
Los devaneos de la triste política
española de la época –loquinarias alianzas y contraalianzas de amistad y de
guerra con Francia y con Inglaterra– están en el meollo de las intentonas
piráticas para adueñarse de Canarias, un punto estratégico que incentivaba la
voracidad de las potencias. Hay un dicho facilón: si Tenerife hubiera dejado
entrar a Nelson y no hubiera dejado entrar a Franco nuestra historia habría
sido diferente.
Luis Enciso ha escrito una novela amena,
con un lenguaje desenfadado, casi lenguaje barriobajero de soldadesca,
descriptiva y exacta por el buen manejo de una documentación exhaustiva. Los
diálogos son explícitos y ayudan a la dinámica del texto, la caracterización de
los personajes funciona. 1797 Piratas del
Atlántico no parece una primera novela de un autor que a los nueve años ya
publicó su primera intervención pública en homenaje al naturalista de TVE Félix
Rodríguez de la Fuente, el amante de los animales. Colaborador de medios
digitales y tradicionales, viajero por medio mundo, el autor emprende ahora su
trabajo literario con esta obra en la que exhibe su interés por la historia y
las tradiciones de las islas, que durante largo tiempo ha cultivado como
folklorista.
Canarias se convirtió en una escala
imprescindible entre América y Europa, y el trasiego de mercancías y riquezas
entre las dos orillas del Atlántico no pasó desapercibido para los piratas, de
ahí que la Corona inglesa convirtiera en personajes distinguidos a los
depredadores como Drake, que debilitaban los intereses del imperio español. Los
británicos vinieron con afán de conquista, Canarias era ya una escala en el nuevo
imperio mundial que Inglaterra estaba consolidando, pero peores que los
británicos eran los piratas norteafricanos porque estos solían llevarse gente
para luego pedir abultados rescates por su liberación. El propio Miguel de
Cervantes padeció en sus carnes esta forma de actuación.
La hazaña del 25 de julio de 1797
mereció convertirse en uno de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.
Siempre me he preguntado por qué nuestro ilustre paisano no lo abordó, máxime
cuando esto le fue solicitado explícitamente por un jovencísimo periodista
llamado Manuel Delgado Barreto en el homenaje que a Galdós se le hizo en
Madrid, el 9 de diciembre de 1900. El éxito de esta novela es haber sabido
dinamizar la documentación existente y haberla convertido en un libro atractivo,
que maneja personales reales e imaginarios, el cruce de los héroes históricos
con los héroes de ficción —así Diego Correa y Juanillo el Rastrojo—, peripecias
que introducen al lector en la secuencia de los acontecimientos que se vivieron
antes y después de la gesta del cañón Tigre. Por nuestros ojos desfilan las
fortalezas, las menguadas fuerzas tinerfeñas, los mandos y los soldados
atrapados al vuelo en los campos mientras plantaban papas, el poderío de la
flota invasora, las reacciones de sus oficiales y la personalidad absorbente
del contralmirante Horacio Nelson, aclamado como el mayor héroe naval de
Inglaterra y cuyo corazón reposa en la cripta de hombres ilustres de la
catedral de San Pablo. El autor consigue buenas descripciones de cómo era Santa
Cruz, de sus calles y habitantes, parece que oliéramos el mar y sintiéramos el
sabor acre de la pólvora, los fogonazos de la artillería en la noche sin luna,
el estruendo de los cañones, el temor y la audacia de los combatientes, la
sangre de las heridas y la muerte, la elegancia de la rendición final. Las
secuencias son pormenorizadas y creíbles, el texto no tira de la erudición sino
que capta al lector. Luis Medina ha acertado.
Bueno, Luis...por el modo en que lo cuentas, tendré que hacerme con el libro..Si a ti te ha gustado, es una garantía...
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