Qué tremendo dolor de cabeza produce la situación
postelectoral. Felipe González se niega a felicitar a Pedro Sánchez tras su
triunfo en las urnas, y, en cambio, a José Luis Rodríguez Zapatero le parece de
maravilla el anunciado pacto entre PSOE y Unidas Podemos. “Deseaba que se
produjera”, dice el ex presidente mientras Felipe González no se esconde cuando
muestra su indiferencia, e incluso su desdén, por el presidente en funciones. Las
largas, tensas y difíciles negociaciones para formar gobierno no garantizan que
finalmente tengamos un gobierno, unos presupuestos, una normalización de la
vida política nacional. ¿Y acaso hay alguna salida para que gobierne el otro
bloque político surgido de las elecciones, acaso a las tres derechas les salen
los números para conseguir la investidura?
No parece muy fiable una reciente consulta de la Generalitat
de Cataluña, según la cual el número de catalanes independentistas estaría
cayendo desde el inicio del proceso hasta la actualidad. Según los datos de
este informe, los ciudadanos que preferirían una Cataluña independiente no
llegan al 42 por ciento, mientras que los que la rechazan son casi el 49. El
republicanismo tiene una larga tradición en esta comunidad, y contemplamos que
casi el 73 por ciento de los encuestados suspenden a la monarquía, que es la
institución menos valorada, con una puntuación de solo 2.17. Hay que tomar con
muchas precauciones el dato de que la preferencia de los catalanes por alzarse
en un estado independiente no ha dejado de caer, según el CEO, Centre d’Estudis
d’Opinió, tras la publicación hace solo unos días de los resultados de esa
encuesta. Este deseo de secesión habría descendido a mínimos históricos, y,
aunque el informe no va más allá de las meras cifras, hay que indicar que ese
sondeo se realizó antes de que se publicara la sentencia contra los acusados
por organizar el referéndum ilegal del 1 de octubre. Por tanto no sabemos qué
consecuencias tendría en la opinión pública la publicación de la sentencia y la
sucesión de episodios de violencia callejera. Al haberse realizado antes, la
encuesta resulta dudosa. El clima fuertemente emocional en que vive la sociedad
catalana hace que las tendencias sumen o disminuyan según los acontecimientos.
Lo que sí está comprobado es que durante el mandato de Rajoy el independentismo
se disparó, generando la profunda brecha social.
A Puigdemont no le han permitido ir a Canadá,
donde la intentona separatista de Quebec ha sido frenada a lo largo de diversos
referéndums. La cosa viene de lejos, de cuando en medio de un aclamado viaje al
territorio al general De Gaulle se le ocurrió gritar desde el balcón del
ayuntamiento ¡Viva Quebec libre!, lo cual obviamente reforzó a los
independentistas. Pero al cabo del tiempo el primer ministro Chrétien designó a
Stéphane Dion como ministro de Asuntos Intergubernamentales, en 1996. Dion
desafió las afirmaciones de los soberanistas sobre la validez jurídica de la
pregunta del referéndum celebrado en 1995. Estimó el ministro que una
declaración unilateral de independencia no es compatible con el derecho
internacional, que una mayoría del 50 por ciento más uno no sería un umbral
suficiente para establecer la secesión y que el derecho internacional no
protegería la integridad territorial de Quebec tras la declaración de
independencia. Señalaba Dion que la gran mayoría de los expertos en derecho
internacional “no creen que las entidades constitutivas de un país democrático
como Canadá tengan derecho a declarar unilateralmente la secesión”. También
afirmó que una mayoría independentista por escasa diferencia de votos, que
podría desaparecer en poco tiempo en medio de las nuevas circunstancias, sería
insuficiente para dar legitimidad política al proyecto soberanista, puesto que
habría cambios trascendentales para la vida de los quebequenses que se derivarían
de la secesión. En lo que respecta a la integridad territorial del país “no hay
ni un párrafo ni una línea en el derecho territorial que proteja el territorio
de Quebec pero no el de Canadá. La experiencia internacional demuestra que las
fronteras que busca la independencia pueden ponerse en duda, a veces por
razones democráticas.” Canadá un estado federal constituido por dos comunidades
muy diferentes; la mayoría del territorio es anglosajón y protestante, mientras
que en Quebec se habla francés y su población es católica. A raíz de las
intentonas separatistas, muchas empresas huyeron de Montreal a Toronto y
Ottawa. En nuestra opinión, Canadá es el país de la utopía, capaz de reunir a
enemigos de larga historia: anglosajones y franceses, en un proyecto común. Su
calidad de vida es notable, en su gigantesca superficie tiene bosques, ríos y
lagos de gran belleza, no registra la violencia que late en la vecina sociedad
estadounidense, no existe el culto a las armas que genera la Asociación
Nacional del Rifle, su sanidad, su educación y su prestigio están intactos.
Difícil lo va a tener también Escocia para emanciparse del resto del Reino
Unido, como difícil va a tener el Reino
Unido asumir las consecuencias del Brexit, si finalmente llega a concretarse después
de tantas prórrogas.
Prosiguiendo con su altanería habitual Donald
Trump ha dado un pasito más contra los palestinos, puesto que EEUU deja de
considerar ilegales los asentamientos israelíes en Cisjordania. De este modo,
se estrechan los lazos entre dos gobernantes, Trump y Netanyahu, que se saltan
la normativa internacional, la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la
ONU que considera estos asentamientos una violación flagrante del Derecho
Internacional. Y, como era de prever, ha echado por tierra la actitud de su
predecesor Barack Obama en este y en otros temas de envergadura. Qué desgracia para la humanidad tener que
soportar a un personaje de este calibre.
Por último, conviene anotar que no deja de
resultar extravagante el hecho de que Benito Pérez Galdós nunca fuera nombrado
Hijo Adoptivo de Madrid, y que esta propuesta haya tenido que esperar nada
menos que cien años, para que los señores concejales la hagan coincidir con la
conmemoración del centenario de su muerte, dentro de dos meses. El que fuera
gran retratista de la capital tuvo un entierro con gran dimensión popular, pero
las autoridades, la nobleza, el clero y el ejército seguramente no estuvieron
muy contentos con el despliegue del duelo. No en vano hicieron todo lo posible
para que nunca recibiera el Premio Nobel. Esto es algo que suele suceder entre
nosotros: los honores póstumos llegan tarde, mal y nunca. Y dejan señal del
papel con el que quienes mandan valoran a los disidentes brillantes, a los
genios cuya obra perdura en medio de tanta mediocridad.
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