miércoles, 11 de julio de 2018

Rescaten niños, pero lejos



David Torres (www.publico.es)

En octubre de 1988 el mundo entero contuvo la respiración ante la agonía de cuatro ballenas grises atrapadas entre los hielos de Alaska. Durante más de dos semanas la audiencia desayunaba, almorzaba, merendaba y cenaba sin quitar los ojos de la televisión, atenta al despliegue de medios implicados en el rescate, los cuales incluyeron varios aviones C-5 Galaxy, una flota de helicópteros, otra de navíos de todos los tamaños y, finalmente, dos gigantescos rompehielos soviéticos. Fue una de las pocas ocasiones en que, en los coletazos finales de la Guerra Fría, las dos superpotencias se pusieron a colaborar ante la posibilidad de salvar vidas, aunque fuesen las vidas de unos pobres cetáceos.
Aunque uno de los animales murió, la operación resultó un completo éxito a todos los niveles, especialmente el logístico, el informativo y el mojigato. Los científicos, zoólogos y ecologistas señalaban la hipocresía de gastar millones de dólares en preservar la existencia de tres ballenas mientras se estaban cazando centenares de la misma especie por los mares de todo el planeta. Del mismo modo, el inefable Ronald Reagan elevaba una plegaria agradeciendo el afán de los trabajadores esquimales a los que había puesto a currar cortando hielo a 15 dólares la hora al mismo tiempo que su implacable política de recortes en gastos sociales había alcanzado la cifra record de 35 millones de pobres.
Treinta años después se repite la misma obra, cambiando tres ballenas grises por una docena de niños tailandeses atrapados en una cueva y el holocausto de miles de cetáceos convertidos en aceite por el naufragio silencioso de miles de niños ahogados en el Mediterráneo. La rueda de los medios gira impulsada por aquella frase falsamente atribuida a Stalin: un muerto es una tragedia, un millón de muertos es una estadística. Los espectadores somos así y no conviene removerlo mucho, de otro modo podemos acabar como el público que acudió al estreno de la aterradora farsa que le lanzó a la cara Billy Wilder en El gran carnaval, cuando un periodista sin escrúpulos (Kirk Douglas en la cumbre del cinismo) decidía montar un espectáculo circense con el rescate de un pobre hombre emparedado en una gruta.
¿Por qué nos conmovemos con la desgracia de una docena de niños tailandeses a punto de ahogarse y miramos para otro lado ante la desgracia de docenas de niños abandonados a su suerte en sus pateras? Probablemente porque los periódicos y los telediarios nos bombardean a diario con una agenda informativa que señala exactamente cuándo, dónde, cómo y qué es noticia. Chuck Tatum, el infame reportero interpretado con legendario brío por Kirk Douglas, lo explicaba muy bien cuando buscaba trabajo en un oscuro diario de Alburquerque: “Conozco los periódicos de arriba abajo. Los he escrito, editado, impreso, doblado y vendido. Hago noticias grandes y pequeñas. Y si no hay noticias, salgo a la calle y muerdo a un perro”.
Ya es triste que se perciba la tragedia inhumana de los naufragios de pateras al mismo nivel que el mordisco de un perro a un viandante. Todavía recuerdo cuando los activistas por los derechos de los animales se encontraban ante el mantra de que primero había que salvar a los refugiados. Ahora que llegó el momento de salvar a los refugiados, las mismas almas caritativas nos explican que primero hay que salvar a los pobres de nuestras ciudades. Y mientras tanto, todos delante de la tele, entre el fútbol en Rusia y el submarinismo en Tailandia, comiendo palomitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario