martes, 16 de noviembre de 2021

El Telde de Luis Arencibia, y Loueila Mint




No me gustan demasiado los honores póstumos, me pareció un tanto extravagante que el ayuntamiento capitalino declarase a Benito Pérez Galdós Hijo Predilecto de la ciudad justo cuando se cumplía cien años de su muerte. Pues bien: Luis Arencibia Betancor fue un escultor, pintor y diseñador urbano nacido en Telde, hijo del también artista José Arencibia, y cultivado en Leganés, ciudad obrera en el sur de Madrid. Luis vivía tan inmerso en su trabajo que no conocía a varios de los artistas canarios que viven en la capital del Estado, y en nuestra etapa de la Casa de Canarias los puse en contacto a unos y a otros. Él visitó nuestro chalecito de Torrelodones, siempre acompañado por el activo y valeroso cronista, Antonio María González Padrón, aquellos fueron encuentros entrañables. Telde recibió un importante legado en obras de arte ejecutadas por Arencibia, y entre ellas el Neptuno de Melenara, verdadero icono del litoral al que le dedicamos un libro que el ayuntamiento teldense publicó en 2007.

Ahora se honra a aquel hombre humilde que hizo tantas cosas, nombrándolo Hijo Predilecto. Bien está lo que acaba bien, y la celebración en la ermita de San Pedro Mártir fue muy concurrida. Él fue un luchador por la estética y por las libertades, y tanto en Leganés como en Telde hizo mucho por mejorar los espacios públicos. El museo de Escultura de Leganés ya lleva su nombre, y hay que visitar el retablo del altar mayor de la Parroquia Matriz de San Agustín en Vegueta, numerosas obras en su ciudad natal, y el busto de Fernando León y Castillo en el Senado. Además publicó dos libros de cuentos e ilustró los poemarios Locos (Leopoldo María Panero, 1992) y Manual de oscuridades (Luis Alberto de Cuenca, 2012). Recuerdo la agitada presentación de Locos, en la Casa Museo León y Castillo de Telde, cuando resistí las interrupciones de Panero y me felicitaron por ello.

Si hay un espacio en el cual nos da la impresión de que no se ha realizado la transición democrática es el mundo jurídico. Un aparato poco eficiente en el cual las decisiones atropellan el mínimo sentido común, que, como se suele decir, muchas veces es el menos común de los sentidos. Nos sorprenden los ilustres togados con decisiones insólitas.

               Loueila Mint El Mamy, nacida en el Sáhara español, que vive fuera de allí desde los 8 años, licenciada en Derecho por La Laguna y que ejerce en los tribunales desde su inicio profesional, ha recibido la negativa gubernamental para obtener la nacionalidad “por falta de arraigo.” Lleva 21 años en España, pagando impuestos, siendo abogada, y luchando por la asistencia jurídica a los inmigrantes. Ha dado a conocer su caso, con los argumentos que la Abogacía del Estado aduce ante la Audiencia Nacional para oponerse al recurso con el que impugna que se le deniegue el pasaporte. Sostienen los letrados del Estado que la abogada canaria no ha acreditado "suficiente grado de integración en la sociedad española", lo que, detallan, significa "participar activamente en la sociedad española desarrollando una actividad social de convivencia". Y añaden: "Tampoco acredita observar una buena conducta cívica, que no es lo mismo que, negativamente, la ausencia de mala conducta cívica". La pregunta es simple: ¿Quién impide que le den la nacionalidad a esta mujer: el consulado de Marruecos, los intereses creados, la pervivencia de un sustrato de intolerancia en nuestra legislación o el olvido de nuestros deberes hacia el Sáhara? ¿Cómo se atreven a decir que su actividad profesional supone una “mala conducta cívica”? Una suma de disparates.

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