Viene
la Semana Santa y todavía con mascarillas y con la nefasta guerra en los
televisores. La Semana Santa es esa
celebración callejera que convoca a tanta gente dos años después de que se
iniciara la pandemia, claro que también hay otra mucha gente para las playas en
ese magnífico puente de primavera, la previsión es que se reactive en grande el
tráfico aéreo y vuelva el turismo. Decía el ilustre masón Juan Rodríguez
Doreste que él aceptaba la Semana Santa porque forma parte de nuestra cultura,
una puesta en escena de la Contrarreforma frente a los protestantes, que asociamos
siempre con Sevilla, con Valladolid, con Zamora, la distinta iconografía, las
procesiones con desfile de miles de cofrades, las saetas, el colorido de la
madrugada, la devoción real o teatral de las multitudes. La II República no
quiso o no pudo prohibir las corridas de toros y las procesiones, esos
elementos de cultura del pueblo que gustan a miles de visitantes extranjeros
Este
lunes 11 de abril se cumple un año de la muerte del poeta grancanario Justo
Jorge Padrón, que falleció en Madrid a los 77 años, víctima del covid. Enfermó
cuando no había todavía vacunas, su esposa Kleo Filipova logró superarlo pero
él desgraciadamente partió. Un poeta grande, con una abundante obra y numerosos
premios internacionales, que había renunciado a su trabajo como abogado para
dedicarse exclusivamente a la poesía. Un autor con muchas traducciones, muy
apreciado por crítica y público en aquellos años 80 y 90, recibió honores y salió
mucho en los medios de comunicación. No solo fue poeta sino que también fue
traductor y divulgador de poetas de los países nórdicos y manifestó siempre su
toque neorromántico y existencial con ese libro tan destacado, Los círculos del
infierno, muy conocido fuera. Justo era una personalidad en las letras
españolas, una figura muy conocida y valorada. El ayuntamiento capitalino
debería honrar su memoria con algún gesto, aunque se supone que debe haber una
lista grande para aspirantes a los honores póstumos a él debería tocarle alguno.
Cuando
el Mundial de fútbol de Suráfrica, el que ganó España, había un pulpo adivino
que vaticinaba qué equipos pasaban a la siguiente fase en las eliminatorias.
Predijo el triunfo de España en cada partido y sobre todo adivinó que ganaría
la final frente a Holanda, eso me pareció curioso, porque a pesar de tener a
Iniesta, Casillas, Xavi, y otros grandes genios, nunca habíamos ganado algo tan
importante. Y aquel pulpo al que llamaban Paul fue acertando en cada
predicción.
Se ha hecho público el anuncio de la instalación de una granja de estos cefalópodos en Gran Canaria, y se ha armado la de San Quintín. Ecologistas y animalistas consideran que se producirá un maltrato inaceptable y nos comparan con ellos, pues afirman que son animales hábiles y curiosos. Tienen un cuerpo globoso y blando, ojos enormes y observantes, con ocho brazos que tantean sus presas, y pueden cambiar de color o variar su forma para meterse en pequeños recovecos. Y, sin embargo, el aspecto más fascinante es su inteligencia. Según los especialistas, han demostrado ingenio y destreza, abren tapones de rosca, escapan de su acuario para comerse un pez del tanque vecino y luego regresan, o usan chorros de agua para apagar las luces de su acuario. Pueden resolver laberintos, reconocer gente, aprender mediante observación y usar materiales de su entorno, parecen una inteligencia extraterrestre. Sus parientes cercanos, caracoles o almejas, muestran muy pocos signos de inteligencia. Su sofisticado cerebro, por tanto, evolucionó de forma independiente. Esto los convierte en un animal interesante para los biólogos, y los animalistas se oponen a que se les explote en una granja similar a las de gallinas hacinadas. Pero también es verdad que en gastronomía son un plato genial, pulpo a la gallega, pulpo a la vinagreta, ropavieja de pulpo. Exquisitos.
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