Un amigo iba caminando por una calle muy frecuentada, cuando de pronto se sintió mareado, perdía la visión, le venía un dolor en el pecho. Por fortuna, estaba cerca de un ambulatorio de la Seguridad Social, y en cuanto llegó allí le notificaron que estaba padeciendo un infarto, enseguida vino una ambulancia. El hombre, de apenas 50, no es fumador habitual aunque sí hace un relativo consumo de alcohol.
Cuando he vuelto a verlo,
lo encontré contento. Cierto que una experiencia como la que él tuvo, afecta a
cualquiera. Ahora hay quienes afirman que el mayor índice de infartos, ictus e
incluso cánceres tiene alguna relación con las vacunas que nos hemos inoculado
a raíz del covid. Es difícilmente demostrable, por supuesto. Pero los
negacionistas andan a la carga en todas las esquinas. Lo cierto es que este
amigo encontró buena acogida en el centro hospitalario.
Paralelamente, se sabe
que España va a incrementar el dinero dedicado al gasto militar, un 2 por
ciento del PIB, ya que es una exigencia de la OTAN tras la guerra de Ucrania. La
decisión no sería tan inoportuna si no viniera acompañada por la situación
económica, la inflación, la carestía de la cesta de la compra, el alza de las
hipotecas bancarias, etcétera. Incluso la falta de lluvia va a provocar que paguemos
más caros los alimentos, y en la Península se hace frecuente la puesta en
marcha de desaladoras, por cierto que ya Barcelona tiene una de las mayores de
Europa.
Conciliar todas las
necesidades en un Estado moderno no es tarea sencilla. Hay capítulos esenciales
que, a pesar de estar en continuo crecimiento de financiación, siguen siendo
deficitarios en cuanto a resultados. Por ejemplo, la educación. Qué duda cabe
de que en los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo. Igual que en Sanidad,
pero lo cierto es que se huele la tendencia a la privatización de servicios
básicos y esenciales, como es la atención sanitaria. Múltiples manifestaciones
de profesionales y de público en general lo confirman, no solo en la comunidad
de Madrid sino también en el resto.
Está claro que la
Defensa es una asignatura básica para cualquier nación, pero en España la
participación en guerras lejanas no tiene buena prensa. Recordemos al famoso
grupo de las Azores, en el que figuraba el norteamericano Bush, el británico Tony
Blair y el español Aznar, cuando se estaba estableciendo la teoría –que luego
resultó oportunista y falsa– de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción
masiva. Al cabo del tiempo se ha comprobado que aquello fue una treta belicista
más, fue un error la intervención de occidente en base a informaciones falsas.
Cierto que lo que está
ocurriendo en Ucrania no se parece en absoluto a lo que sucedía en Irak, y a
Ucrania hay que ayudarla. Pero España no es un país belicista, porque todavía
tenemos fresca en la memoria la guerra civil. A pesar de que se produjo hace
casi un siglo, sus consecuencias están presentes todavía en la vida cotidiana,
esa tentación subconsciente en quemarnos las manos con el estigma de las dos
Españas irreconciliables, hasta el señor Tamames se refirió a ello, con una
nota de alarmismo. Y luego está la geoestrategia y la política de bloques, y
siempre nos han dicho que los peligros para el Estado Español vendrán del sur.
El sur es África y, concretamente, el norte de África.
Hay que compatibilizar el mantenimiento y potenciación de la sanidad pública con las otras grandes necesidades del Estado, incluido el capítulo de defensa, la educación, las pensiones, todas las prestaciones sociales. Y mantener la sanidad pública bien dotada con más profesionales pues aligerar las insoportables listas de espera es uno de los retos de este futuro que se avecina.
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