Derek Walcott, poeta nacido en Santa Lucía, Mar Caribe, acaba de fallecer, a los 87 años. Lo conocimos en el Teatro Romano de Mérida, donde se representó una obra suya, sobre el mito de Ulises, en la que participaba como actriz Lucía Bosé. Murió en su casa de su isla natal, tras sufrir una larga enfermedad. Premio Nobel en 1992, fue autor -entre otras obras- de
Sueño en la montaña del mono, El testamento de Arkansas, Omeros, El viajero afortunado. Era hijo de un pintor británico y de una profesora nativa, y dio clases de Literatura en universidades norteamericanas.
Desenlace
Yo vivo solo
al borde del agua sin esposa ni hijos.
He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.
Mas somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad
de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a
la poesía sino buenos sentimientos,
ni misericordia, mi fama, ni Curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,
y en una vida inmaculada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.
Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difícil que lo que pasa por ser la vida.
El amor después del amor
El tiempo vendrá
cuando, con gran alegría,
tú saludarás al tú mismo que llega
a tu puerta, en tu espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Seguirás amando al extraño que fue tú mismo.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor
a ti mismo, al extraño que te amó
toda tu vida, a quien no has conocido
para conocer a otro corazón,
que te conoce de memoria.
Recoge las cartas del escritorio,
las fotografías, las desesperadas líneas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
Fama
Esto es la fama: domingos,
una sensación de vacío
como en Balthus,
callejuelas empedradas,
iluminadas por el sol, resplandecientes,
una pared, una torre marrón
al final de una calle,
un azul sin campanas,
como un lienzo muerto
en su blanco
marco, y flores:
gladiolos, gladiolos
marchitos, pétalos de piedra
en un jarrón. Las alabanzas elevadas
al cielo por el coro
ininterrumpidas. Un libro
de grabados que pasa él mismo
las hojas. El repiqueteo
de tcaones altos en una acera.
Un reloj que arrastra las horas.
Un ansia de trabajo.
(Versión de Antonio Rasines)
Una vez les di a mis hijas, por separado, dos caracolas...
Una vez les di a mis hijas, por separado, dos caracolas
extraídas del arrecife, o vendidas en la playa; no me acuerdo.
Las usan como topes de puerta o reposalibros, pero sus paladares,
húmedos y rosados, son el canto insonoro de ángeles.
Una vez escribí un poema llamado El Cementerio Amarillo,
cuando tenía diecinueve. La edad de Lizzie. Tengo cincuenta y tres.
esos poemas que he alzado no se vinculan a traducción alguna
como si fueran hitos musgosos; cada uno baja como una piedra
al fondo del mar, asentándose, pero déjalos yacer, con suerte,
donde las piedras están profundas, en la memoria marina.
Déjalos estar, en agua, como mi padre, que hacía acuarelas,
se adentraba en su trabajo. Llegó a ser una de sus sombras,
dubitante y difícil de ver bajo la luz solar del verano.
Se llamaba Warwick Walcott. A veces creo
que su padre, por amor o bendición amarga
se llamó así en honor de Warwickshire. Las ironías
se mueven. Ahora, cuando reescribo un verso,
o esbozo en el papel que se seca rápido las frondas de cocos
que él hizo tan tenuemente, las manos de mi hija se mueven en las mías.
Las caracolas se mueven por el fondo marino. Acostumbraba a mudar
en Castries adonde pudiera amar a los dos a la vez,
el mar y su ausencia. La juventud es más fuerte que la ficción.
(Versión de Vicente Araguas - Huerga y Fierro Editores)
Un gran poeta de una isla pequeñísima.
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