de ser actor, en 1974 ocupa la dirección artística de la Comedia del Sur, grupo que desarrolla una labor de incitación cultural. Perteneció a los coros de la Universidad del Sur y de la catedral de Bahía Blanca e intervino en dos óperas. Obras suyas han sido expuestas en Japón, Corea, China, Italia y Polonia.
En 1980 se instala en Madrid como profesor de fotografía y cine. Realiza un curso piloto de fotografía para niños en la Casa de la Cultura de Getafe, lleva la fotografía a las escuelas. Se hace profesor de Imagen en la Universidad Popular de Torrejón de Ardoz y se integra en la Confederación Española de Fotografía, que lo selecciona para exponer en varios países. Como hombre del teatro añadimos que en Bahía Blanca, en la década de los 70, hubo una pléyade de grupos independientes que desplegaron una intensa labor, y entre ellos figuraba la Comedia del Sur. Pusieron en escena obras de Chejov, Harold Pinter, Arthur Miller, Tennessee Williams, produciendo una modernización de la escena cultural, y también un teatro impregnado de lo local que cuestionaba el funcionamiento de la ciudad. Se pretendía la transformación radical de la colectividad, mediante un teatro militante que hizo de las prácticas escénicas experiencias colectivas de intervención política frente a las secuelas de las dictaduras que padeció el país. El arte era una herramienta para la producción de una nueva sociedad; la interacción entre arte, sociedad y política supuso trabajar en espacios no convencionales, como barrios y sindicatos. El teatro como compromiso de transformación, ejercicio de liberación.

(Imágenes: Osvaldo Cipriani, fotógrafo; Francisco Tarajano, poeta)

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