Desde
que a aquel gallego llamado Ramón María del Valle Inclán inventó el término
esperpento, muchos han sido los esperpentos que han pasado rozándonos. Según la
Real Academia, el término designa a persona, cosa o situación grotesca o
estrafalaria. También nombra la concepción literaria creada por el gallego
hacia 1920, en la que se deforma la realidad acentuando sus rasgos disparatados.
En Luces de bohemia el personaje Max
dice “Deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y
toda la vida miserable de España.” Lo explicó así el escritor: “Los héroes
clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido
trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
España es una deformación grotesca de la civilización europea”.
Es
decir, nos hallamos ante algo deforme, espantoso e inaceptable para referirnos
a hechos de la vida diaria. Los expertos dicen que el término es de origen
incierto, aunque aparece como adjetivo en algunas novelas de Galdós. Lo que
está claro es que España es un país en el que abundan los disparates: en la
vida nacional, en la política, en la economía, en la sociedad. Esperpéntico es
el proceso de la independencia y la república catalana, trabajado desde hace
tanto tiempo aprovechando el estatuto de autonomía, dándole la vuelta,
sembrando el rencor desde los colegios y desde los medios de comunicación. El
filósofo Ortega dijo que lo que impulsa la creación de verdaderas naciones no
es la fuerza, ni obligar y ni siquiera convencer, sino que debe haber “un
proyecto sugestivo de vida en común.” Después del uso y abuso de nuestras
autonomías, luego de que las autonomías crearan sus superburocracias y sus
excesos normativos, luego de que el idioma castellano o español sea ninguneado
en varias de ellas, después de que hayan florecido los nacionalismos
excluyentes, deberíamos preguntarnos si tenemos ese proyecto.
También
es esperpéntico el comportamiento de los partidos en el tema de las pensiones. Esperpento
es que un hambriento vaya a una gran superficie y se lleve un carro de comida, con
lo cual le pueden caer dos años y medio de cárcel, mientras que si robas cien
millones de euros igual te dan una medalla, estás en el pelotón de cabeza de
los corruptos que viven a sus anchas. Esperpento es que alguien mate a otro, le
pongan 20 años de cárcel y a los siete años ya esté de vuelta en su casa. La
aparente ingenuidad de una parte de la legislación penal conduce a estas
aberraciones. Así José Rabadán Pardo, el jovencito de 16 años que mató con una
catana a su padre de 51, a su madre de 54 y a una hermana de 9 solo recibió
seis años de internamiento más cuatro de libertad vigilada. El juicio fue un
esperpento, “se escapó vivo”, dijo en su día la fiscal. ¿Hubiera sucedido así
en un país digamos normal?
Las
familias de víctimas que dejaron este mundo con ensañamiento, a saber: Diana
Quer, Marta del Castillo, Mari Luz Cortés, los niños Ruth y José, Candela y
Amaya, así como las de otros desaparecidos como Jéremy Vargas, han recogido
millones de firmas que piden el agravamiento de las penas, y el mantenimiento
de la PPR. Esta norma fue aprobada el 26 de marzo de 2015 con los únicos votos
a favor del PP, y con ella se trataba de impedir que los delincuentes más
peligrosos puedan volver fácilmente a la sociedad, habida cuenta de que es improbable
la rehabilitación de algunos que son especialmente nocivos.
Las
encuestas dicen que la ciudadanía está cansada y por una vez estoy plenamente de
acuerdo con la propuesta del gobierno en el sentido de que la prisión
permanente revisable es una necesidad en un colectivo como el nuestro en el que
se empiezan a manifestar acciones con ensañamiento, no solo crímenes conyugales
y asesinato de niños sino también actividades de grupos organizados, sicarios
que matan por cuatro perras, hechos que manifiestan gran capacidad de odio.
Pero como nuestros políticos quieren manifestarse con buen rollo, es más que
probable que en las futuras votaciones del Congreso se acabe por derogar esta
figura jurídica. Abunda la hipocresía porque hay voces que condenan y a la vez
atemperan la posibilidad de endurecer las penas. Pero más allá del ruido de las
tertulias televisivas repletas de exabruptos, insultos y todo tipo de chismes,
lo cierto es que en España se aprecia poco el dolor de las víctimas. Ya esto
sucedió con los crímenes de ETA, y tiende a repetirse. Debe ser que nos acostumbramos
a ver de lejos el dolor ajeno, debe ser que buscamos excusas, tal vez porque es
imposible ponerse en lugar de los ofendidos, de los que más sufren la
perversidad humana. Pero en verdad no debería ser esta una cuestión de debate
entre las derechas y las izquierdas, no es un tema de conflicto entre progres y
conservadores sino que es un asunto de puro sentido común. No es tampoco una
reacción vehemente ante la conducta de la mujer dominicana que mató al niño Gabriel
de 8 años, un caso que también exhibe un gran deseo de maldad. No es eso, sino
que es el estado de frustración que nos queda ante una justicia torpona, lenta,
ineficaz, que aplica unas normas que nos han dado como si fuéramos seres
alucinados. Los malvados seguirán siendo castigados con penas leves, mientras hay
delincuentes especialmente peligrosos que nunca llegan a rehabilitarse: por
ejemplo pedófilos y violadores que en cuanto salen de prisión reinciden. Hay leyes
obsoletas que se pueden interpretar de muchas maneras y políticos ineptos.
Recordemos a Rodríguez Zapatero, el peor presidente de la democracia, cuando no
se enteraba de la crisis y en cambio hablaba del talante.
España
es diferente, sí. Pero esta pena u otras similares son contempladas por muchos
países dentro de la UE, están recogidas en el Estatuto de la Corte Penal
Internacional y las contempla el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Por todo
ello, ha de existir una forma disuasoria de condenar a los culpables de delitos
que originan alarma social. En los últimos años abundan casos de crueldad extrema,
ante los cuales ponemos paños calientes. Y tenemos una oposición bobalicona que
pretende frenar esta PPR, con su buenismo a cuestas. Rajoy ha tenido una
iniciativa aplaudible: la Prisión Permanente Revisable, que no es un ejercicio
de venganza del Estado, no es una cadena perpetua sino que es revisable en cada
caso, y por ello debiera mantenerse.
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