En
octubre de 1931 en el Congreso el presidente de la República Manuel Azaña
advirtió que España ha dejado de ser católica, y el problema político
consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase
nueva e histórica del pueblo español. Y
añadió: “Sería una disputa vana ponernos a examinar ahora qué debe España al
catolicismo, que suele ser el tema favorito de los historiadores apologistas:
yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España”, y decía esto
porque España hizo una gran divulgación del catolicismo en América y hasta en
Filipinas. Pero ¿qué está sucediendo en nuestra vivencia de la religión? Según
los sociólogos, la fe y sus ritos se desinflan en nuestro país, casi uno de
cada tres ciudadanos se declaran ateos, agnósticos o no creyentes, el triple
que en 1980, y la cifra se dispara al 50 por ciento entre los jóvenes de 18 a
24 años. Hace
40 años que nuestro país, con la Constitución, acabó con un régimen en el que
el catolicismo no era opción sino imposición, el dictador entraba bajo palio en
las catedrales y aparecía en las monedas como Caudillo de España por la gracia
de Dios. Las nuevas generaciones han crecido en un ambiente distinto, en las
grandes ciudades no todos los niños hacen ahora la primera comunión. Quizás
España no haya dejado de ser socialmente católica, como proclamó en 1931 Azaña,
pero lo cierto es que algo está cambiando y los expertos opinan que una de las
razones de la secularización actual es que la doctrina de la Iglesia está
anquilosada por estar todavía demasiado centrada en la moral sexual, sin
embargo el sexo ha dejado de ser tabú para la mayoría y quién podría convencer
a los adolescentes de hoy de que cometen pecado contra el sexto mandamiento cuando
inician las relaciones íntimas con apenas 14 o 15 años. Los jóvenes llegarían a
la religión si vieran en ella un punto de diálogo, perdón y encuentro, un Dios
compasivo y no la idea de un Dios castigador.
Las
vocaciones se caen, tanto en hombres como en mujeres. El número de sacerdotes,
seminaristas y religiosos continúa en números rojos. La cantidad de ingresos en
los seminarios españoles baja cada año. Este curso, solo han entrado 236
alumnos, 46 menos que hace un año. Ello repercute en la ordenación sacerdotal:
el año pasado cantaron misa por primera vez 135 curas, 60 menos que hace una
década. Atrás quedaron los años sesenta, donde más de 8.000 hombres se formaban
en los seminarios españoles y 24.500 oficiaban misa, ahora son 18.164
sacerdotes, un importante descenso. España es el tercer país con mayor abandono
de la práctica cristiana en Europa.
A
través de estos datos, publicados por la Conferencia Episcopal Española (CEE),
podemos comprobar el decreciente número de religiosos y religiosas. Es evidente
la acumulación de parroquias que deben administrar los curas en la España
rural, y algunos monasterios de monjas están siendo suprimidos por falta de
vocaciones. Asimismo, se aprecia que muchos conventos recurren a recibir
vocaciones de Suramérica y otros orígenes. Actualmente en nuestro país viven
18.164 sacerdotes y 53.918 religiosos, según datos de la última memoria de la
de la Conferencia Episcopal. Una cifra que previsiblemente baje en el futuro
ante la falta de renovación del personal. La
escasez puede originar falta de relevo generacional en miles de parroquias, especialmente
en zonas rurales. Sin embargo, seguimos siendo un país de cultura católica, la
inmensa mayoría de la población está bautizada pero no practica. Ahora hay una
importante masa de musulmanes procedentes de la inmigración, y también se nota
la presencia de las comunidades protestantes, aunque en un porcentaje poco
significativo. Habría que ahondar en el distanciamiento de los españoles
respecto a la religión tradicional, si es fruto del espíritu laico o si se debe
a que el catolicismo no evoluciona al ritmo de los tiempos.
Por
otra parte, la poeta Natalia Sosa Ayala ha sido protagonista en la recién
clausurada feria del libro capitalina. Falleció en 2000 y apenas vivió 62 años
de una existencia que ella consideraba poco feliz porque le tocó crecer en una
época poco abierta a la tolerancia y a la integración de las personas
diferentes. La frágil soledad de Natalia Sosa, con ese titular y otros
similares escribimos más de una vez sobre su obra. Vivía en la calle Funchal,
fronteriza de Ciudad Jardín, y era hija del escritor Juan Sosa Suárez, que
firmaba con frecuencia en El Eco de Canarias. Con tan solo 17 años publicó su
primera novela, Stefanía, un texto
delicado, existencial, intimista, en el que ya se apreciaba su choque con la
vida, su desengaño profundo. En 1961 se traslada a vivir en Inglaterra y será a
su vuelta, en 1963, cuando vea la luz su segunda obra, Cartas en el crepúsculo. Desde 1970 trabajó como secretaria en el
Colegio Claret de Tamaraceite, con cuya colaboración publicó su primer libro
poético, 1980, titulado Muchacha sin
nombre, y un año más tarde sale su segundo poemario, Autorretrato, que la consolida como una de las voces más
originales, extrañas y profundas de la literatura canaria de aquellos años. En
1992 aparece Diciembre, su tercer
poemario y en 1996 Desde mi desván y otros artículos, un conjunto de
confesiones, recuerdos y artículos de prensa. Tenía un tono existencial
agridulce, era una mujer cuyo pesimismo vital nunca le abandonó, murió
precisamente un mes de diciembre. En la Feria del Libro de este año en el
Parque de San Telmo su obra y su figura fueron reivindicadas. Sonia Vaquero y
Blanca Hernández son algunas de las escritoras y ensayistas que están
reivindicando su obra. Su poesía llegaba a estremecer, así lo contemplamos en
su texto Muchacha sin nombre: No me llamo Natalia. / Jamás nací. / O si nací
fue muerta. / El sol extendía sus primeros rayos / por una madrugada fatídica
de marzo. / Mas no era yo la que su luz bebía. / Yo no existí jamás. / A lo
sumo fui venas, manos, sangre, / un corazón pequeño y precintado / pero no fui
jamás destinada a ser alguien. Otro poema suyo lleva el significativo título de
Muchacha sin presente. Consideraba imposible desterrar la angustia cotidiana:
¿Qué castigo imponerme que libere / este universo de dolor que ruge / por todas
mis paredes y mis sienes? A pesar de sus amigos, se fue aniquilando poco a
poco, como si no fuera capaz de seguir existiendo.
Hola
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