jueves, 27 de agosto de 2015

Crisis de fe


          Una isla es un territorio repleto de electricidad que viene desde abajo, que se sustancia hacia el aire. Así nos muestra la insignificancia de lo que somos en el enorme cosmos y nos aporta la potencia de sentirnos tan pegados a la tierra y ser viento, criaturas errantes con poca base. Tal vez por eso tengo pesadillas. Anoche se me apareció una mujer con la apariencia de un ángel custodio, similar a una estatua de mediados del XVI, en pleno esplendor del arte de Flandes, una talla de madera policromada que debió llegar por el comercio, las islas enviaban azúcar a Europa y a cambio venían tejidos, manufacturas, objetos artísticos. Lo cierto es que se trata de una imagen cuya conservación es bastante buena. La joven desciende del altar como una sombra y adquiere forma humana, siento su respiración, escucho el leve aleteo de sus pasos, su mirada es profunda, su perfume es de jazmín. Cuando era chico fui monaguillo, me gusta todavía el aroma del incienso y de las flores frescas, en especial las azucenas de la Dolorosa. Lo desempeñé solo un par de años, hasta que me entró la crisis de la fe y no quería repetir latinajos que no entendía. Lo bueno era gozar el vino dulce y los recortes de obleas sobrantes de las comuniones. Conviví con sacristanes y novenas, rezos del rosario y vía crucis penitenciales. Pero aquello no era lo mío. Al cura no le sentó bien que careciese de ganas para ir al seminario, la universidad de los pobres por entonces, la salida más coherente por la falta de medios de mi familia. Pero yo, erre que erre, me empeñé en llegar a la universidad por mis propios medios. Me gustaban las imágenes armoniosas, las tallas de Brabante eran mis preferidas: vírgenes agasajando al divino infante, los apóstoles con toda su gallardía. Pero el altar mayor, visto por detrás, era un decepcionante caparazón de madera hurgado por las termitas. En verano, transformadas en insectos voladores, revoloteaban en tropel. ¿Tienen razón los protestantes cuando afirman que no es bueno adorar objetos terrenales, ídolos que entrañan la superstición? No sé, estoy en un mar de dudas.

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