Érase
un chico que ejercía de lector en una fábrica de puros. Como sucedía en Cuba,
alguien leía para que los operarios se deleitaran trabajando, y así empezó el
gusto por contar historias, de ahí su primer libro, La Habana y otros cuentos, valientemente publicado por Elsa López
en Ediciones La Palma. Ya se sabe que La Palma es casi Cuba, por la intensa
emigración, la agricultura, la gastronomía, el lenguaje, la Negra Tomasa y el
carnaval de los indianos. Hincha
del Atlético de Madrid –porque de Canarias, y en particular de La Palma,
salieron jugadores para el equipo madrileño, entre ellos el buen extremo
Miguel– el escritor Anelio es uno de los valores más sólidos de la literatura
en Canarias. Doctor en Filología Hispánica y profesor de lengua y literatura en
secundaria, es poeta y narrador, ensayista y pintor. Ha compaginado la
escritura con la pintura, no en vano es sobrino de Francisco Concepción, el
retratista de La Caldera de Taburiente. Entre otros reconocimientos, ha ganado
el premio Ciudad de Santa Cruz de Tenerife con un libro de cuentos y el Tiflos,
convocado por la ONCE, con El perro y los
demás. Los textos de Anelio son incursiones en lo fantástico, un derroche
de imaginación, el reino de lo sutil, lo inteligente y lo emotivo. Y la poesía
de Anelio mayormente es una crónica de la ausencia, de lo que se fue. La lluvia / parda de mis abuelos, / ese gozo
del agua / cayendo hasta la boca del patio (…) no existe, / ya jamás / sino
aquí / adentro.
La sombra de la memoria, el regusto de
la infancia. La poesía de Anelio parece sencilla, directa, pero encierra mensajes.
La alegre ironía de Poemas de la guagua, la prosa poética de Poma, los flashes
de La ciudad se rompe y se levanta. La fugacidad de la vida, el pragmatismo
urbano: ¿Pero quién se llevó y adónde /
el terrible redoble de los gallos / y el cruce de sus ecos en cascada / contra
la madrugada imperceptible? La vigilia esencial, ese conjuro casi
religioso, es por el gran ausente, el protagonista del epílogo, el padre
muerto. Poesía como torrente necesario, respiración del alma, alimento
emocional. El libro Vigilias, pese a
su humilde aspecto, contiene mucho material. El insomne contempla su alrededor,
se ve a sí mismo, radiografía sus desolaciones, los sueños y las pesadillas.
Como era
de prever, los cuadros de Anelio son muy literarios en sus azules, en sus
cumbres, en sus perfiles de la naturaleza insular. Ese mar hondo que nos
sepulta y nos saca a flote de vez en cuando nos remite a aquella negra playa de
la infancia. Este
narrador, poeta y conferenciante vivió tres años en La Isleta, barrio modesto
de la ciudad de Las Palmas, donde confiesa haber sido muy feliz junto con su
mujer Esther, también licenciada en Filología y profesora de instituto. Y tiene
la vocación de recluirse para escribir de manera metódica, organizada: poemas,
cuentos, novelas. Cada tarde desgrana cada párrafo de su escritura exigente que
le lleva a avanzar muy despacio en sus proyectos. ¿Cómo no recordar su La Habana y otros cuentos o La abuela de caperucita? Por la noche ve
una película o se enfrasca en su otra actividad: los pinceles. Vive Anelio en
una isla que hoy en día es un lugar decadente con la mayoría de los jóvenes y
medio jóvenes viviendo fuera, con la mayoría de la población soñando vivir
fuera. Hace mucho fue un lugar de avanzada que se ha quedado atrás, donde se
conservan huellas patrimoniales y culturales de Flandes y de otros mestizajes,
buen paisaje, buena comida, buen clima para jubilados alemanes: ahora uno de
los tres mejores lugares del mundo donde envejecer, según un estudio de la
Universidad de La Laguna.
Hace
de su casa un templo, su lugar de trabajo es un altar donde destila lentamente
cada palabra, cada párrafo del libro que está escribiendo. Su casa –por cierto–
fue hogar de un clérigo junto al antiguo y venerable convento de Santo Domingo,
actual sede del instituto Alonso Pérez Díaz. Y está en una calle empinada, porque
así es la capital palmera, que cae a pico sobre el mar. En ella se recluye para
buscar la palabra exacta, y esa es la mayor ambición de este poeta y narrador,
novelista y cultivador del relato corto, el ensayo y el artículo de opinión. Ha
sido incluido en antologías dentro y fuera de España, y está traducido al
italiano, alemán, francés y portugués. Ha publicado reseñas y estudios
literarios en periódicos y revistas, y ha preparado las Obras Completas del tinerfeño
Ramón Feria, adscrito a las vanguardias históricas de preguerra, sobre el que
trabajó su tesis doctoral. Durante diez años dirigió la revista La fábrica,
donde colaboraron importantes de las letras, las artes plásticas, el cine y la
música. Además de eso hace entrevistas punzantes a figuras de la cultura que
aterrizan por la capital palmera.
Como
decíamos, el estudio de Anelio no solo tiene un ordenador sino también una
paleta de pintor. Le gusta trabajar variaciones del mar, marinas de intenso
añil sobre las cuales reposa una delgada línea de tierra. La isla y sus
demonios, la jaula de oro con la puerta entreabierta. Como poeta una y otra vez
le piden que lea la composición que dedicó a su padre, con esa almohada que
huele de modo tan especial. Ese gran poema, esa intimidad: Mi padre solía soñar que volaba / sobre las casas y los bosques / y
ahora suelo soñar que vuela / y vuela a cada instante, / con su batín de
cuadros (…) Y huelo su almohada, / qué prodigio, / nada huele tan bien como su
almohada, / nada en el mundo. Y cuando le pedimos que vuelva a leerlo de
esa manera tan especial, se emociona, intenta rebelarse porque piensa que no es
bueno que la gente lo conozca solo por ese texto. Pero lo que cuenta es el
mensaje y la belleza y el candor que transmite, y la emoción con que lo lee.
Eso, y las veladas compartidas con gente como Pilar Rey y Antonio Abdo, y Elsa
López, naturalmente, y los cubatas del lunes de carnaval en La Bodeguita del
Medio o del día de fin de año, esa alegría elemental con el pueblo. Y las
Bajadas cada cinco años y la añoranza.
Bonito artículo a un hombre de la cultura palmera.
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