La
homosexualidad es una enfermedad mental, el colectivo LGTBI está al margen de
la ley, lo afirman con rotundidad los dirigentes cataríes y las mujeres tienen
que obedecer nuestros valores. Las religiones tienen sus fundamentos sociales y
hasta económicos, las religiones son respetables pues aportan un consuelo para
los creyentes y qué duda cabe de que la religión musulmana está asentada en muchos
países del globo, aunque algunos de sus preceptos nos llamen mucho la atención.
El francés Michel Houellebecq escribió que el islam es la religión más idiota
del mundo, fue acusado de injuria racial e incitación al odio religioso pero el
Tribunal Correccional de París lo absolvió.
Hace poco estuvimos en Jordania, donde las
televisiones programan fútbol a toda hora. Y en las gradas veíamos grupitos de
hombres, pero no de mujeres. Las mujeres casi invisibles en este mundo árabe,
sometidas a normas de siglos lejanos, tienen difícil ir a la universidad,
viajar, ser personas. Los turistas que vayan a Catar durante el mundial tendrán
que evitar muestras de cariño en público, del mismo modo que no podrán exponer
ciertas partes del cuerpo porque es obligatorio mantener una “vestimenta
recatada” en la que queda prohibida la ropa sin mangas, los pantalones cortos o
rotos, los bikinis, las minifaldas, etcétera.
Pero la industria del entretenimiento no se puede detener por estas tonterías, por eso el mundial se celebra en un lugar poco adecuado. Son miles de millones en juego, audiencias mundiales, fiestas colectivas si se gana y tristezas viejas si se pierde. El balón todo lo cura. Y por el camino se nos pide olvidar a los inmigrantes de allá, sus muertos durante las obras.
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