lunes, 20 de mayo de 2019

Catolicismo en crisis y recuperación de la poeta Natalia Sosa

En octubre de 1931 en el Congreso el presidente de la República Manuel Azaña advirtió que España ha dejado de ser católica, y el problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español. Y añadió: “Sería una disputa vana ponernos a examinar ahora qué debe España al catolicismo, que suele ser el tema favorito de los historiadores apologistas: yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España”, y decía esto porque España hizo una gran divulgación del catolicismo en América y hasta en Filipinas. Pero ¿qué está sucediendo en nuestra vivencia de la religión? Según los sociólogos, la fe y sus ritos se desinflan en nuestro país, casi uno de cada tres ciudadanos se declaran ateos, agnósticos o no creyentes, el triple que en 1980, y la cifra se dispara al 50 por ciento entre los jóvenes de 18 a 24 años. Hace 40 años que nuestro país, con la Constitución, acabó con un régimen en el que el catolicismo no era opción sino imposición, el dictador entraba bajo palio en las catedrales y aparecía en las monedas como Caudillo de España por la gracia de Dios. Las nuevas generaciones han crecido en un ambiente distinto, en las grandes ciudades no todos los niños hacen ahora la primera comunión. Quizás España no haya dejado de ser socialmente católica, como proclamó en 1931 Azaña, pero lo cierto es que algo está cambiando y los expertos opinan que una de las razones de la secularización actual es que la doctrina de la Iglesia está anquilosada por estar todavía demasiado centrada en la moral sexual, sin embargo el sexo ha dejado de ser tabú para la mayoría y quién podría convencer a los adolescentes de hoy de que cometen pecado contra el sexto mandamiento cuando inician las relaciones íntimas con apenas 14 o 15 años. Los jóvenes llegarían a la religión si vieran en ella un punto de diálogo, perdón y encuentro, un Dios compasivo y no la idea de un Dios castigador.
Las vocaciones se caen, tanto en hombres como en mujeres. El número de sacerdotes, seminaristas y religiosos continúa en números rojos. La cantidad de ingresos en los seminarios españoles baja cada año. Este curso, solo han entrado 236 alumnos, 46 menos que hace un año. Ello repercute en la ordenación sacerdotal: el año pasado cantaron misa por primera vez 135 curas, 60 menos que hace una década. Atrás quedaron los años sesenta, donde más de 8.000 hombres se formaban en los seminarios españoles y 24.500 oficiaban misa, ahora son 18.164 sacerdotes, un importante descenso. España es el tercer país con mayor abandono de la práctica cristiana en Europa.
A través de estos datos, publicados por la Conferencia Episcopal Española (CEE), podemos comprobar el decreciente número de religiosos y religiosas. Es evidente la acumulación de parroquias que deben administrar los curas en la España rural, y algunos monasterios de monjas están siendo suprimidos por falta de vocaciones. Asimismo, se aprecia que muchos conventos recurren a recibir vocaciones de Suramérica y otros orígenes. Actualmente en nuestro país viven 18.164 sacerdotes y 53.918 religiosos, según datos de la última memoria de la de la Conferencia Episcopal. Una cifra que previsiblemente baje en el futuro ante la falta de renovación del personal. La escasez puede originar falta de relevo generacional en miles de parroquias, especialmente en zonas rurales. Sin embargo, seguimos siendo un país de cultura católica, la inmensa mayoría de la población está bautizada pero no practica. Ahora hay una importante masa de musulmanes procedentes de la inmigración, y también se nota la presencia de las comunidades protestantes, aunque en un porcentaje poco significativo. Habría que ahondar en el distanciamiento de los españoles respecto a la religión tradicional, si es fruto del espíritu laico o si se debe a que el catolicismo no evoluciona al ritmo de los tiempos.
Por otra parte, la poeta Natalia Sosa Ayala ha sido protagonista en la recién clausurada feria del libro capitalina. Falleció en 2000 y apenas vivió 62 años de una existencia que ella consideraba poco feliz porque le tocó crecer en una época poco abierta a la tolerancia y a la integración de las personas diferentes. La frágil soledad de Natalia Sosa, con ese titular y otros similares escribimos más de una vez sobre su obra. Vivía en la calle Funchal, fronteriza de Ciudad Jardín, y era hija del escritor Juan Sosa Suárez, que firmaba con frecuencia en El Eco de Canarias. Con tan solo 17 años publicó su primera novela, Stefanía, un texto delicado, existencial, intimista, en el que ya se apreciaba su choque con la vida, su desengaño profundo. En 1961 se traslada a vivir en Inglaterra y será a su vuelta, en 1963, cuando vea la luz su segunda obra, Cartas en el crepúsculo. Desde 1970 trabajó como secretaria en el Colegio Claret de Tamaraceite, con cuya colaboración publicó su primer libro poético, 1980, titulado Muchacha sin nombre, y un año más tarde sale su segundo poemario, Autorretrato, que la consolida como una de las voces más originales, extrañas y profundas de la literatura canaria de aquellos años. En 1992 aparece Diciembre, su tercer poemario y en 1996 Desde mi desván y otros artículos, un conjunto de confesiones, recuerdos y artículos de prensa. Tenía un tono existencial agridulce, era una mujer cuyo pesimismo vital nunca le abandonó, murió precisamente un mes de diciembre. En la Feria del Libro de este año en el Parque de San Telmo su obra y su figura fueron reivindicadas. Sonia Vaquero y Blanca Hernández son algunas de las escritoras y ensayistas que están reivindicando su obra. Su poesía llegaba a estremecer, así lo contemplamos en su texto Muchacha sin nombre: No me llamo Natalia. / Jamás nací. / O si nací fue muerta. / El sol extendía sus primeros rayos / por una madrugada fatídica de marzo. / Mas no era yo la que su luz bebía. / Yo no existí jamás. / A lo sumo fui venas, manos, sangre, / un corazón pequeño y precintado / pero no fui jamás destinada a ser alguien. Otro poema suyo lleva el significativo título de Muchacha sin presente. Consideraba imposible desterrar la angustia cotidiana: ¿Qué castigo imponerme que libere / este universo de dolor que ruge / por todas mis paredes y mis sienes? A pesar de sus amigos, se fue aniquilando poco a poco, como si no fuera capaz de seguir existiendo.

1 comentario:

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